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Desarrollos doctrinales en el periodo de entreguerras

https://global-strategy.org/desarrollos-doctrinales-en-el-periodo-de-entreguerras/ Desarrollos doctrinales en el periodo de entreguerras 2018-10-24 20:01:33 Carlos Javier Frías Sánchez Blog post Estudios de la Guerra Poder militar terrestre Segunda Guerra Mundial

La Gran Guerra supuso un cataclismo geopolítico: al final de ese conflicto, el mapa político del mundo era notablemente diferente del de 1914. Tres grandes Imperios (el alemán, el austro-húngaro y el otomano) habían desaparecido, mientras que habían surgido en Europa muchos nuevos Estados (Checoslovaquia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Finlandia, Yugoslavia…) y otros habían cambiado sus fronteras (Alemania, Hungría, Polonia, Bélgica, Dinamarca, Italia…). Rusia se encontraba inmersa en una guerra civil de resultado imprevisible, mientras que Japón aparecía como una nueva potencia. Alemania había perdido sus colonias en beneficio de franceses y británicos, que también se habían repartido el Oriente Medio que perteneció al Imperio turco. El nuevo mapa del mundo, implicaba cambios en las relaciones entre las viejas Grandes Potencias y entre ellas y los nuevos Estados.

Desde el punto de vista doctrinal, el periodo de entreguerras es un periodo extraordinariamente fértil, centrado en resolver un problema militar de importancia capital: evitar el estancamiento que había caracterizado al Ffrente Occidental durante la Gran Guerra, que, para todos los posibles contendientes, implicaba la asunción de una cantidad de bajas desorbitada en caso de un nuevo conflicto (poniendo en cuestión la propia utilidad de la guerra como instrumento de la política) y que, además, en el caso de los vencidos (especialmente de Alemania) los condenaba a ser derrotados inevitablemente en cualquier futuro conflicto con los industrialmente más poderosos aliados.

Los estudios doctrinales partían lógicamente de la experiencia táctica de la Gran Guerra, pero, obviamente, no podían ignorar factores estratégicos, económicos y sociológicos puestos de relieve por el conflicto. Cada una de las Grandes Potencias que participaron en ese conflicto abordó el problema de forma diferente, según su propia experiencia y su situación geopolítica.

Desde el punto de vista estratégico, Francia no podía ignorar que la vencida Alemania seguía teniendo una población de 60 millones de habitantes, por menos de 40 millones de Francia. Por ello, el principal objetivo político de Francia en 1918 era debilitar tanto a Alemania que no pudiera suponer una amenaza, evitando así una futura agresión alemana. Pero Francia también era la Gran Potencia que más pérdidas humanas había sufrido durante la Gran Guerra: el 28,5 % de la población masculina en edad militar resultó muerta o seriamente herida en ese conflicto; sobre unos 20 millones de hombres, 1,4 millones resultaron muertos y 4,3 millones resultaron heridos, cifras solo superadas (en proporción) por Serbia. En consecuencia, Francia asumía que, dado el coste humano de una ofensiva y su desventaja poblacional con respecto a Alemania, en caso de un nuevo conflicto una acción ofensiva contra Alemania era imposible. Además de estos factores estratégicos, la victoria alcanzada parecía confirmar la bondad de las ideas doctrinales puestas en práctica en 1918.

En el extremo opuesto, en Alemania, los factores estratégicos seguían siendo básicamente los de 1914, junto con otros nuevos derivados del resultado desfavorable del conflicto. Alemania seguía teniendo Estados hostiles en sus fronteras occidental y oriental (Francia y Polonia). Y, aunque Polonia fuese un enemigo muy inferior a lo que había sido el Imperio Ruso en 1914, a diferencia de entonces, las limitaciones impuestas por los vencedores a las Fuerzas Armadas alemanas hacían a la República de Weimar incapaz siquiera de defender su territorio frente al modesto Ejército polaco y absolutamente impotente para resistir al Ejército francés. Sin embargo, Alemania había perdido sus colonias, su flota y sus deseos de crear un Imperio ultramarino, lo que había eliminado cualquier motivo de conflicto con Gran Bretaña.

No obstante, las durísimas condiciones que los tratados de paz impusieron a los vencidos presagiaban un retorno a las hostilidades. En efecto, la serie de tratados que pusieron punto y final a la guerra (el Tratado de Versalles, con Alemania, el de Saint-Germain-en-Laye con Austria, los Tratados de Sèvres y Lausana con Turquía, el de Neully con Bulgaria y el de Trianon con Hungría) se caracterizaron fundamentalmente por el deseo francés de evitar un futuro resurgimiento alemán, imponiendo unas condiciones cuyo cumplimiento condenaba inevitablemente a Alemania a la pobreza, lo que abocaba a la recién nacida República de Weimar a una constante inestabilidad política, y a un inevitable incumplimiento futuro de estos Tratados.

El Estado Mayor alemán se enfrentaba a un problema de solución casi imposible: crear, dentro del estrechísimo marco del Tratado de Versalles, unas Fuerzas Armadas capaces al menos de defender el territorio alemán. Las limitaciones impuestas por el Tratado de Versalles hacían aún más agudo el problema doctrinal a resolver: aceptar como las únicas posibles las tácticas empleadas en la Gran Guerra condenaba a Alemania a la derrota en el nuevo conflicto que parecía adivinarse. En consecuencia, Alemania inició una revisión completa de su doctrina casi desde el momento de la firma del armisticio. Siguiendo a Mahan, “la derrota grita pidiendo una explicación, mientras que el éxito, como la caridad, cubre una multitud de pecados”.

Desde el punto de vista sociológico, en un primer momento, los horrores de la Gran Guerra se tradujeron en un aborrecimiento general de la guerra y de la violencia. Sin embargo, las duras condiciones que los tratados de paz impusieron a los vencidos suponían no solo una humillación nacional, sino que crearon regímenes débiles e inestables, sumidos en una continua crisis económica y política. En consecuencia, el rechazo social a la posibilidad de una nueva guerra fue de corta duración en el bando perdedor (especialmente, en Alemania, la más castigada por las condiciones impuestas por los vencedores).

El inmenso coste humano del conflicto y la impopularidad social de la guerra, llevaron también a una tendencia general a considerar la creación de Ejércitos profesionales, más reducidos, en los que su menor tamaño se compensaría con la aplicación masiva de soluciones tecnológicas, destacando entre ellas la motorización y la potenciación de la Aviación.

La oposición social a la guerra tuvo consecuencias profundas en el campo doctrinal, acentuadas aún más por la gran diferencia de este rechazo entre vencedores y perdedores. Mientras que en Francia el rechazo a una nueva guerra era absoluto y llegaba a determinar la política del Estado francés, Alemania se preparó casi desde el momento de la firma del Tratado de Versalles para un conflicto que entendía inevitable. Por su parte, el Reino Unido, desaparecida Alemania como rival del Imperio Británico, no veía ningún interés en intervenir en un nuevo conflicto en suelo europeo y los Estados Unidos se mantenían en el convencimiento de que ninguna futura guerra europea llegaría a afectarles. Estas diferencias de enfoque se tradujeron en concepciones doctrinales diferentes: Francia adoptó una doctrina absolutamente defensiva, Alemania, por el contrario, necesitaba una victoria rápida que sólo la ofensiva podía otorgarle. El Reino Unido se vio atrapado entre dos requisitos contrapuestos: por un lado, la necesidad de encontrar una solución a la parálisis de la maniobra en el caso de un nuevo conflicto europeo (que, en cualquier caso, consideraba poco probable), y por otro la adaptación de sus Fuerzas Armadas a las labores de defensa de su ampliado Imperio.

Por su parte, Estados Unidos consideraba que su Ejército no volvería a ser empleado fuera del continente americano (valoraba un nuevo despliegue en Europa como una posibilidad muy remota), por lo que su interés en desarrollar nuevos conceptos para una muy improbable guerra de alta intensidad era prácticamente nulo. Por último, en 1918, Rusia, inmersa en una guerra civil combatida en espacios inmensos y con una bajísima densidad de ocupación del terreno, tenía problemas inmediatos más urgentes que la revisión de su doctrina. Sin embargo, la experiencia de la guerra civil rusa constituyó la base de los desarrollos doctrinales soviéticos a partir de 1921.

Pese a estas diferencias, desde el punto de vista estrictamente militar, el periodo de entreguerras se caracterizó por un importante desarrollo doctrinal, en gran medida como consecuencia del citado convencimiento de los alemanes de la inevitabilidad de un nuevo conflicto continental, y del deseo de franceses y británicos de encontrar una solución al problema de la parálisis de la maniobra que había caracterizado a la Gran Guerra. Mientras alemanes y franceses continuaron profundizando en “su” particular (y opuesta) solución al problema de la vulnerabilidad de la Infantería y de la Caballería, los anglosajones pensaban que podrían escapar a cualquier futuro conflicto europeo, lo que minaba sus esfuerzos para desarrollar una doctrina de combate para una nueva guerra en Europa.

Francia

Por parte francesa, su Estado Mayor del periodo de entreguerras diseñó su Ejército, en palabras de Liddell-Hart, “como una lenta apisonadora de fuego que debería hacer retroceder gradualmente, como en 1918, a un ejército similar. Para los franceses, un ataque era “fuego que avanza”.

La citada aversión social a la guerra, consecuencia del enorme número de bajas de la Gran Guerra, hizo cambiar ligeramente esta percepción, en el sentido de renunciar a la ofensiva, y prepararse en su lugar para resistir a la “apisonadora” alemana, empleando esencialmente los mismos procedimientos que en 1918. El resultado más evidente de esta tendencia fue la construcción de la “Línea Maginot”[1], una posición fortificada del estilo de las que se construyeron en la Primera Guerra Mundial, pero diseñada desde tiempo de paz y construida con hormigón, en lugar de con sacos terreros.

Es interesante recordar que la Gran Guerra en el imaginario popular y militar francés está, todavía hoy, representado por la batalla de Verdún. Para Francia, Verdún fue una victoria que representaba el sacrificio del soldado francés, enfrentado a las “tempestades de acero” de la Artillería alemana, y que, pese a ellas, consiguió resistir y vencer… Para los franceses de los años 30, un futuro conflicto podría resultar favorable a Francia en una batalla defensiva que agotase el potencial ofensivo del Ejército alemán, como se había hecho en Verdún en 1916.

Fortificaciones de la “Línea Maginot” cerca de Menton, junto a la costa mediterránea. Las conclusiones francesas sobre la experiencia de la Primera Guerra Mundial llevaron a ponderar el valor de la defensiva y la fortificación.

Sin embargo, pese a la propaganda francesa de la época, el coste de la línea Maginot era inasumible para una Francia devastada por la Guerra (el 40% del tejido industrial francés se encontraba en las zonas más afectadas por los combates, y había resultado arrasado). Como consecuencia, el proyecto original de la línea sufrió modificaciones destinadas a reducir ese coste. Al final, la línea Maginot estaba infra-artillada (pese a que la doctrina francesa se basaba en el fuego) e incompleta, por lo que el Estado Mayor francés la concebía más que como una obra de fortificación en sí misma, como el esqueleto de un frente defensivo que debía completarse con fortificaciones de campaña y unidades de Artillería regulares, que desplegarían en los sectores menos protegidos de la línea. En consecuencia, el paso lógico fue el perfeccionamiento de las tácticas aplicadas en los años finales de la Gran Guerra.

La defensiva francesa seguía orientada hacia el terreno, y se denominaba “sin idea de retroceso” (sans esprit de recul). En ella, los franceses procuraban aprovechar al máximo los campos de tiro, reorganizando completamente los Batallones, segregando ametralladoras de la Compañía de Ametralladoras y agregándolas a Compañías y Secciones, para obtener la máxima eficacia de los alcances de sus armas y del cruce de sus campos de tiro. Esta reorganización debilitaba la cohesión de las pequeñas unidades y limitaba la capacidad de las organizaciones resultantes para actuar de forma independiente. En cualquier caso, la iniciativa no era importante, pero sí, como en 1918, el que cada elemento cubriese el sector de tiro asignado. Los morteros se empleaban como parte del plan de fuegos, cubriendo las zonas desenfiladas al fuego de las ametralladoras, en planes de fuego preestablecidos.

Cuando, a mediados de los años 30, los franceses comenzaron a desplegar cañones contracarro (reemplazando al “cañón de Infantería” Puteaux 37 mm TRP, mod. 1916), la doctrina francesa preveía su dispersión de forma regular por todo el campo de batalla (igual que se habían desplegado sus predecesores), actuando como elementos aislados que protegerían a las unidades de Infantería próximas de un ataque de carros. Esta medida era coherente con el propio empleo francés de los carros de combate, que se pensaba que desplegarían regularmente, avanzando intercalados entre la Infantería en un amplio frente, y que era lo que se esperaba que hiciese el enemigo. Sin embargo, esta dispersión de la capacidad contracarro hacía a la Infantería francesa muy vulnerable ante un ataque concentrado de medios acorazados.

La doctrina defensiva francesa sólo asignaba a la Infantería la función de crear una barrera de fuego, desde posiciones estáticas. En una aplicación extrema de esta doctrina, al final de los años 30 se llegaron a desplegar Batallones de Ametralladoras independientes, sin apenas movilidad y con funciones estrictamente defensivas.

La aparente homogeneidad de la organización de la defensa se rompía en sectores clave, donde cada unidad francesa ejercía su effort principal, traducido en la asignación de una mayor proporción de fuerzas para su defensa.

Autoametralladora Peugeot F-1. La Caballería francesa combinaba el uso de medios a lomo con vehículos de motor sobre ruedas (y después sobre cadenas). La diferente movilidad de estos medios hacía poco viable su empleo coordinado por debajo del nivel División.

En realidad, el Estado Mayor francés no minusvaloró las capacidades del carro de combate: simplemente estimó que las capacidades de las nuevas armas contracarro superaban la protección de estos ingenios. Para los teóricos doctrinales franceses, la Gran Guerra se había decidido por la potencia de fuego, y la introducción del carro de combate apenas había supuesto un paréntesis a esta situación. En la guerra futura, la potencia de fuego (contracarro, en este caso) haría que el campo de batalla fuese tan letal para el carro de combate como lo había sido en la Gran Guerra para el infante a pie. Y la solución prevista para esta situación era la misma que en 1916-1918: el avance de los carros debía ser precedido de una “barrera móvil” de Artillería (buscando la destrucción de las armas contracarro, igual que en la Gran Guerra tomaba como blanco a las ametralladoras). En consecuencia, la velocidad de avance de los carros estaría limitada por la del avance de la “barrera móvil” (puesto que esta barrera batía todo el frente de avance, era necesariamente lenta, para poder asegurar la destrucción de los posibles asentamientos de armas contracarro del defensor), y la profundidad de su avance la marcaría el máximo alcance de la Artillería. Es decir, el campo de batalla sería gemelo al de 1916, pero con los atacantes sobre vehículos blindados, en lugar de a pie. Como consecuencia de este análisis, la defensiva seguía prevaliendo sobre la ofensiva, puesto que ésta sería siempre limitada, lenta y costosa.

