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El Arma Submarina y la competición presupuestaria

https://global-strategy.org/el-arma-submarina-y-la-competicion-presupuestaria/ El Arma Submarina y la competición presupuestaria 2022-06-12 17:26:00 Manuel Vila González Blog post Global Strategy Reports Política de Defensa España Fuerzas militares Industria de Defensa Poder militar naval

Global Strategy Report, 16/2022

Resumen: La principal carencia de la Armada es hoy en día su fuerza submarina. Reforzarla es una prioridad, ya en marcha, habida cuenta, además, del carácter multiplicador que tiene un despliegue submarino en las áreas marítimas de interés próximas a las costas españolas, debido a su configuración geográfica, que permite llegar a interferir en el comercio internacional, evitar la aproximación a nuestro litoral de buques indeseados y presionar a eventuales rivales estratégicos en el sur llegado el caso, todo ello con simultaneidad. Si se cumple el reciente anuncio gubernamental sobre el incremento del presupuesto de Defensa, será factible llegar a disponer de una Flotilla Submarina bien dimensionada sin más que prorrogar la serie en construcción, pero una de las dificultades que lo puede impedir es el azaroso desarrollo del programa, que ha transmitido una pobre imagen sobre nuestra capacidad para abordar un proyecto tan complejo y ha encarecido sobremanera el producto, lo que a su vez ha dado alas a las críticas más cercanas.

Para citar como referencia: Vila González, Manuel (2022), «El Arma Submarina y la competición presupuestaria», Global Strategy Report, No 16/2022.


Introducción

Tenemos que echar la vista atrás, a alguna de las páginas navales más gloriosas de la Monarquía Hispánica, para poder entender el valor que para España tiene poder disponer de un Arma Submarina bien dimensionada. Aunque parezca un contrasentido buscar referencias de interés casi tres siglos antes de que los sumergibles debutasen a gran escala en la Primera Guerra Mundial, es clave para entender el verdadero sentido estratégico de su existencia, particularmente en España, donde tanto la historia como la geografía nos brindan la posibilidad de sacar mucho más partido a este tipo de activo que otras potencias marítimas medias occidentales.

El secreto mejor guardado de la Armada de Flandes

A ningún conocedor de la historia naval se le escapa el papel protagonista que durante el reinado de Felipe IV tuvo la Armada de Flandes, luchando en primera línea frente a los poderes marítimos de Holanda, de Francia y de Inglaterra, al mando de grandes marinos como Francisco de Ribera, el marqués de Fuentes, Jacques Colaert, Miguel de Horna o Joos Pietersen, quienes se encargaban de alejar las escuadras enemigas de la costa o de romper el bloqueo naval al que los puertos flamencos eran habitualmente sometidos. Además, procuraban los refuerzos militares y financieros mediante “socorros” desde la península, como consecuencia de la creciente dificultad para llevar tropas desde Italia a través del Camino Español. También minaban el sustento económico de los adversarios ayudando a los muchos corsarios flamencos a atacar de forma más estructurada su actividad pesquera o su tráfico mercante. Finalmente, cuando eran requeridos para ello, se incorporaban a la Armada del Mar Océano para combatir al enemigo allí donde hiciera falta.

Semejante polivalencia (solo comparable a la de las escuadras de galeras del Mediterráneo), fue posible gracias a la combinación de la excelencia de mandos y tripulaciones con las características geográficas del entorno, que permitían a los barcos estar a tiro de piedra de las flotas y las tierras enemigas, lo que obligaba a los galeones y las reputadas fragatas de Dunquerque a actuar tanto de guardacostas como en apoyo al corso o el transporte de tropas, así como combatir contra las escuadras enemigas casi con simultaneidad.

Si el Rey Planeta fue capaz de luchar contra todas las potencias europeas durante cuarenta años sin interrupción (casi siempre con dos de ellas a la vez) y no cederles apenas territorios, fue sin duda no solo gracias a la calidad de sus tercios, a su organización territorial o a lo acertado de su estrategia, sino también a la excelencia de su marina de guerra, bien ejemplificada por la propia Armada de Flandes, cuyo éxito innegable, más allá de la superioridad tecnológica de sus naves y del espíritu de victoria de sus entrenados tripulantes, se debió al propio emplazamiento de sus bases, seguramente el secreto a voces mejor guardado de sus éxitos, pues sin esa privilegiada (y muy expuesta) ubicación, ninguna de sus gestas hubiese sido posible, y sin la consecuente asfixia comercial provocada a los neerlandeses (1621-1648), a Inglaterra (en dos ocasiones, pero especialmente durante la época de Cromwell) o a Francia (1635-1659), no hubiese llegado nunca una paz sin concesiones territoriales mayores a ninguno de ellos, por mucho que Madrid se dejara muchos pelos en la gatera, como Jamaica o la propia Dunquerque… suponiendo que no fuera la caída de esta última plaza lo que precipitara el final de toda guerra en el Canal de la Mancha y el Mar del Norte, precisamente.