No obstante, la capacidad de ruptura del frente de las nuevas divisiones Panzer alemanas no escapaba a los teóricos franceses. Sin embargo, consideraban que, disponiendo de unidades acorazadas potentes desplegadas como reservas operacionales, cualquier brecha enemiga podría ser contrarrestada mediante un contraataque a cargo de estas unidades. En consecuencia, a finales de los años treinta comenzaron a organizar las denominadas “Divisiones Acorazadas de Reserva” (Divisions Cuirassées de Reserve – DCR), de las que llegaron a disponer de tres en mayo de 1940. Su propio nombre dejaba claro el papel que se preveía para ellas. En esta apreciación de que las divisiones Panzer podrían ser frenadas por un sistema defensivo bien concebido, los franceses coincidieron con el diagnóstico de Liddell-Hart, que, a finales de los años treinta, consideraba que la defensiva siempre predominaría sobre la ofensiva, bajo la condición de disponer de unas eficaces reservas motorizadas.

En ofensiva, los franceses contaban con el despliegue rápido de sus Unidades de Caballería y autoametralladoras-cañón, con la finalidad de ocupar posiciones que limitasen el avance enemigo (concepto denominado force de couverture). Estas posiciones serían ocupadas posteriormente por la Infantería, estableciendo un frente continuo como en la Gran Guerra. Una vez constituido ese frente, en el caso de emprender una acción ofensiva, la Infantería francesa preveía un ataque “tipo 1918”, aplicando su máxima de que la Artillería debe allanar completamente el camino a la Infantería y a los carros. No es sorprendente que, hasta 1940, los franceses siguieran confiando en sus “barreras móviles” y en sus rígidos, centralizados, metódicos y potentísimos planes de fuego para abrir paso a su Infantería y a sus carros.

La Infantería francesa fue ampliamente dotada de armas automáticas, articulándose en Pelotones a dos Escuadras, una de ametralladora ligera y otra de fusiles. Tres de estos Pelotones constituían una Sección. Los Pelotones no estaban concebidos para actuar separados, y tanto en defensiva como en ofensiva actuaban reunidos, siendo la Sección la menor unidad capaz de ejecutar una acción independiente. Cada Batallón tenía tres Compañías de fusiles a tres Secciones como la descrita y una Compañía de Ametralladoras, dotada en 1940 de entre 16 y 20 armas pesadas y un número limitado de morteros (de cuatro a seis).

Esta Infantería desplegaría con sus Pelotones reunidos, pero separados entre sí, lo mismo que sus Secciones, que sus Compañías… El mantener los Pelotones reunidos mitigaría los comentados problemas del orden abierto, mientras que el separarlos entre sí reduciría su vulnerabilidad. Los carros, regularmente espaciados entre los Pelotones, acompañarían y protegerían a la Infantería, proporcionándoles la potencia de fuego necesaria para destruir los focos de resistencia que hubieran sobrevivido al bombardeo artillero. La Infantería francesa avanzaría en formaciones regulares como la descrita, siguiendo el ritmo marcado por su Artillería con la esperanza de que, ahora sí, la Artillería fuese capaz de silenciar a los defensores… Así, la proporción entre Grupos de Artillería y Batallones de Infantería fue creciendo con cada reorganización. Como ejemplo, en 1932, una División ‘normal’ de Infantería encuadraba seis Batallones de Infantería y cinco Grupos de Artillería.

En cuanto al empleo de los carros de combate, en Francia también hubo pioneros que abogaban por un empleo de los carros de combate similar al descrito por Fuller o, posteriormente, Guderian. El pionero de los carros de combate franceses, el Coronel Jean-Baptiste d’Estienne, predecía ya en 1919 que una fuerza de 4.000 carros de combate y 12.000 vehículos de motor sería capaz de romper el frente enemigo, en una maniobra que describía así:

‘Los carros de ruptura avanzan. La infantería acorazada y la artillería de acompañamiento les siguen… Las líneas enemigas de vanguardia son rotas enseguida y, ¡ahí está!, la rápida explotación de los carros da un paso adelante, como antes lo hiciera la caballería, para obtener la victoria.’

Es interesante subrayar que el Coronel d’Estienne (artillero) veía a los carros desempeñando las funciones tradicionales de la Caballería. Una postura similar a la suya la defendió Charles de Gaulle, en su libro Vers l’armée de métier (libro que resultó muy polémico en Francia; sin embargo, sus ideas sobre el uso de los carros se vieron eclipsadas por su propuesta de crear un Ejército profesional, aboliendo el ‘Ejército Nacional’ compuesto de ‘soldados-ciudadanos’, que era uno de los elementos esenciales del ideario republicano. La polémica sobre el libro de De Gaulle se centró por ello en la profesionalización del Ejército, mientras que se prestó muy poca atención a las ideas doctrinales expuestas), pero sus posturas apenas tuvieron influencia, por diversos motivos: por un lado, el Estado Mayor francés consideraba que las tácticas empleadas en la parte final de la Gran Guerra eran el modelo a seguir, dado su éxito, y por otro, las nuevas ideas de empleo de los carros de combate obligaban al desarrollo de nuevos ingenios y a deshacerse del enorme parque de medios acorazados construido durante la PGM. En el contexto de las necesidades económicas de reconstrucción del país, y esperando un largo periodo de paz, ese gasto era difícilmente justificable.

En efecto, el final de la Gran Guerra dejó a Francia con un parque de más de 3.000 carros Renault FT-17 y varios cientos de los menos avanzados Schneider y Saint-Chamond. Si bien los Schneider y los Saint-Chamond (claramente inadecuados) fueron dados de baja rápidamente, el buen comportamiento de los Renault en Marruecos en los años 20 y su abundancia hizo que Francia conservase los Renault muchos años después del final de la guerra. El Renault FT-17 tenía una velocidad de 7 km/h y una autonomía de 35 km. Esto lo hacía absolutamente inadecuado para el rápido avance que los franceses preveían para su Caballería, pero muy apto como elemento auxiliar de la Infantería. En consecuencia, después de la guerra se asignaron los Renault FT-17 al Arma de Infantería, devolviendo a sus unidades de origen al personal de Caballería y de Artillería que los había operado durante la guerra y sustituyéndolo por personal de Infantería sin más experiencia que el combate a pie. Como consecuencia, en Francia (y en los países de influencia doctrinal francesa, como Italia, Estados Unidos o España) no existió la presión que hubo en otros Ejércitos para buscar un papel distinto a los carros que el de meros auxiliares de la Infantería.

Sólo a finales de los años 20, los franceses se plantearon tímidos movimientos de ‘carros de maniobran coordinada’ (chars de manœuvre ensemble), que actuarían también en apoyo de la Infantería, pero que podrían actuar como descubierta, cubrir flancos o realizar una explotación del éxito. Estos carros actuarían por batallones subordinados a una División de Infantería o a un Cuerpo de Ejército, es decir, sólo a nivel táctico. En ningún caso se preveía un uso independiente del carro de combate o una explotación de nivel operacional con esos medios.

Las características técnicas de los carros de combate franceses reflejaban el empleo táctico previsto: los carros franceses eran lentos (no se necesita velocidad para acompañar a un infante a pie, tras un barrera artillera que se mueve a 2 o 3 km/h), su autonomía era reducida (pues su límite de movimiento lo marcaba el alcance de la Artillería de apoyo) y, puesto que no se esperaba que actuasen como unidades coordinadas, los medios de mando y control de que disponían eran muy rudimentarios (banderolas de señales, fundamentalmente), pues su coordinación se limitaba a mantener intervalos y distancias regulares en un lento avance en paralelo. Por ello se optó por las torres monoplaza, más pequeñas y ligeras que las torres biplaza de los Panzer alemanes, mecánicamente más sencillas de girar gracias a su menor peso y más económicas de producir. El principal inconveniente es que el Jefe de Carro era además el artillero. Si además mandaba una Unidad de Carros, debía encargarse personalmente del manejo de las banderolas de señales… Esta concentración de tareas saturaba a los Jefes de Carro y hacía prácticamente imposible la actuación coordinada de una Unidad de Carros en algo más complejo que el avance paralelo que se esperaba de ellas.

Carros franceses FT-7 operados por los norteamericanos en el Argonne, en 1918. El FT-7 fue el carro producido en mayor número y constituyó la base de los medios acorazados franceses hasta los años 30

En consecuencia, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, para los franceses, el carro de combate es principalmente un elemento auxiliar de la Infantería, y, por ello, está tan subordinado a las posibilidades de la Artillería como la propia Infantería a la que auxilia. La única excepción es la creación de las mencionadas Divisiones Acorazadas de Reserva, cuya doctrina de empleo no llegó a desarrollarse realmente antes de la derrota de 1940.

De hecho, las tácticas francesas de Infantería ligera en el periodo de entreguerras son apenas diferentes de las experimentadas en los años finales de la Primera Guerra Mundial, y estrenadas en Malmaison o en Montdidier en 1918, con una ofensiva centrada en el apoyo de la Artillería y en la progresión tras ‘barreras’ de fuegos, con carros avanzando junto a la Infantería y en apoyo de ésta, y una defensiva orientada exclusivamente a la conservación del terreno mediante el fuego. La Infantería francesa está en la práctica subordinada a las posibilidades de empleo de la Artillería y, en cierta medida, de sus carros de apoyo, lo que suscitó no pocas críticas internas y externas acerca de la ‘perniciosa tendencia francesa’ a confiar más en la técnica que en el coraje de sus hombres.

Por su parte, la motorización de la Caballería francesa se hizo formando Divisiones mixtas compuestas tanto de vehículos de motor (en general, autoametralladoras, camiones y motocicletas) junto con Regimientos de Caballería a lomo, creando unidades en las que se combinaban elementos de diferente movilidad, lo que hacía muy complejo su empleo simultáneo. La casi inevitable separación de estos elementos dotados de medios con diferentes velocidades, junto con los rudimentarios medios de mando y control disponibles hacía que la coordinación interna de estas unidades fuese imposible a las pocas horas de combate. Pese a ello, fueron imitadas en muchos países, aunque su empleo en combate al inicio de la Segunda Guerra Mundial demostró la escasa utilidad práctica del concepto.

Carro francés SOMUA S-35. La pertenencia oficial de todos los carros a la Infantería obligó a la Caballería francesa a denominarlo Auto-Mitrailleuse de Combat (AMC). El SOMUA era el mejor carro francés de 1940, pero su torre monoplaza constituía un importante inconveniente

A mediados de los años treinta, el concepto inicial evolucionó hacia un tipo de División denominado Division Légère Mecánique, compuesta esencialmente de tres o cuatro Batallones de fusileros sobre vehículos a motor, un Batallón de carros (tipo SOMUA S-35, con una velocidad de 40 kph) y un Batallón de autoametralladoras a motor. Su Artillería era similar a las de las Divisiones de Infantería ordinarias. Puesto que, reglamentariamente, todos los carros de combate debían pertenecer a la Infantería, el SOMUA S-35 se denominó oficialmente Auto-Mitrailleuse de Combat (‘autoametralladora de combate’).

La proporción de estos ingenios fue aumentando continuamente: en 1935 la Division Légère Mecánique tenía un carro por cada dos transportes de fusileros, mientras que en 1939 tenía cuatro carros por cada tres transportes. Aunque estas Divisiones parecían copias más potentes de las Divisiones Panzer alemanas, su doctrina de empleo era errónea: para los franceses, en ofensiva la Division Légère Mecánique era poco más que una cortina de posiciones de bloqueo de despliegue rápido, y sus carros apenas un medio de proporcionar un refuerzo de fuegos a estos puestos avanzados, mientras que en defensiva se pensaban emplear de igual forma que las Divisiones Acorazadas de Reserva, para ejecutar contraataques locales sobre las fuerzas que pudiesen romper el frente. Como en el caso de las DCR, no se llegó a desarrollar una doctrina detallada sobre la forma de ejecutar esos contraataques.

Reino Unido

El caso británico es distinto: si, durante el periodo de entreguerras, franceses y alemanes profundizaron en su particular enfoque sobre el empleo de las Armas (especialmente de la Infantería y de la Artillería) desarrollado en la Primera Guerra Mundial, el pensamiento militar británico fue una reacción contra lo vivido en ese conflicto. Durante este periodo destaca la influencia de dos autores: J.F.C. Fuller y Basil Liddell-Hart.

J.F.C. Fuller era uno de los pioneros de los carros. Como Jefe de Estado Mayor del Royal Tanks Corps planeó el citado ataque de Cambrai, en noviembre de 1917. En 1918 publicó una pequeña obra llamada ‘Plan 1919’ en el que exponía su idea de la guerra acorazada, en la que narraba la hipotética ruptura y avance en la retaguardia alemana de una fuerza de 5.000 carros de combate, a la que nada podría detener. En realidad, Fuller sustituyó el eslogan francés de ‘la artillería conquista, la infantería ocupa’ por el de ‘los carros conquistan, la infantería defiende’, y, de forma similar, su aproximación al problema perseguía sustituir a Infantería, a la que consideraba incapaz de adaptarse a las condiciones modernas del campo de batalla, por un nuevo Arma, que pasaría a ser el Arma principal en el combate: el Arma Acorazada. Tras la guerra siguió siendo un apasionado defensor del carro de combate y de la motorización del Ejército británico.

Liddell-Hart había sido oficial de Infantería en el King´s Own Yorkshire Light Infantry Regiment, en el Somme, y su Regimiento había sido prácticamente aniquilado al principio de la batalla. Él mismo había sido gaseado y su precaria salud lo relegó a labores de adiestramiento en retaguardia. Liddell-Hart es conocido por sus obras sobre estrategia y por su influencia en el nacimiento de la ‘guerra relámpago’ o blitzkrieg, como la denominó la propaganda nazi (El término ‘blitzkrieg’ no aparece en la doctrina alemana en ningún momento (las Fuerzas Armadas alemanas denominaron a este concepto ‘guerra de movimiento’ o Bewegungskrieg). Sin embargo, es importante tener en cuenta que los primeros trabajos de Liddell-Hart se dedicaron al adiestramiento de la Infantería, y que su posterior evolución como abogado de los medios acorazados y mecanizados nació de su rechazo a considerar el sacrificio de la Infantería en batallas de desgaste como la forma ‘correcta’ de hacer la guerra.

Las ideas de Liddell-Hart y las de Fuller eran complementarias: Liddell-Hart describía cómo alcanzar una ruptura del frente, y cómo iniciar su explotación, y Fuller aportaba el medio para compensar la limitada movilidad táctica de la Infantería, con sus ideas sobre el empleo de los carros de combate.

Los defensores de la mecanización y los que mantenían que las circunstancias que habían dado lugar a la aparición del carro (los ‘frentes’) eran puntuales e irrepetibles, mantuvieron una dura pugna en el seno del Ejército británico, lucha prolongada que extremó las posturas. Así, los defensores del carro de combate llegaron a considerar que el carro de combate reunía en sí mismo el necesario equilibrio entre potencia de fuego, movilidad y protección, por lo que no se requeriría el concurso de ningún otro Arma, excepto de alguna unidad de Infantería para ocupar el terreno, y de algunas piezas artilleras para realizar asedios…

Por el contrario, los enemigos del carro defendían que una nueva guerra europea era poco probable, y que, aunque estallase, el tamaño del Ejército alemán (con el tope de 100.000 efectivos fijado por el Tratado de Versalles) no le permitiría en ningún caso establecer un frente continuo, por lo que no habría oportunidad de romper ningún frente con una masa de carros. Incluso en el improbable caso de que estallase esa guerra, Gran Bretaña no tenía intereses que forzasen nuevamente su entrada en un conflicto europeo. En consecuencia, el Ejército británico debía volver a sus operaciones tradicionales de ‘Policía Imperial’, para las que los carros ofrecían pocas ventajas y muchos inconvenientes (especialmente logísticos). Al final, el debate se saldó con una victoria parcial de los defensores de la motorización: en 1939, el Ejército británico era el único completamente motorizado, pero carecía de una doctrina clara para emplear sus carros, fuera de algunas ideas (nunca probadas ni generalmente aceptadas) sobre la capacidad de los carros para actuar en solitario. De hecho, la doctrina y la orgánica de la Infantería británica al principio de la Segunda Guerra Mundial mezclaba elementos claramente enfocados hacia la guerra mecanizada con otros directamente derivados de la Gran Guerra, como los ataques a pie precedidos de ‘barreras’ de Artillería

Una de las tendencias británicas fue la de considerar que la Infantería había perdido su capacidad de maniobra, especialmente a nivel operacional, razonamiento que compartían los franceses. Como conclusión de ello, los franceses dedujeron que la maniobra a nivel operacional ya no era posible. En cambio, algunos destacados autores británicos (especialmente J.F.C. Fuller) concluyeron que el carro de combate era el elemento llamado a sustituir a la Infantería como ‘Arma principal del combate’, relegando a ésta a labores de apoyo. Para Fuller, la Infantería sería reducida a ‘jugar el juego de un espectador interesado’ en el combate. Más que la ‘reina de las batallas’, la Infantería se convertiría en la ‘reina de las fortalezas’ responsable de ‘mantener por el fuego y ocupar por el movimiento’ el terreno previamente conquistado por los carros de combate.

Por su parte, Liddell-Hart publicó numerosos escritos sobre disciplina, instrucción y táctica de Infantería. De importancia particular fue The ‘Ten Commandments’ of the Combat Unit –Suggestions on its theory and Training (‘Los ‘diez mandamientos’ de la Unidad de Combate –Sugerencias sobre su Teoría y Adiestramiento’), en el que defendía que la Sección se había convertido ahora en una ‘Unidad de combate’ en el sentido de que contenía ‘varias subdivisiones, cada una capaz de realizar maniobras de forma independiente’. También inventó los ‘battle drills’, métodos normalizados para instruir y adiestrar mediante repeticiones continuas, para ser aplicados en el combate y practicados en el campo de instrucción.

En la concepción de Liddell-Hart, la potencia de combate en el campo de batalla moderno estaba ligada a la potencia de fuego mucho más que al número de hombres. Esta potencia de fuego, forzaba una mayor dispersión de los combatientes, abriendo huecos en el despliegue que podrían ser aprovechados por pequeños grupos de infantes bien armados.

Para Liddell Hart, una unidad de Infantería era ‘un carro de combate humano’ reuniendo los tres elementos esenciales de estos ingenios: movilidad, potencia de fuego y protección. Su movilidad radicaba en las piernas de los infantes (lo que obligaba a mantener su equipo lo suficientemente ligero como para no impedirla), su potencia de fuego en su armamento (por lo que debía recibir armas automáticas y morteros) y su protección en su despliegue de combate, en orden abierto y disperso ‘que impide que más de una subunidad sea sorprendida por el enemigo’. Para asegurar esa protección (problema fundamental en la Gran Guerra), recomendó la adopción de despliegues sensiblemente abiertos como el rombo, el cuadrado o la cuña. Además, recomendó el uso de patrullas de cobertura avanzando a vanguardia por saltos, y el uso amplio de humos artificiales para ocultación.

En ataque la Infantería se articularía en tres elementos: un grupo de maniobra, otro de fijación y una reserva, en todos los niveles. El grupo de fijación proporcionaría información y seguridad, buscando puntos débiles en el despliegue enemigo. Si contactaba con un enemigo al que no pudiera superar lo fijaría mediante el fuego. El grupo de maniobra avanzaría a retaguardia del grupo de fijación, y, en caso de contacto con el enemigo, lo envolvería por uno o los dos flancos, aprovechando la acción fijante. La reserva reforzaría a uno u otro de los grupos, en caso necesario.

En defensiva, Liddell-Hart defendía una articulación similar de las unidades de Infantería. A cada unidad se le asignaría una zona en la que combatir, más que un punto a defender, sin estar obligada a mantener a toda costa ningún punto concreto de su zona. Defendía la utilidad de los contraataques sobre los flancos enemigos y del empleo del fuego de enfilada y las reservas.

En realidad, a diferencia de Fuller, Liddell-Hart intentó buscar una solución táctica y no técnica al problema de la vulnerabilidad de la Infantería. No es sorprendente que sus conclusiones fuesen marcadamente similares a la táctica aplicada por los Stosstruppen alemanes: la Infantería debía aumentar su potencia de fuego dotándola de ametralladoras ligeras y morteros, debía articularse en pequeñas unidades bien armadas, que debían infiltrarse por sorpresa entre los puntos fuertes del enemigo… La Infantería debía basar su combate en la ‘maniobra inteligente de la potencia de fuego’, comparándola con el flujo de una corriente de agua explotando una brecha a través de un dique de tierra, rechazando el concepto de que un ataque debía presionar igualmente en todos los puntos.

La Infantería debía reconocer el frente de la posición enemiga por todas partes para encontrar o provocar un punto débil, y entonces explotar ese punto débil a fondo con el uso de las reservas. La principal diferencia del sistema de Liddell-Hart con el de las Stosstruppen se encontraba en que el británico sistematizó hasta el extremo su concepción, de forma que no dejaba apenas margen para la actuación de los jefes subordinados: era una ‘fórmula magistral’, susceptible de adiestramiento por repetición, mientras que el sistema alemán partía precisamente del convencimiento de que no existían fórmulas de aplicación universal.

Muchas de las ideas de Liddell-Hart se aplicaron en los manuales de adiestramiento, en la organización y en las tácticas del Ejército británico de finales de los años treinta. Así, la Infantería británica consideraba el Pelotón como una unidad indivisible, siendo la Sección la menor unidad capaz de ejecutar una maniobra independiente. La necesidad de mantener la movilidad del infante hizo que se descartasen las ametralladoras y los morteros pesados y los ‘cañones de Infantería’ como armas de dotación para la Infantería: las ametralladoras pesadas se encontraban concentradas en un Batallón a nivel Cuerpo de Ejército (excepcionalmente a nivel División), los Batallones de Infantería sólo tenían dos morteros de 76 mm, mientras que las Secciones tenían una Escuadra con un mortero de 50 mm… que sólo tenía granadas fumígenas.

Sin embargo, el manual de Infantería de 1937, Infantry training: Training and war, exponía tanto las nuevas ideas de Liddell-Hart como las tradicionales formaciones lineales y avances siguiendo la barrera móvil, típicos de la Gran Guerra, sin que quedase claro qué se esperaba de la Infantería británica en combate.

Fuller y Liddell-Hart tuvieron una estrecha relación epistolar, que les llevó a una gran coincidencia de pensamiento: como Fuller, Liddell-Hart fue defendiendo progresivamente un mayor papel para el carro de combate en el campo de batalla moderno. Como consecuencia de ese papel predominante previsto para el carro de combate, los experimentos británicos del periodo de entreguerras se dirigieron a diseñar carros de combate (y unidades de ellos) capaces de ejecutar las operaciones de ruptura de un frente fortificado (papel tradicional de la Infantería) y explotar esa ruptura (rol que la mayoría de los demás Ejércitos atribuían a la Caballería). Así, al inicio de la SGM, el Ejército británico era el único completamente motorizado.

Sin embargo, el proceso de motorización no fue sencillo, ni se llevó a cabo sin resistencias. No obstante, el reducido tamaño del Ejército británico del periodo de entreguerras hizo que se intentase siempre maximizar su poder de combate mediante el recurso a la introducción de máquinas y armas avanzadas. A esta necesidad operacional se unió la progresiva desaparición del caballo de la vida civil: la independencia de Irlanda (principal fuente de ganado del Ejército británico), la mecanización de la agricultura y la motorización del transporte urbano hicieron que mantener el nivel adecuado de remontas para equipar unidades hipomóviles fuese cada vez más difícil y más caro. Esta circunstancia contribuyó a la motorización (y a la reducción) de la Caballería, pero también de todas las Armas y Servicios dependientes del transporte a lomo (Artillería, logística…).

Quizá la más destacada de las resistencias a la motorización fue la de la Caballería a renunciar a sus monturas (que no a recibir ingenios a motor), aunque estaba apoyada en argumentos sólidos: el papel de ‘policía imperial’ asignado al Ejército implicaba operaciones en áreas muy remotas, con escasas infraestructuras y vías de comunicación y frente a enemigos generalmente mal armados. Para este tipo de misiones la Caballería a lomo se encontraba mucho mejor adaptada que el carro de combate de la época, poco fiable mecánicamente, con una autonomía escasa (lo que complicaba la logística) y con problemas de movilidad a largas distancias.

Además, la entidad y medios del enemigo difícilmente justificaban la necesidad del armamento y del blindaje de los carros. En consecuencia, las reducidas disponibilidades económicas y las limitaciones técnicas de los ingenios disponibles hicieron que solo se abordase la motorización de la Caballería en la segunda mitad de los años treinta. Todavía en los primeros años de esa década, la frecuencia de averías de todo tipo (motores, transmisiones, orugas…) era tal que la fuerza mecanizada británica desplazada a Egipto con motivo de la invasión italiana de Abisinia – llamada ‘Mobile Force’ (‘Fuerza Móvil’) – fue pronto conocida entre los soldados británicos como la ‘Mobile Farce’ (‘Farsa Móvil’). No es sorprendente que la Caballería británica de esta época prefiriese los autoametralladoras – coches armados y blindados -, algo más fiables y con una autonomía mucho mayor, a los mecánicamente débiles carros de combate.

Sin embargo, desde el punto de vista organizativo y doctrinal, la motorización de la Caballería cuando ya existía el Royal Tanks Corps (RTC) hizo que existiesen dos tipos de unidades de carros: por un lado, el RTC, imbuido de las ideas de Fuller, y, por otro, la Caballería recientemente reconvertida. La Caballería consideraba que simplemente había cambiado el caballo por una ‘montura mecánica’, pero consideraba vigente su papel tradicional: reconocimiento, seguridad y explotación del éxito y persecución. La Caballería y el RTC mantuvieron una importante rivalidad y competencia, a las que no eran ajenas el diferente origen social de los Oficiales de la Caballería – en general, procedentes de la aristocracia rural acomodada – y de los del RTC – originarios en su mayoría de las clases medias urbanas -, en un entorno de presupuestos escasos y de reducción de unidades. Estos conflictos solo se solucionaron (parcialmente) en 1938, con el amalgamamiento de ambos en el Royal Armoured Corps, compuesto por los Regimientos de Caballería (ya motorizados) y por el RTC, renombrado Royal Tank Regiment.

Las restricciones económicas de la posguerra pesaron también de forma muy importante en la evolución de la doctrina británica. Los presupuestos para experimentar con carros entre 1927 y 1936 oscilaron en cifras anuales de 22.500 a 93.750 libras, cuando el coste individual de un carro experimental se estimaba en unas 29.000. Como consecuencia, los fabricantes británicos de carros fueron desapareciendo o transformando sus negocios. El resultado de esta penuria presupuestaria fue que Gran Bretaña perdió la ventaja conseguida en la PGM en el diseño de estos medios, y además carecía de fondos para experimentar nuevos desarrollos doctrinales.

Pese a estos inconvenientes, en 1927 el Ejército británico creo la Experimental Mechanized Force, una unidad mecanizada con fines, como su nombre indica, de prueba de medios, doctrina y organización de las unidades acorazadas. Se propuso su jefatura a Fuller, que, sin embargo, declinó el ofrecimiento, al considerar que los medios de mando y control que le concedían eran insuficientes para las responsabilidades previstas (debía mandar simultáneamente la VII Brigada de Infantería y la Fuerza Experimental, y asumir la gestión administrativa de la guarnición de Tidworth).

En coherencia con su vocación de ‘banco de pruebas’ de materiales, su composición era muy variada, e incluía dos elementos de reconocimiento (cada uno del tamaño de un Batallón muy disminuido), tanto sobre ruedas como sobre cadenas, con vehículos de varios modelos, un Batallón de carros de combate del nuevo modelo Vickers Mk IA (con 48 carros), un heterogéneo Grupo de Artillería con tres Baterías de obuses 18 pdr., remolcados por tractores oruga (dos de ellas) o por semiorugas (la restante), y dos Baterías independientes, una de ellas con el primer obús autopropulsado, el Birch (un 18 pdr. montado sobre el chasis de un carro Vickers Mk IA) y la otra con obuses ligeros de montaña, remolcados por semiorugas. Completaban la formación un Cuartel General y una Compañía de Zapadores sobre vehículos de seis ruedas. La fuerza experimental recibió también la cooperación (muy poco entusiasta) de la Royal Air Force, pese a la temprana orientación de los aviadores británicos hacia las teorías del ‘poder aéreo estratégico’, que excluían (en lo posible) las misiones de apoyo a las fuerzas terrestres. Un elemento importante de esta fuerza fue el amplio uso (para la época) de comunicaciones vía radio.