La fórmula de incorporar el acoso al tráfico enemigo a la paleta de tareas habituales de una armada ya había sido ensayada en el Mar Mediterráneo durante el reinado de Felipe III, pues seguía la estela de la hiperactividad que el Duque de Osuna había practicado (un poco por su cuenta) como virrey de Sicilia y de Nápoles, cuando combatió a los corsarios musulmanes con sus propios métodos, poniendo al mando de sus escuadras a excepcionales marinos como Octavio de Aragón, Antonio Pimentel o el propio Francisco de Ribera.[i]

Se da la circunstancia de que la geografía, de nuevo, empujaba a las escuadras de galeras a proteger nuestras costas y nuestro comercio marítimo, hostigar al del adversario, procurar socorro a nuestras plazas, combatir contra la flota enemiga e incluso atacar (y llegado el caso ocupar) sus puertos más emblemáticos. Todo ello al mismo tiempo…

Regreso al futuro

Por alguna extraña razón, y a pesar de los cambios de todo tipo acaecidos en un periodo histórico tan extenso, ciertas consideraciones de la guerra en la mar no parecen haber mutado gran cosa, lo que nos permite poder equiparar muchas de las misiones de la Armada de Flandes o de las escuadras de galeras del Mediterráneo a los cometidos de los que hoy en día se pueden hacer cargo los submarinos convencionales en determinadas condiciones.

Y esas circunstancias tienen mucho que ver con el entorno geoestratégico en el que se desenvuelva la actividad marítima de una nación, que en el caso de España es francamente peculiar, al estar rodeado de países europeos amigos y aliados salvo por el sur, donde una estrecha franja de agua (aunque no solo, en uno de los casos) nos separa de naciones con un menor desarrollo económico que carecen de la calidad democrática de la UE y con quienes hacemos continuos y a veces exagerados esfuerzos de buena vecindad.

En ese contexto, aún cuatrocientos años después, el Arma Submarina parece poder cumplir muchos de los cometidos por cuyo desempeño destacaron la Armada de Flandes de Felipe IV o las escuadras de Sicilia y de Nápoles en el reinado anterior, y es sensato aprender de aquellas experiencias para poder usar y dimensionar adecuadamente la Flotilla actual.

La utilidad estratégica del submarino convencional

Pues bien, toda marina que disponga de submarinos convencionales (anaerobios, ahora mismo, casi con seguridad), podrá en primer lugar disuadir a una escuadra no deseada de acercarse demasiado a la costa nacional. Es el cometido más básico de toda flotilla de submarinos, al alimón con la fuerza aérea (y con las defensas costeras del ejército, si las hubiera): salvaguardar la integridad territorial evitando un bloqueo, un ataque o una incursión desde la mar, combatiendo a una flota adversaria durante su aproximación.

El siguiente escalón en la utilidad disuasoria (y militar) del submarino es su capacidad para interrumpir selectivamente el tráfico marítimo, tanto a lo largo las rutas más previsibles (preferiblemente en los estrechos de obligado paso) como mediante el bloqueo de los puertos enemigos. Una armada que tenga asegurada la inaccesibilidad a su propia costa, podrá emplear un número determinado de submarinos para poner en jaque las líneas de comunicación más críticas del adversario. Pero no solo, también podrá desplegar un dispositivo antisubmarino (en el que los propios SSK podrán ser protagonistas) para evitar que sea el arma submarina hostil quien interrumpa nuestro propio comercio.

Finalmente, en lo más alto del escalafón disuasorio se encuentra la posibilidad de bombardear el suelo enemigo con misiles de ataque a tierra, para lo que los submarinos anaerobios son particularmente idóneos debido a su relativa indetectabilidad. Para mantener una mínima presión sin descanso a lo largo del periodo de crisis, se requeriría un número determinado de unidades, variable en virtud de la distancia de la base al objetivo.