La fuerza experimental estuvo activa entre 1927 y 1929. Las conclusiones de los ejercicios realizados apuntaban a la necesidad de constituir fuerzas mecanizadas interarmas (en contra de la solución ‘solo carros’ preconizada por Fuller), pero también demostraba que los vehículos de ruedas no podían mantener el ritmo de marcha de los carros fuera de las carreteras. La solución obvia era dotar a los demás elementos de la fuerza (Infantería, Artillería, Zapadores…) de vehículos de cadenas, pero la penuria presupuestaria lo hacía imposible. En cualquier caso, las maniobras de la fuerza experimental se centraron en el apoyo a las unidades ‘tradicionales’ en diversas situaciones tácticas, pero no llegaron a plantearse operaciones independientes en profundidad de esta fuerza, por lo que las conclusiones obtenidas de su empleo fueron positivas, pero limitadas. Como ejemplo del poco fruto obtenido, la pieza autopropulsada Birch se retiró de servicio en 1931, sin sustituto: los británicos no tenían clara su necesidad.

En realidad, las dificultades económicas del Ejército británico se tradujeron en la imposibilidad de desarrollar un carro medio capaz de superar las deficiencias observadas en el Vickers Mk I, y de dotarse de los vehículos auxiliares necesarios para el resto de los elementos que se consideraron necesarios en el concepto de la fuerza experimental, lo que hacía inviable el concepto. El problema en ese momento era de escasez de medios, no de ideas doctrinales inadecuadas.

En 1933 el Ejército británico organizó una Brigada de Carros de Combate, una unidad permanente compuesta esencialmente de estos medios. Sin embargo, a diferencia de la fuerza experimental (y debido a las citadas dificultades financieras), en ella los carros carecían de los apoyos de otras Armas. Era una solución más barata, al omitir la necesidad de desarrollar y adquirir vehículos de cadenas para la Infantería, la Artillería o los Zapadores, y, además, se acomodaba mucho mejor a la visión ‘solo carros’ de muchos oficiales británicos del Royal Tank Corps (entre ellos, la del Coronel Hobart, precisamente el primer jefe de la Brigada de Carros de Combate).

El paso siguiente fue la organización de una ‘División Móvil’, compuesta de una Brigada de Infantería Motorizada, la Brigada de Carros de Combate y una Brigada de Caballería Mecanizada, con apoyos de otras Armas. Todas estas Brigadas eran unidades de un solo Arma. En la concepción británica de 1934, la Brigada de Caballería estaría dotada de vehículos ligeros de ruedas, y su misión sería la de localizar y fijar a las fuerzas enemigas, para permitir un ataque decisivo a cargo de la Brigada de Carros de Combate, mientras que la Brigada de Infantería se encargaría de atacar las posiciones fortificadas, aseguraría bases para las otras Brigadas y cubriría las posibles rutas de retirada. La Aviación cooperaria con la División en tareas de reconocimiento, apoyo aéreo próximo y suministros por vía aérea.

Sin embargo, el ejercicio donde se debía probar el concepto resultó en un fracaso: la cooperación entre las diversas Brigadas fue muy difícil, dadas las diferencias de movilidad, fuera de las pocas carreteras disponibles en la llanura de Salisbury. Esto hizo que los carros se adelantasen mucho a la Infantería, haciendo que el avance de los infantes se produjese después de que la rápida llegada de los carros y de la Caballería mecanizada hubiese alertado a los defensores de las posiciones fortificadas que debían tomar al asalto. En estas condiciones, los cuatro pequeños Batallones que formaban la Brigada de Infantería se vieron obligados a progresar con escaso apoyo artillero (la División Móvil disponía de mucha menos Artillería que una División regular), frente a un enemigo en defensiva y alertado. También se acusó a los árbitros de favorecer a los defensores, en detrimento de la División Móvil. En cualquier caso, sí existió una tendencia del jefe de la Brigada de Carros, el citado Coronel Hobart, a actuar de forma totalmente independiente.

La poca efectividad de la Infantería motorizada en los ejercicios de 1934, llevó a que se suprimiese la Brigada de Infantería en los sucesivos modelos de organización de la División Móvil, prefiriendo dotar a esa unidad de una Brigada de Caballería Mecanizada adicional. Sin embargo, el Arma de Caballería británica rechazó sustituir sus caballos por vehículos ligeros: los jinetes británicos argumentaban que, con esos medios, la Caballería actuaba en realidad como Infantería motorizada, al perder el ‘choque’, una de las formas de acción más características del Arma. En consecuencia, la Caballería defendió (con éxito) la necesidad de dotarse de carros de combate propios, como medio de mantener esa tradicional capacidad de choque que concedía al Arma la carga montada.

Por todo ello, el Ejército británico decidió finalmente disponer de tres modelos de carros distintos, un ‘carro de Infantería’, destinado al apoyo cercano a ésta en operaciones de ruptura de frentes fortificados, pesado y lento, pero bien protegido, un carro ‘de crucero’ (Cruiser) más ligero y veloz que los carros pesados construidos para conseguir una ruptura, pero apto para la explotación, la persecución y el reconocimiento (labores tradicionales de la Caballería), y un carro ligero, para reconocimiento (junto con los Cruiser) y para su empleo en las zonas del Imperio donde la amenaza era reducida (el precio contenido de estos carros ligeros les añadía atractivo, ante las dificultades presupuestarias). Esta política llevó en la práctica a la creación de unidades acorazadas con movilidades muy diferentes, y armamento también distinto (para las acciones de ‘policía imperial’ se preferían vehículos dotados solo con ametralladoras, mientras que la Guerra Civil española demostraba la necesidad de carros con cañón en escenarios de combate convencional), lo que llevó a diferentes doctrinas y procedimientos para las distintas unidades dotadas de carros. Además, el desarrollo de medios para dotar de vehículos de cadenas a las unidades que debían operar junto con los carros prácticamente se abandonó, con la excepción del desarrollo de las pequeñas tanquetas Universal Carrier – también llamadas Bren Gun Carrier -, que, en diferentes versiones, se emplearon como tractores de Artillería, transportes para los fusileros de los Regimientos de Caballería, en labores de reconocimiento complementando a los blindados de ruedas o a los carros, o para transportar las armas de apoyo de la Infantería.

En conjunto, el Ejército británico llegó a la SGM como una fuerza completamente motorizada, pero con ideas relativamente vagas y dispersas sobre el empleo que debía darse a sus unidades. Su Infantería seguía siendo esencialmente la misma de 1918, dotada de abundantes armas automáticas, pero ligeras, y desprovista de medios contracarro. Su Artillería, también como en 1918, era muy eficaz, y había mejorado su movilidad con la motorización, pero carecía todavía de la necesaria para acompañar a los carros de combate. Su Caballería, integrada desde 1918 en el Royal Armoured Corps, se debatía internamente entre la aproximación ‘solo tanques’ de Fuller y un empleo más tradicional, con el caballo reemplazado por una variedad de vehículos blindados de ruedas y cadenas.

Unión de Repúblicas Socialistas Soviética

El caso soviético es una adaptación de la experiencia del Ejército Imperial ruso a las condiciones del combate en los amplios espacios de la Europa oriental, junto con las conclusiones obtenidas en su Guerra Civil. Sin embargo, el carácter ‘revolucionario’ del Ejército Rojo le permite separarse ampliamente de la tradición militar del Ejército zarista, aunque aprovechando la experiencia de la gran cantidad de personal que había servido en éste.

Por otra parte, la Guerra Civil rusa (1917-1921) tuvo lugar en amplios espacios, con muy escasas vías de comunicación, con densidades de tropas muy bajas – lo que impidió el establecimiento de frentes fijos – y con Ejércitos con una reducida base industrial. En consecuencia, no es sorprendente que la doctrina soviética tendiese hacia la guerra de movimiento. Así, el Ejército Rojo – como los alemanes – preconiza la movilidad como la clave de la victoria. En realidad, la escasa industrialización del país y la falta de vías de comunicación hacía completamente inviable el modelo de ‘bataille conduite’ francés, basado en la centralización y el fuego de Artillería. La unidad más destacada del Ejército Rojo durante la Guerra Civil fue el 1º Ejército de Caballería del Mariscal Budienny, que ejecutó exitosas operaciones de envolvimiento de las fuerzas adversarias. Stalin había sido el jefe de los Comisarios políticos de la unidad que encuadraba a ese 1º Ejército, lo que facilitó que muchos oficiales de esa unidad ocupasen puestos destacados en el Ejército Rojo después de la guerra. Esta preponderancia de jefes cuya experiencia militar se basaba en la guerra de movimiento inclinó aún más la doctrina soviética hacia ese tipo de combate.

Los principales teóricos militares soviéticos del periodo de entreguerras fueron Svechin, Triandafilov, Isserson y, sobre todo, el Mariscal Tukhaschevsky. Conjuntamente, desarrollaron una doctrina basada en la experiencia de la Guerra Civil Rusa y en el análisis de la derrota del Ejército Rojo frente a los polacos en 1920, pero también fruto de un estudio profundo de las ofensivas alemanas en Francia en 1918. Así, en 1936, a instancias de estos teóricos, los soviéticos hacen oficial su particular versión de la blitzkrieg, llamada la ‘globoki boi’ o ‘batalla en profundidad’, mencionada por primera vez en el manual PU-29.

Para los soviéticos, los Ejércitos de la era industrial eran tan grandes que no resultaba posible destruirlos en una sola batalla decisiva, sino que era necesaria una serie de batallas ofensivas, cada una de ellas continuada con una explotación en profundidad, seguida de otra batalla cuando el enemigo hubiese reconstruido sus fuerzas, en un ciclo continuo hasta la derrota del enemigo. La idea era evitar por todos los medios la constitución de un frente fortificado que impidiese la maniobra, creando continuas crisis en el dispositivo defensivo enemigo. Esta secuencia de operaciones consecutivas, ejecutadas sin solución de continuidad, continuaría hasta la completa destrucción del enemigo. Una consecuencia de esta forma de concebir el combate es que éste se componía una serie de batallas que ya no eran acciones independientes (nivel táctico) sino que estaban íntimamente conectadas entre sí, pues todas ellas tenían como finalidad la destrucción de una porción importante de las fuerzas enemigas (la destrucción de esta parte de las fuerzas enemigas debería tener resultados decisivos, y constituiría el objetivo estratégico). Al nivel de mando encargado de ejecutar esta serie de batallas íntimamente interconectadas se le denominó ‘nivel operacional’ (o ‘arte operacional’ en la formulación soviética). En 1927, Svechin lo expresaba con una metáfora: “las batallas son los pasos con los que se ejecutan los trayectos operacionales, siendo la estrategia la que marca el camino a seguir”.

El concepto de la ‘batalla en profundidad’ se basaba en dos elementos: el desencadenamiento de ataques simultáneos sobre el dispositivo táctico enemigo en toda la profundidad de su despliegue y las citadas ‘operaciones consecutivas’. Tanto estos ataques como estas operaciones tenían un objetivo común, y debían ejecutarse bajo un solo mando.

Durante los años 30, los soviéticos fueron perfeccionando el sistema descrito en la publicación PU-29, incorporando los nuevos adelantos tecnológicos, especialmente carros y aviación.

Sin embargo, en su aplicación práctica, la PU-29 no difería mucho de la doctrina comúnmente aceptada en la mayoría de los Ejércitos europeos sobre el modo de ejecutar una ofensiva táctica: carros apoyando el avance la Infantería a pie y precedidos de una barrera artillera, hasta alcanzar la ruptura. Tras esta ruptura, se produciría la explotación, basada en los carros, con el fin de desarticular el despliegue defensivo enemigo. La ‘batalla en profundidad’ solo incidía en la necesidad de penetrar ‘profundamente’ en el despliegue enemigo. El ‘Plan 1919’ de Fuller o las mencionadas ideas de Estienne estaban perfectamente de acuerdo con lo establecido en la PU-29.

Como consecuencia de la adopción de la PU-29, en 1932, el Ejército Rojo modificó la orgánica de sus Divisiones, incorporando las de Infantería un Batallón de carros con 57 carros, y las de Caballería un Regimiento con 64 ingenios; cada Cuerpo de Ejército dispondría de una Brigada de Carros, mientras que se creaban los Cuerpos de Ejército mecanizados (compuestos de dos Brigadas de Carros y una Brigada de Infantería sobre vehículos) encargados de la explotación en profundidad (es interesante recordar que los alemanes constituyeron su primera División Panzer en 1935, tres años después). La nueva organización se probó y se refinó en grandes ejercicios durante los años 30. Como consecuencia de estas experiencias, en 1935, el Ejército Rojo redujo el número de carros de sus Cuerpos de Ejército mecanizados, pero reforzó su composición en Infantería, Artillería y Zapadores (decisión también coincidente con la experiencia de las Divisiones Panzer alemanas, pero muy alejada de las ideas británicas de ‘tanks only’ de la época). En 1938, los Cuerpos de Ejército mecanizados se renombraron como ‘Cuerpos de Ejército de Carros’.

En 1936, con inspiración directa de Tukhaschevsky, se publicó la PU-36, una versión muy mejorada de la doctrina expresada en la anterior PU-29. A diferencia de las ideas en vigor en los Ejércitos franceses y británicos, y de forma más próxima a las operaciones de las Stosstruppen alemanas de la PGM, el reglamento PU-36 intentaba evitar los ataques deliberados sobre frentes enemigos fortificados. Esta doctrina preveía un ataque en el que varias agrupaciones acorazadas (compuestas por Infantería, carros y Artillería) realizarían combates de reconocimiento en los puntos supuestamente más débiles de la línea enemiga; si se produjera una ruptura, el grupo que había alcanzado el éxito sería rápidamente reforzado con agrupaciones móviles y Artillería. La explotación del éxito quedaría a cargo de unidades de carros, Caballería a lomo e Infantería motorizada, organizados en Unidades muy móviles, cuyo rápido avance en la profundidad del despliegue enemigo (a más de 100 km. del frente), cercaría a las fuerzas enemigas, que serían posteriormente reducidas con Infantería, Artillería y ataques aéreos. Las operaciones de ruptura serían simultáneas con ataques de agrupaciones acorazadas, Artillería y aviación sobre objetivos situados en la retaguardia inmediata y en los flancos de los defensores enemigos, incluyendo operaciones aerotransportadas. La aplicación de esta doctrina hacía del Arma Acorazada el corazón del sistema de combate soviético.

Para ejecutar los ataques simultáneos en toda la profundidad del dispositivo enemigo que requería esta doctrina, era necesario organizar las unidades atacantes en varios escalones sucesivos, de forma que cada uno de ellos envolviese al enemigo en distintas profundidades de su despliegue: el primer escalón rompería el frente, el segundo actuaría sobre los flancos y retaguardia del primer escalón enemigo en la zona de ruptura, con el fin de proteger los flancos de la brecha abierta, evitando contraataques y asegurando el paso del tercero de los escalones, que buscaría la destrucción de elementos claves en la retaguardia enemiga y el envolvimiento de la fuerza atacada… Si el primer escalón no conseguía romper el frente enemigo, el segundo de ellos reforzaría al primero, reiterando los esfuerzos. La PU-36 no establecía claramente a qué distancia se refería al hablar de ‘toda la profundidad del dispositivo enemigo’, lo que tuvo consecuencias inesperadas en la SGM, que se explicarán posteriormente.

Por otro lado, el requisito de ‘operaciones consecutivas’ abundaba en la necesidad de escalonar las fuerzas atacantes: los escalones retrasados serían los encargados de ejecutar esas operaciones profundas sucesivas que ocasionasen el colapso enemigo.

Como consecuencia de esta doctrina, los soviéticos precisaban tres tipos de carros: un carro pesadamente acorazado, para el apoyo de la Infantería en las operaciones de ruptura, un carro medio, que explotase la brecha actuando sobre los flancos del enemigo y otro carro muy rápido y con gran autonomía, destinado a las penetraciones en profundidad. Cada uno de estos ingenios debía tener características técnicas diferentes, que, además, no acababan de estar completamente claras (cuestiones como el armamento que debía llevar cada tipo de carro o el blindaje necesario para cada uno eran objeto de discusión). Por otra parte, los avances técnicos abrían continuamente nuevas posibilidades, que influían sobre las características que podían exigirse a estos carros.

En realidad, las ideas tácticas de la ‘batalla en profundidad’ soviética no eran sustancialmente distintas de las de otros teóricos citados anteriormente como Fuller, Estienne o Guderian. Sin embargo, el caso soviético es diferente porque esta doctrina recibió la sanción oficial de Stalin, convirtiéndose en la doctrina oficial del Ejército Rojo, por encima de cualquier discusión. En consecuencia, durante los años 30 los soviéticos centraron sus esfuerzos doctrinales (e industriales) en desarrollar en detalle la doctrina de la ‘batalla en profundidad’ y en dotarse de los medios necesarios para ejecutarla.

Por otro lado, por razones tanto ideológicas como militares, el gobierno comunista realizó un importantísimo esfuerzo industrializador. Por la parte ideológica, el triunfo del comunismo requería construir una sociedad de obreros – donde Rusia sólo tenía campesinos-, lo que implicaba crear una potente industria, cuna de una numerosa clase obrera, y, por la parte militar, la expansión del comunismo requería un instrumento militar ofensivo y potente. Además, el convencimiento de Stalin de la hostilidad implacable de las democracias occidentales hacia el modelo soviético y la invasión japonesa de Manchuria en 1931, hicieron que el Estado soviético realizase un importante esfuerzo de desarrollo de carros de combate y de Artillería, buscando crear un tipo de Ejército capaz de enfrentarse a los modernos Ejércitos de corte occidental. La nueva industria soviética y su vocación de modernidad en el campo militar determinaron la orientación soviética hacia la mecanización del Ejército Rojo, comenzando un vigoroso programa de desarrollo de carros de combate.

En 1933, la URSS producía más de tres mil carros por año, y, ya hacia 1935, el Ejército Rojo disponía de más carros, vehículos blindados y unidades de carros que el resto del mundo reunido. Sin embargo, la necesidad doctrinal de varios tipos diferentes de carros, la citada indefinición de características técnicas de cada uno y los avances técnicos de la época hacían que el parque soviético estuviese compuesto de modelos variopintos. Otros problemas adicionales derivaban de la escasez y de la falta de fiabilidad de los equipos radio, por lo que los carros soviéticos no estaban dotados de estos medios, excepto los carros de mando (en general, de nivel Batallón y superiores). Estos problemas de comunicaciones hacían muy difícil la ejecución de maniobras complejas.

Con inspiración inicial en la utilización francesa de los carros, los soviéticos desarrollan en los años veinte un modelo de carro destinado inicialmente al acompañamiento a la Infantería (el T-26 – copia del Vickers 6 Ton-A -, uno de los protagonistas de la Guerra Civil española, como se narra posteriormente), pensado como carro de apoyo a la Infantería en las operaciones de ruptura. El blindaje del T-26 era escaso para el papel asignado. En consecuencia, los soviéticos desarrollaron modelos más pesados y mejor armados, los T-28 y T-35. También a imitación francesa, y como ‘carro de maniobra coordinada’, los soviéticos crean carros pensados para operar profundamente en la retaguardia enemiga, dotados de gran autonomía y velocidad, los BT-5 (también presentes en la Guerra Civil), basados en los carros rápidos diseñados por Walter Christie en Estados Unidos. El T-26 se podía emplear alternativamente en uno u otro de estos papeles, llegando a producirse 11.000 ejemplares de este carro.

La experiencia de uso de estos medios en la Guerra Civil Española llevó a los soviéticos a desarrollar modelos de carros más pesados y mejor protegidos (caso de los KV-1 y KV-2 como carros de apoyo a la Infantería, y del T-34 como carro destinado a la explotación).

El carro soviético T-26, ‘viejo conocido’ de nuestro Ejército. El Ejército Rojo disponía en los años 30 del mejor parque de carros del mundo, en calidad y en cantidad

La ejecución de las ideas tácticas contenidas en el PU-36 requería la constitución de grandes unidades mecanizadas y acorazadas capaces de operar a gran distancia de las líneas propias, en la profundidad del dispositivo defensivo enemigo, y con la potencia de combate suficiente para derrotar a cualquier fracción de las fuerzas enemigas que quisiera detenerlas. Los Cuerpos de Ejército mecanizados soviéticos estaban destinados a esta función.

El énfasis ofensivo de la doctrina soviética tuvo como contrapartida un descuido en los aspectos defensivos, que se trataron relativamente poco. De la misma forma, la Artillería soviética era un Arma muy potente (en número y calidad de sus piezas), pero la escasa cartografía disponible y la falta de personal cualificado para emplear métodos de cálculo avanzados, y, sobre todo, las limitaciones de sus medios de transmisión, hacían que sólo pudiese recurrir al fuego indirecto en situaciones relativamente estáticas. En consecuencia, en los ataques móviles previstos en la profundidad del despliegue enemigo, la Artillería soviética confiaba en el tiro directo, menos eficaz, pero más sencillo.

En cualquier caso, a finales de los años 30, aparentemente, el Ejército Rojo era sin duda el mejor preparado para combatir en una guerra móvil.

Sin embargo, como en el caso alemán, este tipo de tácticas requería una gran iniciativa en todos los niveles de mando, especialmente en los más bajos. No obstante, la sociedad soviética se avenía mal con la iniciativa. El comunismo insistía en la planificación centralizada y la adhesión incondicional de todos los ciudadanos a los planes aprobados, exactamente el espíritu opuesto al pensamiento crítico necesario para aplicar la doctrina descrita en el PU-36. Esta circunstancia era tanto más relevante cuando cualquier desviación del plan podía considerarse como un ‘sabotaje’, con consecuencias frecuentemente fatales.

Adicionalmente, los poco concluyentes resultados obtenidos en nuestra Guerra Civil pusieron en entredicho el empleo previsto de los carros y su capacidad de efectuar la explotación en profundidad que constituía el núcleo de la ‘batalla en profundidad’.

A estos factores se añadieron las ‘purgas’ de Stalin, que afectaron especialmente al principal impulsor de la ‘globoki boi’, el Mariscal Tukhaschevski, y a su círculo de colaboradores, pero que se extendieron progresivamente hasta casi destruir completamente al Cuerpo de Oficiales del Ejército Rojo. En efecto, desde 1937, Stalin comenzó a ‘purgar’ el Ejército Rojo de ‘elementos antisoviéticos’. Las ideas innovadoras de Tukhaschevski y su independencia de pensamiento, junto a su creciente prestigio en el seno del Ejército Rojo lo pusieron en el punto de mira de Stalin, que lo hizo arrestar en mayo de 1937, y ejecutar en junio de ese año. A partir de ese momento, y hasta la invasión alemana en 1941, todos los Jefes de los Distritos Militares, el 80% de los Jefes de Cuerpo de Ejército y de División, y el 91% de los Jefes de Regimiento fueron arrestados, y, en su mayoría, ejecutados. De un total de 75.000 oficiales, unos 54.000 fueron arrestados y ejecutados o expulsados del Ejército (aunque unos 11.500 fueron reincorporados tras la invasión alemana).

Las ‘purgas’ pusieron en crisis a las Fuerzas Armadas soviéticas, deteniendo su desarrollo doctrinal, y haciéndolo regresar a tácticas mucho más primitivas basadas en las empleadas en la Gran Guerra y en la Guerra Civil rusa. La única (pero importante) excepción fue la aplicación de las ideas contenidas en el PU-36 por un todavía desconocido Zhukov frente a los japoneses en 1939, que se saldó con la brillante victoria soviética en Khalkhin Gol, en Manchuria.

Cuando se inicia la Guerra Ruso-Finlandesa (noviembre de 1939 a marzo de 1940), el Ejército Rojo estaba en el momento álgido de las ‘purgas’ de Stalin. La doctrina contenida en el PU-36, asociada al ‘traidor’ Tukhaschevski y desacreditada por la pobre aplicación que se hizo de ella en nuestra Guerra Civil, estaba descartada (en julio de 1939, una comisión especial sobre organización decidió disolver los Cuerpos de Ejército de Carros, piedra angular de la PU-36). En consecuencia, el Ejército Rojo revertió a las tácticas de ruptura empleadas en la PGM con las que ya no estaba familiarizado, y que dependían de la eficacia de su Artillería, en un terreno en el que carecían de cartografía. Los intentos de ruptura contra las defensas finlandesas de la ‘línea Mannerheim’, basada fortificaciones de campaña apoyadas en los numerosos cursos de agua de la zona, con búnkeres de hormigón en la pequeña franja de 32 km., llamada ‘el itsmo’, desprovista de estos obstáculos naturales, fracasaron.

El Ejército Rojo fue incapaz de coordinar adecuadamente la actuación de su Artillería, su Infantería y sus carros (el nombramiento del competente Isserson como Jefe de Estado Mayor del 7º Ejército soviético, el encargado de romper la línea Mannerheim, no consiguió remediar el problema). La Artillería soviética era ineficaz por falta de mapas adecuados y de medios de transmisiones que le permitieran un enlace fiable con sus observadores, lo que hacía que su fuego no se dirigiese a objetivos concretos si no a zonas del terreno preestablecidas, supuestamente ocupadas por el enemigo; además de ello, la penuria de vías de comunicación (una sola y anticuada vía férrea debía suministrar a todas las tropas soviéticas) hacía que la disponibilidad de munición fuese escasa. Como consecuencia, los ataques soviéticos eran precedidos de unos escasos treinta minutos de ineficaz preparación artillera. La dependencia del Ejército Rojo de las carreteras hacía que concentrase sus ataques en la zona del istmo, lo que eliminaba cualquier posibilidad de sorpresa. Como en España, los carros soviéticos dejaban atrás a su Infantería, perdiendo la protección que les aportaban los infantes, y quedándose sin apoyo frente a los cañones contracarro finlandeses. También como en España, los carros soviéticos demostraron que su protección era escasa frente a las armas anticarro finlandesas. Como en 1917 en Francia, los ataques soviéticos sobre la línea Mannerheim se ahogaron en un mar de bajas…

Por su parte, las operaciones móviles que intentaron los soviéticos en el centro (alrededor de Suomussalmi) y el Norte (área de Petsamo) de Finlandia se saldaron con estrepitosos fracasos: el Ejército Rojo estaba ‘atado’ a las escasas carreteras que permitían su alimentación logística, lo que hacía sus operaciones muy previsibles. Por su parte, los finlandeses operaban desde los bosques contra los flancos de las unidades soviéticas alineadas a lo largo de las escasas carreteras existentes, e incapaces de salir de ellas… Finalmente, los soviéticos se vieron obligados a retirarse dejando atrás la práctica totalidad de su equipo pesado.

El curso desfavorable de la guerra finlandesa obligó al Ejército Rojo a replantearse la operación. Se abandonaron los ataques en el centro y el Norte del Teatro de Operaciones, concentrándose los medios soviéticos en la ruptura del istmo. Los ataques se detuvieron para permitir una adecuada acumulación logística, lo que permitió que la Artillería acumulase suficiente munición. Se desplegaron los nuevos carros pesados KV-1, fuertemente armados y acorazados, en sustitución de los poco protegidos T-26. Paralelamente, se intensificaron las patrullas y los reconocimientos sobre las defensas finlandesas, con idea de obtener información detallada de éstas. Finalmente, en febrero de 1940, el Ejército Rojo inició una ofensiva en la que la Infantería avanzaba tras una barrera artillera móvil, como las del Frente Occidental de la PGM, con los pesados KV-1 avanzando lentamente intercalados entre las formaciones de Infantería en orden abierto. La Artillería soviética, utilizando la información obtenida por sus patrullas, batía con eficacia los búnkeres finlandeses, mientras que su Infantería los rodeaba y los atacaba por los flancos y retaguardia… A finales de mes, la línea Mannerheim había caído, y, el 9 de marzo, Finlandia se veía obligada firmar un armisticio.

Pese a que la superioridad numérica e industrial soviética acabaron por imponerse, el Ejército Rojo había mostrado importantes defectos: su motorización lo hacía excesivamente dependiente de las carreteras, la baja instrucción de su Infantería le obligaba a emplear formaciones relativamente compactas y muy vulnerables, la cooperación interarmas era pobre… Esto impulsó un importante número de reformas dirigidas a mejorar el adiestramiento individual del infante soviético y a dar mayor autoridad a los Oficiales subalternos, con la idea de permitirles ejecutar maniobras de pequeña unidad al margen de los rígidos planes elaborados en los niveles de mando superiores. Se ‘purgaron’ nuevamente los cuadros de mando, pero esta vez siguiendo criterios de competencia militar: los Jefes que destacaron en la Guerra Ruso-Finlandesa y en Khalkin Gol ocuparon posiciones destacadas, pero también se realizaron numerosos ejercicios en los que se probaba la competencia de los mandos.

Simultáneamente, el éxito de las formaciones acorazadas alemanas en Polonia y Francia, llevó a anular la decisión de disolver los Cuerpos de Ejército de Carros. En julio de 1940, el Ejército Rojo creó ocho de estos Cuerpos, con una organización distinta de la de sus predecesores, haciéndolos unidades más potentes: de dos Brigadas de Carros y una de Infantería sobre camiones, pasaron a componerse de dos Divisiones de Carros y una División de Infantería motorizada, contemplando una plantilla de 1.107 carros y más de 36.000 efectivos. En febrero de 1941, se decidió crear veintiún Cuerpos más, totalizando veintinueve… Se dio máxima prioridad a la producción de los nuevos modelos de carros de combate (KV-1 y T-34), retirando de servicio progresivamente los modelos obsoletos…

Cuando Alemania atacó a la Unión Soviética en 1941, estas reformas ya estaban en marcha, con resultados desiguales: las mejoras de disciplina e instrucción de las unidades soviéticas contrastaban con una cierta desorganización. En efecto, como consecuencia de los relevos de mando derivados de la selección de mandos competentes, en junio de 1941, el 75% de los Oficiales había cambiado de destino hacía menos de un año.