Aunque hay otras tareas al alcance de un submarino desplegado en las inmediaciones de la costa enemiga, como la infiltración de unidades de operaciones especiales sobre el terreno o el acopio de información de interés militar por medios electrónicos, lo cierto es que son las anteriores las que mejor ejemplifican el poder disuasorio del Arma Submarina.

Así pues, y según las circunstancias, un submarino anaerobio puede servir, como antaño lo hacían galeras y fragatas, para asegurar que su nación de origen sea un santuario inabordable (obligación estratégica primaria), para asfixiar económicamente al adversario interrumpiendo su comercio marítimo y evitando que lo hagan en el nuestro (segunda línea estratégica) o para atacar directa o indirectamente (con la obtención de inteligencia) al enemigo en su suelo (la estrategia más ofensiva).

Tener que hacer todo eso a la vez puede suponer un esfuerzo inversor mayúsculo debido al enorme número de unidades que se requieren… salvo que la geografía nos eche una mano y nos permita desplegar las unidades en zonas marítimas desde las que simultáneamente podamos evitar el acercamiento no deseado de cualquier buque de superficie o submarino a nuestro litoral (A2/AD, que se dice modernamente), interrumpir a nuestro antojo el tránsito marítimo internacional a través de Estrecho de Gibraltar o en el entorno de Finisterre (condicionando los accesos occidentales al Canal de la Mancha) y bloquear (y aún amenazar con un ataque a tierra) las costas eventualmente hostiles de un vecino codicioso o envidioso que atente contra nuestra soberanía, nuestros derechos o nuestros intereses.

La presencia submarina en las antiguas zonas marítimas

España debe sacar partido de su ubicación privilegiada. Sus antiguas zonas marítimas son epicentros de la polivalencia a la que estaría sometido toda nave de la Armada que por ellas navegara. Además, son áreas accesibles al Ejército del Aire, en coordinación con la Armada al desplegar sus aviones antisubmarinos y de patrulla marítima por todas ellas… si los hubiera en número suficiente.

Pero para aprovechar bien todas las sinergias descritas, la Arma Submarina ha de disponer de un mínimo número de unidades, que casi debe duplicar al actualmente en construcción para poder tener una presencia permanente en las tres zonas de máximo interés estratégico en atención a la triple responsabilidad descrita:

  • El Mediterráneo Occidental, incluyendo el Mar de Alborán (la antigua zona marítima del Mediterráneo y la parte oriental de la del Estrecho)
  • Las aguas atlánticas que bañan las islas Canarias y se extienden hasta el Estrecho de Gibraltar (la antigua zona marítima de Canarias y la parte occidental de la del Estrecho)
  • Finisterre y los accesos occidentales al Canal de la Mancha (la antigua zona marítima del Cantábrico)

El impacto estratégico de la invasión rusa a Ucrania

La invasión rusa de Ucrania ha provocado que los países de la Unión Europea que pertenecen a la OTAN se hayan topado de bruces contra la realidad de un mundo que no atiende a las veleidades habituales de las sociedades posmodernas que inundan los foros mediáticos de cuestiones verdaderamente inanes.

De repente, parece que nos hemos percatado de que a los estados rivales que carecen de las estructuras democráticas mínimas que exige a sus miembros la UE, no se les puede aplacar con la lógica colaborativa del comercio mutuo que hemos fomentado durante décadas, convencidos como estábamos de que comprándoles hidrocarburos o productos manufacturados no iban a tener motivo o interés alguno en ofendernos, por muy autócratas que fueran sus gobiernos.

Está claro que esa apuesta melindrosa ha demostrado debilitarnos cuando los intereses de un “matón” se han desequilibrado hacia otros derroteros. En ese contexto, ha quedado en evidencia nuestra política energética, demasiado dependiente del gas ruso en Europa Central y del Este, o del argelino en nuestro caso (como también ha quedado en evidencia por otras cuestiones de política internacional más doméstica).