A diferencia de la mayoría de Estados europeos, los soviéticos nunca se plantearon profesionalizar sus Fuerzas Armadas. Los procesos de modernización británicos, alemanes o norteamericanos o los propuestos por los reformadores franceses como D’Estienne y De Gaulle tenían dos caras: profesionalización (lo que implicaba una reducción de efectivos) y adopción de costosos medios (para compensar la pérdida de poder de combate). Esta dualidad nunca se planteó en la Unión Soviética, lo que explica en parte las enormes cantidades de carros que produjo en los años 30. Los estudios previos a la publicación de la PU-36 estimaban que, en caso de un conflicto de alta intensidad, el Ejército Rojo debería estar en condiciones de reemplazar sus principales unidades de combate cada cuatro-ocho meses, lo que obligaba a la URSS a mantener una enorme capacidad de producción de armamento. En la misma idea, la Ley de Servicio Universal de 1938 extendía el servicio militar obligatorio hasta la edad de cincuenta años, y creaba una amplia red de escuelas para adiestrar a los reservistas cuando hubieran cumplido su tiempo en filas. Como consecuencia, cuando los alemanes invaden la URSS en 1941, el Ejército Rojo disponía de catorce millones de reservistas con entrenamiento militar.

Estados Unidos de América

La experiencia europea del Ejército norteamericano en la Gran Guerra podría haber supuesto un cambio radical en sus tendencias doctrinales, que, sin embargo, no ocurrió. Tras el conflicto, las Fuerzas Armadas norteamericanas sufrieron un proceso de desmovilización muy acusado, acompañado de grandes restricciones presupuestarias. La nueva situación internacional no parecía apuntar a ningún nuevo gran conflicto que pudiera afectar a los Estados Unidos, por lo que no se consideraba prioritaria ninguna inversión en defensa.

Junto a estos factores, es importante tener en cuenta que la cultura militar del U.S. Army entraba en conflicto con el tipo de combate desarrollado en Europa: en 1939, el Ejército norteamericano contaba con ciento sesenta y tres años de existencia, de los que sólo había combatido contra Ejércitos regulares durante trece años (la Guerra de Independencia, la intervención en México, la Guerra Civil y la Guerra Hispano-Norteamericana), mientras que los ciento cincuenta años restantes correspondían a las guerras contra los indios. Como consecuencia, la cultura militar norteamericana tendía a operaciones muy móviles, en terrenos abiertos con poca infraestructura, empleando unidades muy pequeñas y logísticamente austeras y con muy poca importancia de los apoyos, combatiendo contra enemigos militarmente débiles y poco avanzados.

En consecuencia, las lecciones de los campos de batalla europeos se olvidaron con cierta rapidez. En 1919 el U.S. Army organizó un grupo de trabajo para estudiar las lecciones aprendidas en la Gran Guerra. Sus conclusiones fueron, en cierta medida, sorprendentes: para ese grupo de trabajo, la parálisis de la maniobra se debió a la falta de agresividad en ambos bandos, mientras que aconsejaba que la Infantería fuese lo más independiente posible de las ‘Armas auxiliares’, pues ‘la confianza en esos apoyos tendía a menoscabar la iniciativa’. Finalmente, el grupo de trabajo recomendaba el retorno a la open warfare, lo que da una idea de lo poco enraizada que estaba en la cultura militar norteamericana la experiencia de combate en suelo europeo.

Adicionalmente, el General Pershing (ahora Jefe de Estado Mayor del Ejército), opinaba (como muchos de sus contemporáneos) que la situación del Frente Occidental de la Gran Guerra era excepcional e irrepetible: por un lado (y a semejanza de los británicos), desde un punto de vista político-estratégico, no se consideraba probable una nueva guerra europea (y, en cualquier caso, Estados Unidos no tenía intereses que le llevaran a intervenir en ella, caso de producirse); por otro, desde el punto de vista doctrinal, el éxito de las ofensivas aliadas de 1918 parecía apuntar a que los nuevos medios (carros de combate y aviación, esencialmente) y las refinadas tácticas de la methodical battle hacían obsoletas las fortificaciones estáticas.

La improbabilidad de una guerra europea llevó al Gobierno norteamericano a reconsiderar la utilidad futura de su Ejército. Sin la necesidad de intervenir en Europa y sin imperio colonial terrestre que defender, el Ejército norteamericano intentó justificar su existencia en la defensa de su territorio continental. Las fronteras norteamericanas se caracterizaban por su enorme extensión y por estar casi completamente desprovistas de vías de comunicación. En consecuencia – y en coherencia con la cultura militar descrita – el Ejército norteamericano intentó ‘aligerar’ la estructura de sus Divisiones, con el fin de hacerlas más móviles y más austeras, optando por un modelo muy similar al de 1917, pero reduciendo el tamaño de las Compañías (que pasaron de cuatro Secciones a tres), de los Batallones (de cuatro Compañías a tres) y eliminando el Grupo de 155 mm del Regimiento de Artillería (se consideraban piezas demasiado pesadas para un combate que se esperaba, nuevamente, móvil). La idea de operar en zonas dotadas de escasas infraestructuras hizo que los norteamericanos retuviesen una cantidad importante de caballos hasta bien entrados los años 30.

La previsión de operar en territorio continental norteamericano hizo que el interés del Army por los carros de combate fuese muy limitado: se consideraban ingenios destinados a apoyar a la Infantería en la apertura de brechas en unas líneas fortificadas que, según preveían, no se llegarían a construir en sus posibles escenarios de empleo. A imitación de Francia, la Defense Act de 1920 asignaba los carros de combate a la Infantería. De hecho, el reglamento de 1923 (Provisional Manual of Tactics for Large Units) establecía taxativamente que la función de los carros y de la Aviación era la de apoyar la maniobra de la Infantería a pie. En realidad, este reglamento era una traducción casi literal de su equivalente francés de 1921.

A partir de 1935, las Fuerzas Armadas recibieron un importante aumento presupuestario, como reflejo del incremento general del gasto público del Gobierno de Roosevelt, en el marco de su política de incentivos a la industria norteamericana como forma de superar la Gran Depresión de 1929. Casi por primera vez desde el final de la PGM, el U.S. Army disponía de fondos para reorganizarse.

En el marco de la citada mejora presupuestaria, el U.S. Army emprendió una reestructuración general de sus unidades. Esta reforma cambió en profundidad la organización de sus Divisiones, adoptando una estructura general en la que cada nivel disponía de tres elementos de maniobra subordinados y uno de apoyo (por ejemplo, cada Compañía contaba con tres Secciones de Fusiles, más una de Armas de Apoyo, cada Batallón con tres Compañías de Fusiles más una de Apoyo, etc.). En el marco del deseo de mantener la movilidad, las Secciones no recibieron armas más pesadas que los fusiles automáticos BAR (Browning Automatic Rifle, una ametralladora ligera alimentada por cargadores y de baja cadencia de tiro), ni las Compañías armas superiores al mortero de 60 mm., y las primeras armas contracarro (cañones de 37 mm) se encontraban en las Compañías de Apoyo de los Batallones. En consecuencia, la Infantería norteamericana tenía una potencia de fuego muy inferior a la de las Infanterías europeas, mejor dotadas en ametralladoras, morteros y otras armas de apoyo (‘cañones de Infantería’, cañones contracarro…), especialmente a nivel Sección y Compañía. Por otra parte, el aligeramiento del equipo de las pequeñas unidades de Infantería no mejoraba la movilidad del conjunto de la División, pues los elementos de apoyos más pesados y menos móviles seguían estando presentes, solo que centralizados en niveles de mando superiores.

La percepción norteamericana de que la guerra de trincheras estaba superada llevó también a reducir en gran medida las unidades de zapadores de las Divisiones (se llegó a considerar su completa desaparición) y solo la presión del Cuerpo de Ingenieros y el análisis de las operaciones en Francia en 1940 permitieron que la División retuviese un Batallón de Zapadores.

La Artillería de Campaña siguió el esquema triangular con tres Grupos de Artillería ligeros (inicialmente con cañones Schneider 75 mm, posteriormente con obuses M-101 de 105 mm.), dedicados al apoyo directo a cada una de las tres Brigadas de la División, y un Grupo pesado (con obuses de 155 mm) para apoyo general y contrabatería.

La Artillería antiaérea, los carros de combate o las armas pesadas contracarro se mantenían centralizadas en niveles de Cuerpo de Ejército y superiores. En realidad, esta centralización ocultaba en cierta medida una falta de interés: los posibles escenarios de empleo del Army hacían poco probable el empleo de estos medios, para los que no había ideas doctrinales claras.

Como una notable excepción en la escasa producción doctrinal norteamericana de este periodo, entre 1929 y 1941, la Escuela de Artillería del U.S. Army desarrolló el procedimiento que todavía se aplica hoy para concentrar el fuego de múltiples Baterías o Grupos de Artillería sobre objetivos de oportunidad. Hasta ese momento, las grandes concentraciones artilleras sólo eran posibles sobre objetivos previamente identificados y cartografiados.

Cuando un aparecía un objetivo imprevisto, si no se disponía de sus coordenadas exactas sobre el plano, el Observador Avanzado de Artillería (OAV) podía dirigir el fuego de su Batería sobre él, corrigiendo el tiro desde su posición, pero no existían medios para que unidades de Artillería adicionales pudieran hacer fuego sobre ese objetivo, a menos que se obtuviesen sus coordenadas topográficas, o se empleasen como referencia puntos destacados – y cartografiados – del terreno. Incluso entonces, la corrección del tiro era muy compleja, por la falta de conocimiento de la posición relativa entre el observador y las piezas de las unidades artilleras. Adicionalmente, era necesario que el OAV se mantuviese enlazado con su Batería (vía telefónica, o, más raramente, empleando los escasos medios radio disponibles) mientras acompañaba el avance de las unidades de combate. En las condiciones de la PGM (avances muy cortos a través de la ‘tierra de nadie’), esto era difícil, pero realizable. En movimientos en la profundidad del despliegue enemigo, lo normal es que el OAV perdiese el enlace con la unidad apoyada o con su Batería, impidiendo la prestación del apoyo.

Entre 1929 y 1941, la Escuela de Artillería del U.S. Army creó y perfeccionó el sistema del F.D.C. (Fire Direction Center – Centro de Dirección de Fuegos), que permitía, mediante una serie de artificios de cálculo, concentrar el fuego de múltiples Baterías o Grupos de Artillería sobre un solo objetivo del que no se disponía de coordenadas cartográficas precisas, pero designado por un OAV. Esta capacidad no fue alcanzada por la Artillería de las potencias del eje durante toda la SGM. Para conseguirlo, además de los desarrollos técnicos, se dotó de equipos radio portátiles a todos los elementos artilleros necesarios, incluyendo a los OAVs, permitiendo el mantenimiento permanente del enlace entre los OAVs y los medios de fuego.

En Europa no se prestó atención a este desarrollo doctrinal, al considerar irrelevante el pensamiento militar norteamericano (en 1939, el U.S. Army era el decimoséptimo Ejército del mundo, muy cerca del decimosexto, el rumano), y su producción doctrinal era deliberadamente ignorada en Europa. Sin embargo, estos nuevos procedimientos daban a la Artillería norteamericana una capacidad inigualada de proporcionar potentes fuegos de apoyo a sus unidades de combate con oportunidad y casi en cualquier modo de combate (estático o en movimiento). El efecto de esta capacidad se reflejó en un refuerzo de la tendencia norteamericana a confiar en los fuegos como forma esencial del combate (ya muy acusada por la herencia de la PGM) y a mantener muchas unidades de Artillería centralizadas, para emplearlas donde fuese necesario según el desarrollo del combate, en lugar de confiar en planes preestablecidos. Al inicio de la SGM, la Artillería norteamericana, aun sin experiencia en combate, era probablemente la mejor preparada para el conflicto, y se convirtió desde los primeros momentos de la intervención norteamericana en la guerra en el elemento clave del éxito norteamericano.

Los ecos del interés europeo (especialmente británico) en la mecanización de los Ejércitos se hicieron sentir también al otro lado del Atlántico y hacia 1936 los norteamericanos iniciaron un vigoroso programa de motorización de su Ejército. Sin embargo, a diferencia de la tendencia general europea (que buscaba evitar la parálisis de la Gran Guerra), la motorización de los norteamericanos perseguía simplemente mejorar la movilidad de sus Divisiones, especialmente la de su Artillería de Campaña. Frente al enconado debate europeo acerca del papel del carro de combate en el campo de batalla moderno, en los años 30 los norteamericanos apenas diseñaron y construyeron dos modelos de carros, el ligero M-1 y el medio M-2, inspirados (como casi todos sus coetáneos) en los modelos británicos del Carden-Lloyd y del Vickers 6-Ton, y solo en 1940 – tras la derrota de Francia – se plantearon la creación de unidades acorazadas. Hasta entonces, los intentos del General Chaffee en 1928 y 1929 por constituir una Brigada Acorazada (basada en la Experimental Armored Force británica, compuesta por dos Batallones de carros M-2, una Compañía de autoametralladoras, un Grupo de Artillería remolcada y unidades menores) se frustraron por la crónica falta de fondos del Ejército norteamericano de los años veinte.

La doctrina norteamericana de empleo de los medios acorazados se debe casi en exclusiva a las ideas del General Leslie McNair, que, en su condición de director del Army War College, modernizó la doctrina norteamericana en 1939, publicando una nueva versión del Field Service Manual, el principal texto doctrinal del Army, dividido en tres partes o Field Manuals (FMs): FM 100-5, Operations, FM 100-10, Administration y FM 100-15, Large Units. Estos manuales fueron apresuradamente actualizados en 1941 con la experiencia de la batalla de Francia en 1940, y constituyeron la base de la doctrina terrestre norteamericana en la SGM. Para McNair, los carros de combate debían mantenerse en reserva mientras la Infantería abría una brecha en el frente enemigo, tras lo cual se infiltrarían por ella para realizar un avance en profundidad, al estilo de los raids de la Caballería norteamericana durante la Guerra Civil, o perseguirían a un enemigo batido. Tanto en la retaguardia enemiga como en la persecución, los carros se enfrentarían a blancos ‘blandos’ (instalaciones logísticas, de comunicaciones, de mando y control, unidades enemigas desorganizadas…), por lo que los carros norteamericanos (que no habían sido diseñados todavía) necesitarían gran autonomía y velocidad, pero no un armamento potente ni un blindaje pesado.

En caso de encontrarse con otros carros, McNair defendía que era necesario un tipo especial de vehículo, el cazacarros, esencialmente un cañón contracarro montado sobre cadenas. Puesto que los blindajes (excepto los más pesados) se habían revelado poco eficaces frente a los cañones contracarro, McNair consideraba que ningún blindaje sería suficiente sin comprometer la movilidad del vehículo, por lo que decidió suprimirlo: los cazacarros tenían un blindaje muy escaso y ni siquiera tenían techo en su torre, para ahorrar peso. A cambio, eran más baratos y más ágiles que un carro, siendo su potente cañón y su movilidad sus principales bazas en combate. Las unidades de cazacarros debían mantenerse en reserva para intervenir en caso de que apareciesen carros enemigos. Sobre esta base doctrinal se desarrollaron a partir de julio de 1940 los carros M-3 LeeM-4 Sherman y los cazacarros M-3 Gun Motor Carriage (semioruga) y M-10. Ya entrada la SGM, estos cazacarros fueron complementados con modelos más avanzados.

A partir de 1936, cuando las posibilidades económicas lo permitieron, el U.S. Army agrupó sus escasos y obsoletos medios acorazados en dos Brigadas, una formada sobre la base de la VII Brigada de Caballería, y otra, denominada Provisional Tank Brigade, procedente de las unidades de carros de Infantería de la escuela de Fort Benning. Estas Brigadas eran unidades de un solo Arma, con muy escasa contribución del resto. La invasión alemana de Francia en 1940 proporcionó el necesario aliciente para que estas dos Brigadas constituyeran el núcleo de las dos Divisiones Acorazadas que organizó el Army antes de la SGM. Estas dos Divisiones – como ocurrió frecuentemente en la Europa de entreguerras –  fueron organizaciones poco equilibradas, muy preponderantes en carros (seis batallones, cuatro de carros ligeros y dos de carros medios, totalizando casi cuatrocientos carros), con solo dos Batallones de Infantería Mecanizada y tres Grupos de Artillería. La preponderancia en carros ligeros y la escasez de Infantería era coherente con la idea de emplear estas Divisiones en los papeles tradicionales de la Caballería (explotación del éxito y persecución), pero limitaba mucho su capacidad para vencer resistencias incluso pequeñas.

Mientras que la estructura descrita de la División de Infantería fue el resultado de múltiples estudios y experimentos, las ideas doctrinales sobre el uso de los carros de combate nunca se experimentaron (por falta de tiempo, pero también por la casi total ausencia de medios acorazados en el U.S. Army antes de la SGM). En consecuencia, el U.S. Army inició la SGM con una doctrina de empleo de medios acorazados sin experimentar, producto de la intuición del General McNair.

En realidad, la escasa evolución doctrinal norteamericana en el periodo de entreguerras se justifica, por un lado, por la falta de una idea clara de empleo del conjunto de sus Fuerzas Armadas y, por otro (estrechamente ligado al anterior), por su miseria presupuestaria: mientras que la Aviación y la Armada se centraron en un posible conflicto con Japón en el Pacífico, el Ejército carecía de una función creíble. Como consecuencia, sus presupuestos apenas fueron los suficientes para mantener un mínimo de personal en filas. La lucha por conseguir mantener sus magros presupuestos consumía mucho del tiempo de los Estados Mayores, a todos los niveles, mientras que la falta de una misión y de unos posibles escenarios de empleo claros desincentivaba los estudios doctrinales. Así, hasta el aldabonazo que supuso la caída de Francia en 1940, el Ejército norteamericano se mantenía, en lo concerniente a doctrina de combate de alta intensidad, prácticamente en 1918, y aun así, solo a medias, dado el peso de su larga tradición de combate frente a bandas irregulares en grandes espacios abiertos.

Alemania

Quizá la principal innovación de la Segunda Guerra Mundial fue el nacimiento del concepto moderno de guerra acorazada, conocido popularmente por el término propagandístico blitzkrieg (‘guerra relámpago’), si bien nunca se denominó oficialmente así (el término doctrinal alemán equivalente sería el de Bewegungskrieg o ‘guerra de movimiento’). 

Las circunstancias concretas del nacimiento de la blitzkrieg son un tema controvertido. En cualquier caso, el carro de combate nace para solucionar el problema táctico de la vulnerabilidad de la Infantería y su escasa movilidad táctica en un campo de batalla dominado por la potencia de fuego y el movimiento de las reservas mediante camiones o por ferrocarril.

La experiencia aliada de empleo de los carros había sido común a británicos y franceses: los carros de combate se habían revelado lentos, poco fiables mecánicamente, con tendencia a quedarse atrapados en fosos y cráteres y muy vulnerables al fuego artillero. Cuando habían intentado operar sin apoyo de fuegos, su potencia de fuego se había revelado insuficiente para enfrentarse a una Infantería bien atrincherada y apoyada por Artillería.

Por su parte, los alemanes apenas tenían experiencia propia sobre el uso de los carros, pero habían quedado muy impresionados por su utilidad potencial. Al no disponer apenas de carros propios (excepto la veintena de pesados, lentos y vulnerables A7V y las pocas docenas tomadas al enemigo), muchos de sus inconvenientes les habían pasado desapercibidos.

Ya en enero de 1918, el General Ludendorff publicó una primera doctrina acorazada (denominada Anleitung für die Verwendung von Sturm-Panzerkraftwagen-Abteilungen o Guía para el empleo de las Secciones de Carros de Asalto, publicada el 18 de enero de 1918), que, en líneas generales, mantenía las ideas aliadas sobre el empleo de estos medios, dando al carro el papel de auxiliar de la Infantería. El Ejército alemán consiguió desplegar hasta nueve compañías de cinco carros cada una (en su inmensa mayoría, carros británicos capturados), agrupadas en Abteilungen de tres Compañías. Dada su escasez, solían actuar por Compañías aisladas, y solo en abril de 1918, en Villiers-Bretonneux, consiguieron desplegar un Abteilung con trece carros, su mayor concentración por parte alemana durante la guerra. Sin embargo, habiendo sufrido en carne propia su acción, sus posibilidades no les eran ajenas. Los alemanes creían que los carros de combate podían alcanzar la ansiada ruptura en profundidad que habían estado buscando desde 1914.

En el campo aliado, pese a esa experiencia común, franceses y británicos tomaron caminos opuestos. Los franceses consideraron que los problemas del carro de combate eran inherentes al propio concepto, por lo que su utilidad no podría ser otra que la que había tenido en la Gran Guerra. En el modelo francés, la finalidad del carro de combate era la de abrir paso a su Infantería, abriendo brechas en las alambradas, y proteger a los infantes durante el combate en el interior de la posición defensiva enemiga, destruyendo los puntos de resistencia (nidos de ametralladoras, pequeñas fortificaciones) que pudieran quedar después del bombardeo artillero… Para ello, los carros se distribuían equitativamente entre las Divisiones de Infantería atacantes, asignando un cierto número de carros a cada División, que, a su vez, los distribuía equilibradamente entre sus Regimientos de Infantería. El carro era para los franceses un arma de apoyo a la Infantería, y, como la propia Infantería, subordinaba su ritmo de avance al desplazamiento de la barrera móvil creada por la Artillería. Los diseños franceses de la posguerra reflejaban esas características.

Char de Bataille B-1 bis, preservado en Stonne (Francia). El B-1 era, en teoría, superior a los Panzer alemanes, pero la doctrina de empleo francesa era completamente inadecuada, lo que llevó a un diseño con importantes desventajas técnicas. El 16 de mayo de 1940, el carro de la foto destruyó en solitario en una emboscada trece carros Pz-III y Pz-IV, recibiendo hasta 140 impactos, que resistió su pesado blindaje.

Como ejemplo, el principal carro francés en 1940 era el Char de Bataille B-1 bis. Era un carro lento (no es necesaria la velocidad para ir al paso de la Infantería), pesadamente acorazado (para resistir los impactos de la Artillería enemiga), armado con un cañón de 75 mm situado en la parte frontal del casco (los objetivos posibles aparecerían siempre a vanguardia, pues el avance se haría en líneas y a los flancos sólo habría Infantería y carros propios), junto con otro cañón de 47 mm en una torreta giratoria, como arma secundaria pensada para destruir objetivos móviles (otros carros enemigos) o inesperados y un par de ametralladoras (para batir a la Infantería enemiga).

Su torre sólo tenía espacio para un hombre, que debía ejercer de Jefe de Carro y de cargador y apuntador del cañón de 47 mm; si, además, era el Jefe de la Unidad de carros, también debía mandar su Unidad. El B-1 bis fue equipado inicialmente con equipos de radio ER-52 y 53, que empleaban señales tipo Morse, aunque posteriormente comenzaron a recibir equipos ER-51, de voz, pero el ruido del motor hacía casi imposible su empleo en marcha. Los carros de los Jefes de Compañía y de Batallón disponían de un equipo ER-55, también de señales morse en lugar de voz, pero más potente, para enlazar con los escalones superiores. El tiempo necesario para codificar y decodificar los mensajes hacía que los equipos de radio tuvieran una utilidad muy limitada una vez la unidad entraba en combate. En el momento de su concepción, no se concebía el empleo de los carros de forma separada de la Infantería. La larga vida operativa del gran número de carros Renault FT-17 (modelo concebido para ese papel de apoyo a la Infantería y escasamente adecuado para ninguna otra función) disponibles después de la Primera Guerra Mundial y su adscripción al Arma de Infantería al final de ese conflicto no hizo más que reforzar esta forma de concebir el empleo de los carros de combate.

El caso británico fue diferente. Como se ha comentado, el Ejército británico mantuvo un importante debate interno entre los defensores y los detractores del carro de combate. Los defensores del carro de combate partían de la base de que los problemas detectados en el carro de combate eran puramente circunstanciales y que el desarrollo tecnológico sería capaz de superarlos. Sus detractores creían que el carro de combate sólo era útil en un tipo de guerra que creían que no se repetiría.

En este debate se mezclaron elementos ajenos a los puramente tácticos: los oficiales jóvenes, que habían sufrido en primera persona los horrores de la guerra de trincheras, se negaban – como Liddell-Hart o Fuller – a aceptar sin más esa forma de combate como la única posible, sin intentar buscar alternativas mejores. Además de ello, tras la guerra, el generalato británico fue muy criticado en el seno de la sociedad británica por su conducción del combate, haciendo responsables a los jefes británicos de las enormes bajas sufridas. Aparece entonces el mito de los ‘leones dirigidos por burros’, subrayando el valor de las tropas frente a la percibida incompetencia de sus jefes, mito que nace entre las filas del propio Ejército británico (la expresión Lions Led by Donkeys fue el título de un popular libro publicado en 1927 por el Capitán P.A. Thompson).

En ese ambiente, cualquier novedad que prometiese erradicar esas costosísimas tácticas era bienvenida entre la parte más joven de la oficialidad, más aún cuando, como en el caso del carro de combate, había voces (como la de Fuller) que culpaba a los generales británicos (singularmente a Douglas Haig) de no haber explotado durante la guerra las posibilidades de estos ingenios. En consecuencia, el debate sobre el uso del carro de combate tenía connotaciones políticas y generacionales que excedían con mucho los razonamientos tácticos. Por ello el debate se radicalizó hasta el extremo (a Liddell-Hart le costó el retiro obligatorio; Fuller defendía la abolición de las Armas tradicionales y la creación de otras nuevas, concebidas alrededor del carro de combate), y por ello también el triunfo de los defensores de los carros (parcial y debido en gran medida al relevo generacional en la jefatura del Ejército británico) fue necesariamente incompleto, y no siempre bien comprendido incluso por sus defensores.

A estas tensiones internas se sumó la permanente crisis presupuestaria del Ejército británico en el periodo de entreguerras, que le llevó a la pérdida de la vanguardia tecnológica en el desarrollo de carros de combate, que había ostentado hasta entonces (como se ha comentado, prácticamente todos los modelos de carros de combate diseñados en el periodo de entreguerras en todo el mundo eran copia o imitación de modelos británicos).

Como se ha citado, la tendencia a la motorización se vio impulsada por la independencia de Irlanda, principal fuente de caballos para el Ejército británico, enmarcada en una reducción generalizada del número de caballos a nivel mundial, principalmente debida a la urbanización y al desarrollo de los transportes a motor. Sin embargo, pese a esta reducción, Estados Unidos, Alemania o la Unión Soviética seguían teniendo suficientes caballos para sus Fuerzas Armadas, por lo que la presión hacia la motorización no fue tan grande como en el caso británico.

Como consecuencia de esa política de motorización y del hecho de disponer de una gran experiencia en el diseño y uso de medios acorazados, en 1939, el Ejército británico disponía de medios acorazados muy modernos. Sin embargo, carecía de ideas claras sobre su empleo. Esta falta de claridad de ideas se manifestó, entre otras cosas, en el fracaso del Ejército para conseguir implicar a la RAF en este desarrollo doctrinal, mientras que la Aviación tenía un papel clave en el concepto de la blitzkrieg alemana. El ejército británico (el único completamente motorizado en 1939) no supo aplicar una doctrina coherente de guerra móvil al iniciarse la Segunda Guerra Mundial (y hasta bien entrado el conflicto).

Por parte alemana, el análisis de las posibilidades del carro de combate se enmarcó en el estudio general de ‘lecciones aprendidas’ de la Gran Guerra. Sobre la base de los estudios realizados previamente a la Kaiserschlacht, el reducido Estado Mayor General alemán del periodo de entreguerras (ilegalizado en el Tratado de Versalles y camuflado en la Truppenamt u “oficina de tropas”) continuó analizando las lecciones aprendidas de los combates del frente del Este, donde los ejércitos alemanes habían luchado en inferioridad numérica frente a los rusos, pero habían conseguido victorias decisivas.

Estos estudios se enfocaron a reducir la dependencia de la Infantería con respecto al apoyo de fuego de Artillería. Esa menor dependencia debería traducirse en una mayor capacidad de penetración en los despliegues enemigos y una mayor autonomía con respecto a las líneas de comunicación (consiguiendo una mayor libertad en el diseño de las operaciones), logrando resultados decisivos y reduciendo el número de bajas. Las lecciones aprendidas de la Kaiserschlacht de 1917 se aplicaron también a la doctrina y a los desarrollos tecnológicos:

  • Era necesario dar iniciativa a los subordinados hasta el nivel más bajo, para permitir la velocidad de reacción necesaria para explotar las brechas antes de la llegada de las reservas enemigas.
  • Las unidades que explotasen la brecha necesitaban una movilidad y una velocidad mucho mayores que las que tenía la Infantería a pie
  • Era necesario que estas unidades pudiesen trasladar la información obtenida, sus intenciones y movimientos a los escalones superiores, sin esperar a los lentos y vulnerables tendidos de cable telefónico.
  • Pero, sobre todo, era necesario obtener apoyos de fuegos más ágiles que los que podía proporcionar la Artillería.