Eso significa que a corto plazo se incrementará la importación por mar de GNL para su regasificación en los puertos europeos (una gran parte de las plantas de regasificación europeas se encuentran en España, si bien no hay conexiones adecuadas con el resto del continente), lo que impulsará la necesidad de escolta naval. A más largo plazo, se debería de imponer la energía nuclear como el más sólido complemento a las renovables, por su bajo coste de generación, su papel tractor en la alta tecnología y su nula emisión de gases de efecto invernadero, aunque solo Francia parece haberlo entendido así. En España, que de nuevo vamos un paso o dos por detrás en temas estratégicos, la decisión más perentoria debería ser la cancelación del absurdo calendario de cierre de las centrales nucleares en operación (todas ellas de segunda generación), cuya vida podría prorrogarse otros veinte años adicionales. En este punto, pensar en nuevas instalaciones de tercera o aun de cuarta generación (aprovechando los emplazamientos actuales), es una quimera. Seguiremos a la espera de la fusión nuclear, de incierto horizonte temporal, pero lo más probable es que sin la construcción de nuevas plantas nucleares perdamos el tren de la competitividad, de la independencia tecnológica y de la lucha contra la emisión de gases de efecto invernadero en la parte que nos toca.

Por otro lado, la OTAN ha recordado el compromiso de sus miembros en la cumbre de Gales de 2014 para destinar el 2% del PIB a Defensa en el horizonte de 2024. Alemania ya ha confirmado que empieza a hacerlo. España ha anunciado un incremento en esa línea, que nadie se cree a pies juntillas por el mero hecho de que un tema tan serio se ha planteado mediáticamente con matices e incluso trampeando las cifras, como si el incremento fuera más una obligación para quedar bien con los socios que una necesidad prioritaria. En cualquier caso, se llegue a medio plazo a la cifra comprometida o no, cualquier aumento significativo en el presupuesto de Defensa será bienvenido, y al crecer lo hará con él el de la Armada aún en mayor proporción, siempre que se establezca un cierto equilibrio en el reparto de fondos entre las tres ramas de las FF.AA., que hasta ahora ha perjudicado a la fuerza aérea y a la marina, pese a ser las más intensivas en capital.

Necesidades perentorias de la Armada

La Armada ha de aprovechar todo incremento del presupuesto, grande o pequeño, para ponerse al día, centrando el tiro en sus necesidades más perentorias, la primera de las cuales es lograr un grado de alistamiento completo de sus unidades actuales, a las que además se ha de modernizar, dotándolas de sensores y armas más idóneas para enfrentarse a cualquier eventualidad.

Además, a la espera de la consolidación de un presupuesto más digno mediante una ley de financiación de la Defensa que permita elaborar un plan naval a largo plazo, se deberían prorrogar las series ahora mismo en construcción, y muy en particular los programas de las fragatas Bonifaz (a las que no estaría de más incrementar el escuálido número de silos de su VLS) y de los submarinos de la clase Isaac Peral, precisamente.

De hecho, perdidas ya más de tres décadas desde la incorporación del último submarino a la Armada, es vital priorizar la contratación de más S80 para paliar nuestra terrible carencia en ese terreno, de los que dada la disponibilidad para la que ha sido concebidos, se requieren siete u ocho unidades para poder garantizar la presencia ininterrumpida de un submarino en cada una de las tres áreas de nuestro máximo interés, lo que supone en la práctica doblar el número de submarinos ahora previstos, algo solo realista en un contexto de incremento presupuestario como el que se ha comprometido.

Tener la posibilidad de desplazar un submarino en caso de crisis a cualquier lugar del Mediterráneo o del Atlántico Norte (como sería deseable para reforzar nuestra huella naval en el hemisferio que nos es propio), sin dejar de mantener la triple presencia antedicha, requeriría un mínimo de diez unidades, que tendrían que ser doce si pretendemos sostener ininterrumpidamente nuestra presión mientras dure la crisis en cuestión. Una Flotilla con más de doce submarinos no es factible ni aun una vez consolidado el presupuesto, momento en el que España podrá disponer de un músculo disuasorio que bien empleado por nuestra diplomacia garantizará nuestra protección internacional sin los sobresaltos a los que nos estamos acostumbrando.

El fuego amigo presupuestario

Si se recupera el equilibrio interno que la Armada mantuvo durante décadas, al menos el 20% de sus inversiones en nuevas unidades deberían destinarse a la adquisición de submarinos durante los próximos treinta años. Así pues, si los presupuestos realmente se incrementaran al 2% del PIB a través de una ley de financiación de la Defensa a largo plazo, el Arma Submarina podría dotarse de hasta diez o doce submarinos anaerobios a lo largo de ese periodo, con independencia de que el desarrollo de una nueva clase llegue a tiempo para completar la Flotilla en mayor o menor proporción, mientras se van desarrollando versiones del S80 con la incorporación de las eventuales mejoras en sus sistemas de armas, sus sensores y su propulsión de acuerdo con la experiencia.

Sin embargo, la inevitable incertidumbre sobre la consolidación y permanencia de un presupuesto que llegue a crecer en los próximos ejercicios, es probable que ocasione disyuntivas inversoras una vez estén perfectamente alistadas sus actuales unidades, habida cuenta de las muchas necesidades adicionales de las que adolece la Armada: nuevos buques o portaaviones anfibios, aviones STOVL F35B, defensa anti-torpedo hard kill, misiles de ataque a tierra, antimisil de corto alcance y antimisil balístico, más fragatas polivalentes oceánicas, helicópteros antisubmarinos y de asalto anfibio, vehículos de combate de infantería anfibios, carros y artillería para la BRIMAR, corbetas…

Además, hay necesidad de otros avanzados sistemas de armas, propios (en España) de otras fuerzas armadas. Es el caso en el Ejército de Tierra con la artillería, tanto de costa, que carece de misiles anti-buque, como antiaérea, que ha de dotar a sus baterías de material más avanzado para la protección de las bases navales (y de otras zonas costeras de especial protección). El Ejército del Aire ha de disponer de nuevos aviones antisubmarinos y de patrulla marítima en número suficiente, así como de un mayor número de cazabombarderos con capacidad anti-buque y de aeródromos de despliegue en Baleares y en alguna nueva base aérea en el cuadrante noroccidental peninsular.

El coste de los modernos submarinos anaerobios es tan enorme que, aun concretándose un incremento presupuestario, es inevitable que surjan reticencias entre quienes no entiendan la necesidad de “tanto” submarino. Por eso es imprescindible ser conscientes del valor triple que la geografía nacional y nuestra situación internacional otorga a todo submarino que navegue en las antiguas zonas marítimas. Y por eso es importante recordar nuestra propia historia naval. Pero nada de todo ello evitará la comparación y la consecuente confrontación, por lo que surgirá sin duda el “fuego amigo” cuestionando determinadas inversiones desde cualquiera de las otras ramas de las FF.AA.

Es un clásico cuando se habla de las aeronaves navales de ala fija, por la oposición de la fuerza aérea de turno a que la marina se dote con aeronaves de ala fija[ii] (2). Otro riesgo evidente, en este sentido, es pretender sustituir la capacidad de aerotransporte de la infantería de marina mediante el uso de helicópteros del ejército de tierra. Es una tendencia común en Europa y no somos una excepción, con independencia de que las máquinas de las FAMET no estén diseñadas para su uso en el ambiente marino, las tripulaciones no estén integradas con los batallones de desembarco, no entiendan la guerra anfibia y no estén acostumbradas (ni dispuestas) a realizar largas navegaciones. Zapatero a tus zapatos. Todo pretendido “ahorro” pensando en compartir aparatos o en usar medios terrestres en la mar es un error técnico de manual, que se convierte en muchos casos en una fuente de ineficiencia táctica, en una pesadilla logística, en problemas operacionales y llegado el caso, en un contratiempo estratégico.

Pero el fuego amigo no se basa solo en la usurpación de medios navales por otras fuerzas armadas, que en algún caso ha funcionado bien[iii] (3), sino en la mera competición por los escasos recursos, que incita a filtrar preguntas como ¿para qué quiere la Armada seis fragatas de tal serie si con cinco debería de valer? ¿para qué más patrulleros si ya tenemos a Aduanas, a Salvamento Marítimo o hasta a la Guardia Civil? ¿qué necesidad hay de un segundo (y no digamos de un tercer) portaaviones anfibio? ¿por qué quieren en la marina tal cantidad de helicópteros antisubmarinos, si no hay tantos submarinos en la vecindad? ¿de verdad necesitamos infantería de marina en el siglo XXI?

En una sociedad ajena a las cosas de la mar es fácil hacer demagogia y ganarse a una opinión pública que no entiende la utilidad de una Armada… invisible.

El fuego hermano presupuestario

Se puede dar aún una vuelta de tuerca al concepto descrito en el epígrafe anterior debido a esa misma competición por los recursos escasos que obliga a cada estado mayor a hacer encaje de bolillos a la hora de equilibrar la fuerza que ha de planificar.

Podemos llamar a esa lucha fraternal inevitable “fuego hermano” por mera analogía con la denominación del anterior. Surge cuando los cuarteles generales miran al futuro e imaginan qué medios auxiliares y de combate serán necesarios para poder planificar así su desarrollo, su adquisición y su entrada en servicio a tiempo en el número y calendario que se haya estimado más adecuado. Se caracteriza por latir en el seno de cada uno de los ejércitos o de la marina, su objeto de discusión permanece en el mismo ámbito y es menos evidente, más sutil, aunque al jugarse con mucha más información es más letal.

La Armada no es ajena a esa dinámica, y el alto coste de construcción de un submarino moderno, que llega a asemejarse al de una fragata que le doble en desplazamiento, no ayuda a conciliar posiciones con quienes demandan la imprescindible renovación del Arma Aérea (4) o de quienes solo piden partidas más modestas para otros cometidos importantes que la renuncia a un solo nuevo submarino permitiría atender[iv].

Son las diversas sensibilidades corporativas dentro de cada institución ante la escasez de fondos (la mayor parte de las veces), lo que fuerza al mando a hacer una selección excluyente. Eso no debería de ser algo especialmente malo. Al contrario: podría provocar el debate operacional e incluso estratégico y llevar a la optimización de los recursos; es decir, podría provocar la eficiencia en la planificación y en la doctrina de empleo de las diversas unidades. Para conseguirlo de hecho, el debate debería emerger de las profundidades de todo eventual cabildeo, siempre puertas adentro de cada institución, eso sí: ha de ser el AJEMA quien promueva por un lado un discreto debate interno para mejor encontrar el punto de equilibrio de nuestras necesidades y quien resuelva, por otro, esas disputas, con objeto de evitar que trasciendan allí donde el número de detractores se multiplica más indisimuladamente.

El futuro S90 y las enseñanzas previas

Es probable (y diríase que conveniente) que la serie que suceda a los Isaac Peral se desarrolle junto con algún socio europeo.

Es fácil juzgar las decisiones pasadas cuando ya se han visto las consecuencias, pero al menos se han de analizar para aprender y evitar cometer los mismos errores, que en el caso del programa S80 se han sucedido desde su misma génesis, cuando en lugar de adaptar la clase Scorpene[v]a las necesidades españolas para sustituir a los Delfín, a la espera de poder avanzar hacia un desarrollo enteramente nacional (como se pretendía), que pudiera llegar a tiempo para reemplazar a los Galerna, se decidió “atajar” ahorrándose el paso intermedio, virando la mirada al otro lado del Atlántico en relación al sistema de combate y provocando en consecuencia la ira de los socios galos, el final de la fabricación de las secciones de popa de los Scorpene en Cartagena y el inicio de un calvario por todos conocido, tanto en el terreno industrial (agravado por la decisión de desarrollar desde cero un nuevo sistema de propulsión anaerobia en lugar de adaptar alguno de los ya existentes), como en el naval, lo que es aún peor, al iniciar un periodo que va para dos décadas (se dice pronto) en el que la obsolescencia de los submarinos en uso ha ido imponiendo su baja inaplazable uno tras otro, hasta reducir a casi la nada los ocho miembros de la Flotilla de los que disponíamos a comienzos de siglo.

Visto en perspectiva, y a pesar del excelente desempeño de quienes fueron llamados a arreglar el desaguisado, será difícil hacer las cosas tan mal de nuevo, y eso es una garantía de éxito, una vez que se ha podido enderezar gran parte del programa, a falta de que el módulo AIP sea una realidad tangible que nos haga olvidar la existencia de nuevas baterías de litio ya en uso en varios submarinos japoneses, si es que no acaban conviviendo.

En este punto cabe recordar que con ser muy importante la autonomía estratégica industrial, el aseguramiento de nuestra seguridad ante amenazas militares es más crítico que la potenciación de nuestra industria y de la tecnología militar autóctona, que han de estar al servicio de la Defensa y no al revés.

Conclusiones

La historia marítima de la Monarquía Hispánica pone de manifiesto tanto la importancia de disponer de bases navales cercanas a las zonas de operaciones, como el peso de la geografía a la hora de multiplicar el valor de una escuadra, todo lo cual es de aplicación para el Arma Submarina hoy en día, que una vez cuente con unidades suficientes podrá influir en el devenir geoestratégico español con una contundencia inusitada, dada la triple condición de sus eventuales tareas.

La situación internacional a raíz de la invasión rusa de Ucrania ha provocado la voluntad occidental de incrementar los presupuestos de Defensa, lo que, en el caso español (de cumplirse), será especialmente significativo y permitirá prorrogar la serie S80 para alcanzar un número mínimo que nos permita estar presentes con continuidad en las aguas de nuestro interés. Más allá de los cuatro ya en construcción, el Arma Submarina ha de contar con al menos tres o cuatro más para cubrir las necesidades mínimas de España en las zonas marítimas más próximas, donde el poder de este tipo de naves se multiplica.

Poder extender la amenaza submarina a todo el litoral del Mar Mediterráneo o del Atlántico Norte requeriría de diez a doce unidades, algo factible solo si España cumple sus compromisos presupuestarios y evita los errores del pasado reciente.

El mayor riesgo para la consecución de un Arma Submarina más grande, aunque se incrementen los fondos de Defensa finalmente, será el fuego amigo presupuestario, que es un fenómeno bien conocido y tiene siempre cierto componente destructivo, inevitablemente. Es misión de JEMAD y de la estructura conjunta combatirlo, con independencia de que en ocasiones el peligro esté más cerca y evitarlo sea cosa más interna.

Referencias

Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, José (2001), España, Flandes y el Mar del Norte (1618-1639), Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales

Conte de los Ríos, Augusto (2021), “El S-80: por qué un submarino español”, Global Strategy

Fernández Duro, Cesáreo (1885), El Gran Duque de Osuna y su Marina, Madrid: Sucesores de Rivadeneyra

Gutiérrez, Roberto (2022), “Sobre el gasto militar en España”, Ejércitos, No.35

Linde, Luis M. (2005), Don Pedro Girón, duque de Osuna, Madrid: Ediciones Encuentro

Martí Sempere, Carlos (2021), “El problema del coste de la defensa”, Revista de Estudios en Seguridad Internacional, Vol.7, No.2, pp. 41-61

Ruiz Arellano, Carmen (2021), “Un análisis financiero de la industria española de defensa”, Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos, Nº18, pp. 305-328

Santé Abal, José M. (2022), “El debate sobre el presupuesto de Defensa. La asignatura pendiente”, Boletín del IEEE, Documento de Opinión 45/22

Stradling, R.A. (1992), The Armada of Flanders, Cambridge: Cambridge University Press

Villanueva, Christian D. (2021), “La industria española de defensa ante los nuevos conflictos: capacidades a aportar”, Revista de Estudios en Seguridad Internacional, Vol.7, No.2, pp. 63-81


[i] Personajes que junto a los mandos de la Armada de Flandes bien podrían dar nombre a futuros submarinos, dando continuidad al perenne homenaje a los grandes hombres de la Armada que se rinde al bautizar a las nuevas unidades.

[ii] Ocurrió en Italia durante largo tiempo y en una variante casi más inexplicable, sucedió en Reino Unido al integrar en su momento los Harrier de la Fleet Air Arm de la Royal Navy con los de la RAF en una misma unidad, un error manifiesto que lejos de corregirse se ha consolidado con la llegada de los F35B.

[iii] Un claro ejemplo de éxito es la adscripción de los aviones antisubmarinos y de patrulla marítima al Ejército del Aire, que gracias a la coordinación entre las fuerzas se ha solventado siempre con nota. El Ejército de Tierra cuenta con el Ysabel, ro-ro para el transporte de material, que tripula la Armada como antes hizo con otros barcos, en una curiosa colaboración que no ha dado problemas.

[iv] A grandes rasgos, la adquisición de 24 F35B vendría a equivaler en términos presupuestarios a una ampliación de la serie S80 en cuatro unidades adicionales.

[v] Estos submarinos se construyeron en Navantia en colaboración con Naval Group (entonces DCN) para terceras marinas como las de Chile o Malasia.


Editado por: Global Strategy. Lugar de edición: Granada (España). ISSN 2695-8937

Manuel Vila González

Presidente del Cluster de la Industria de Defensa. Colaborador del Centro de Pensamiento Naval de la Escuela de Guerra Naval de la Armada y Director General de Newtesol, S.L

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