El problema del apoyo de fuegos era el elemento clave que condicionaba todo el problema táctico, tanto en el sistema aliado como en la alternativa que buscaba afanosamente la Truppenamt. Finalmente, los alemanes consideraron que la Aviación sería el elemento capaz de proporcionar apoyo de fuego a las unidades de maniobra terrestres, sin obligarlas a arrastrar con ellas los miles de piezas de Artillería típicos de la Primera Guerra Mundial, ni esclavizarlas a la existencia de líneas de comunicación de buena calidad y cuyo control era absolutamente necesario para el combate.

Es interesante destacar que, según el Tratado de Versalles, Alemania no podía tener Aviación. Este hecho tuvo una consecuencia inesperada: el desarrollo de la Aviación alemana se hizo secretamente, y se impulsó desde el Ejército de Tierra alemán, en el marco de la solución del problema táctico ‘terrestre’. Por este motivo, desde su nacimiento, la Luftwaffe se diseñó como un elemento de apoyo de fuegos para el Ejército de Tierra. Esta circunstancia mantuvo a Alemania ajena al debate doctrinal del periodo de entreguerras acerca del ‘poder aéreo estratégico’, por lo que la prioridad de la Luftwaffe siempre fue proporcionar el apoyo aéreo a la maniobra terrestre. Como consecuencia, la integración entre la Aviación y el Ejército de Tierra en Alemania era, en 1939, inmensamente superior a la existente en cualquiera de sus rivales (la otra cara de la moneda era que la Luftwaffe carecía de los medios necesarios para ejecutar acciones de alcance estratégico, como se puso de manifiesto a lo largo del conflicto, ya desde la “Batalla de Inglaterra” en 1940). Las dificultades técnicas de la cooperación aire-tierra (problemas de enlace y de identificación de tropas propias desde el aire) se solucionaron con “reparto de papeles”: fuera de los puntos críticos (donde el apoyo de aviación era muy cercano y coordinado mediante destacamentos de enlace aéreos, pero muy minoritario: sólo supuso un 16% del esfuerzo aéreo aplicado en Francia en 1940), la Luftwaffe tenía como misión proteger los flancos de las profundas penetraciones acorazadas, atacando a las fuerzas enemigas que amenazasen esos flancos y evitar la actuación de las fuerzas aéreas enemigas sobre las vanguardias acorazadas.

La falta de movilidad y velocidad de la infantería a pie para explotar las penetraciones en el despliegue enemigo se solucionó mediante el desarrollo de carros de combate adaptados a estas necesidades, y su agrupación en unidades destinadas a realizar este tipo de penetraciones: las Divisiones Acorazadas o Divisiones Panzer.

Es importante subrayar que, para los alemanes, los carros de combate no supusieron una ‘revolución’ en sí mismos (como pensaba Fuller), sino sólo un medio para poner en práctica las ideas tácticas concebidas en los años finales de la Gran Guerra. En consecuencia, los alemanes ‘exportaron’ los conceptos en los que se basaban las tácticas ofensivas de las Stosstruppen a las unidades de carros de combate. Así, a diferencia del concepto británico, la División Panzer era una unidad con una profunda vocación interarmas (como lo habían sido los Stosstruppen), buscando siempre la mejor “herramienta” (Infantería, Artillería, Ingenieros, carros…) para aplicarla a cada problema táctico individual, evitando las “fórmulas universales”.

La necesidad del carro de combate se justificaba por la búsqueda de la movilidad, como forma de evitar la guerra de posiciones que Alemania no se podía permitir. De hecho, el jefe de la Reichswehr desde 1921, General Von Seeckt, había tenido una exitosa carrera militar en el frente oriental, caracterizado por su movilidad, en oposición a la guerra de posiciones del frente occidental. Von Seeckt atribuía la inmovilidad en el Oeste a las limitaciones de los Ejércitos de leva, a sus problemas de adiestramiento para combatir en orden abierto y a su escasa disciplina bajo el fuego. Von Seeckt pensaba que los Ejércitos de la Gran Guerra habían ido perdiendo en eficacia conforme fueron aumentando de tamaño, hasta ser una masa de reclutas pobremente adiestrados. En su concepción, un Ejército pequeño, bien adiestrado, muy móvil y con espíritu ofensivo, debería ser capaz de vencer a los Ejércitos de masas de la I Guerra Mundial. Precisamente, ése era el espíritu de los Stosstruppen.

Para Von Seeckt, “el objetivo de la guerra moderna debe ser el de alcanzar una decisión con fuerzas muy móviles y muy competentes, antes de que las masas hayan comenzado a moverse”. Las limitaciones técnicas de los carros de combate llevaron sin embargo a Von Seeckt a asignar inicialmente el papel de los carros de combate a la Caballería a lomo. De hecho, la doctrina de 1921 preveía para los carros de combate una utilización muy similar a la que concebían los franceses.

La Caballería alemana, al igual que la británica de su época, se desplazaba a lomo, pero combatía a pie. En consecuencia, sus funciones eran de ‘Infantería montada’, más que las tradicionales de la Caballería. Sin embargo, a diferencia de la Caballería francesa – pensada para limitar la movilidad en el campo de batalla -, los alemanes concebían la Caballería como un elemento destinado a evitar la creación de frentes estáticos, es decir, a incrementar la movilidad en el campo de batalla, función que también se concebía para los carros de combate. Sin embargo, la experiencia de la Caballería alemana se concentró en las “lecciones aprendidas” de la Gran Guerra, en la que sus misiones habían sido, esencialmente, de reconocimiento y seguridad. En la Gran Guerra apenas hubo rupturas del frente que diesen lugar a vigorosas explotaciones del éxito, por lo que la Caballería alemana se dedicó a perfeccionar su papel como elemento de información y como “pantalla de protección” de las Divisiones de Infantería que la seguirían en su avance. Esta es una de las razones por las que, en principio, la Caballería no mostró interés en transformar sus unidades a caballo en unidades de carros de combate, medios que veía más enfocados hacia la ruptura del frente (especialmente hasta mediados de los años 30).

En 1924, Ernst Volckheim publicó un interesante libro llamado El carro en la guerra moderna, que reflejaba la opinión mayoritaria entre los defensores del carro en el Ejército alemán. Este libro fue adoptado oficialmente por el Ejército alemán como texto doctrinal sobre guerra acorazada.

En realidad, El carro en la guerra moderna no era más que una conclusión de una larga trayectoria editorial dedicada al empleo de los carros de combate, en forma de numerosos artículos en el Militär Wochenblatt (una revista semi-oficial dedicada al pensamiento militar)nacidos de la experiencia del autor como carrista en la PGM, como oficial del Cuerpo de Automovilismo (Kraftfahrtruppen) y como técnico en el centro de pruebas de armamento de Döberitz tras la guerra. Volckheim preveía que la evolución tecnológica acabaría solucionando los problemas técnicos de los carros, hasta el punto de que unos carros potentemente armados y bien protegidos podrían alcanzar la explotación de la ruptura que los generales alemanes habían buscado sin éxito a lo largo de la Primera Guerra Mundial. La obra de Volckheim fue muy popular en su tiempo, y sus ideas inspiraron en gran medida los futuros desarrollos doctrinales de la Reichswehr.

Otro poco conocido autor, que, sin embargo, adelantó algunas de las características esenciales de la guerra de movimiento fue el comandante retirado del Ejército austríaco Fritz Heigl. En 1925 publicó su obra Taschenbuch der Tanks, muy influyente en Alemania, y que fue adoptado como libro de texto por los soviéticos en la Academia Frunze. Heigl consideraba que el carro de combate era un arma ideal para la guerra de movimiento, asignándole el papel que tradicionalmente había desempeñado la Caballería. Además de ello, al tratar sobre la relación entre los carros y la Infantería, Heigl consideraba que era inaceptable hacer que el carro se adaptase a reducida velocidad de los infantes, so pena de perder la movilidad y la velocidad que constituían sus principales ventajas. En su lugar, propuso mejorar la velocidad de la Infantería, dotándole de ‘tractores de Infantería’, vehículos de cadenas diseñados para transportar infantes, y dotados de movilidad y velocidad similares a las de los carros. En realidad, ya en 1924, los alemanes apostaron decididamente por el carro, si bien sus ideas sobre su empleo continuaron siendo objeto de enconados debates hasta la exitosa conclusión de la batalla de Francia en 1940. En 1924, Von Seeckt ordenó a sus unidades la construcción de carros simulados y su empleo habitual en ejercicios.

No obstante, no toda la Reichswehr aceptó de buena gana la preferencia por el desarrollo de los carros de combate. En diciembre de 1925 el General de División Von Taysen publicó en el Militär Wochenblatt un artículo titulado ¿Material o Moral? en el que, bajo la excusa de una crítica a la doctrina francesa de la época, atacaba la creciente tendencia a confiar en los nuevos ingenios –singularmente, en el carro de combate- antes que en los valores morales del combatiente. El artículo de Von Taysen dio lugar a una serie de réplicas y contrarréplicas que ilustran la división de opiniones imperante en el seno de la Reichswehr, reflejo de la situación en la mayoría de los Ejércitos europeos.

En realidad, todavía la doctrina alemana de 1934-35, denominada Truppenführung, que sucedió a la versión de 1921, describe en su primera parte (1934) un papel para los carros muy similar al contemplado en los conceptos franceses y británicos de 1918: los carros, operando en beneficio de la Infantería y con el apoyo de los fuegos artilleros, de Zapadores y de la Aviación, cooperarían en la ruptura del frente enemigo, con el fin de alcanzar la zona de despliegue de la Artillería. La segunda parte de esta doctrina (1935) añade que los carros deben ser empleados, en ataque y en defensa, en los puntos y momentos clave del combate (Schwerpunkt); pero contempla que los carros puedan combinarse con otras tropas motorizadas en formaciones Panzer, en acciones más independientes dirigidas contra el flanco o la retaguardia enemiga, o para obtener una ruptura del frente. Esta doctrina ya contempla el empleo de Infantería motorizada o de formaciones acorazadas ligeras en misiones de reconocimiento y seguridad.

Pese a estos deseos, el desarrollo de los carros de combate alemanes estuvo condicionado por las limitaciones impuestas por el Tratado de Versalles (que prohibía a la Reichswehr tener carros de combate). En consecuencia, su desarrollo fue secreto. A las dificultades propias de mantener el secreto, se añadió la crisis económica que asolaba Alemania, la ocupación francesa de la zona industrial del Ruhr (1923) y la inestabilidad social y política de la República de Weimar… Por ello, el desarrollo fue lento, y, en principio, orientado hacia ingenios sencillos y baratos, caso del Panzerkampfwagen-I (‘Vehículo acorazado de combate’) o simplemente Pzkfw-I o Panzer I, inspirado en el Carden-Lloyd de Vickers, una tanqueta sin techo de 3 toneladas de peso.

Entretanto, mientras esperaban a que las tecnologías del motor, de la suspensión y de la transmisión madurasen, la Reichswehr centró su atención en el resto de elementos de su fuerza acorazada: Infantería motorizada, vehículos ligeros de reconocimiento y medios contracarro motorizados.

En efecto, la vocación interarmas del concepto operativo alemán obligó al desarrollo de una serie de elementos de otras Armas que fueran capaces de igualar la movilidad de los carros de combate. Aparece así la Infantería ‘mecanizada’, a imagen de la propuesta por Heigl (en principio, sobre vehículos semioruga blindados: gracias a las famosas expediciones en las que exploradores franceses habían cruzado los desiertos del Sáhara y del Gobi en camiones semioruga, estos híbridos disfrutaron de un gran predicamento a finales de los veinte y comienzos de los treinta), la Artillería autopropulsada o las unidades de reconocimiento motorizadas.

El elevado coste de estos medios hace que, al final, se adopten soluciones menos ambiciosas, como la Infantería ‘motorizada’ (sobre camiones) o la Artillería remolcada por vehículos (algunos de ellos semiorugas, otros simples camiones). No obstante, la economía alemana sólo permitió la motorización de un exiguo porcentaje de sus fuerzas: incluso en 1945, el 90% del Ejército alemán se movía a pie o a caballo.

Una consecuencia inesperada de ese bajo índice de motorización es que el Ejército alemán reunía fuerzas con movilidades muy distintas: una mayoría de unidades que se movían a pie o a caballo junto con un número muy limitado de Divisiones Acorazadas, Mecanizadas o Motorizadas. La Wehrmacht era un Ejército ‘a dos velocidades’, en todos los sentidos. Los problemas derivados de esta diferencia de movilidad apenas se atisbaron en las rápidas campañas de Polonia (1939) o Francia (1940), desarrolladas en teatros de operaciones geográficamente reducidos, pero se pusieron crudamente de manifiesto en los inmensos espacios de la Unión Soviética (1941-45) o Libia (1941-43).

Semiorugas Citroën franceses, en el desierto del Gobi en 1930. Las expediciones de estos vehículos hicieron muy populares estos ingenios en la década de 1930.

Pese a las dificultades para producir carros de combate, los alemanes contaron con la ventaja de tener ideas más o menos claras sobre la utilización que pensaban dar a estos ingenios, por lo que las características que esperaban de sus desarrollos estaban relativamente bien definidas, evitando la dispersión de esfuerzos.

Inicialmente, todos los medios motorizados de la Reichswehr (esencialmente camiones, dedicados inicialmente a labores logísticas) se agruparon en una especie de Cuerpo de Automovilismo (Kraftfahrtruppen), que, cuando lo permitió la situación internacional, fue transformando sus unidades de transporte en Batallones de Infantería Motorizada y Batallones contracarro.

En el conjunto de ejercicios realizados entre 1932 y 1939, los alemanes experimentaron combinando unidades motorizadas (sobre camiones, motocicletas o vehículos blindados de ruedas) y unidades de Caballería a lomo. Los experimentos fueron concluyentes: la diferencia de movilidad entre ambos tipos de unidades hacía poco aconsejable su empleo conjunto por debajo del nivel División.

Sin embargo, las nuevas ideas sobre el empleo de los carros no gozaban de la aprobación unánime de los altos mandos alemanes. Como ejemplo, en junio de 1935, los alemanes ejecutaron un ejercicio sobre mapa en el que tres Divisiones Panzer (todavía inexistentes) colaborarían con un Cuerpo de Ejército fundamentalmente a pie en un contraataque sobre una supuesta ofensiva checoslovaca en los montes Erz.

El terreno montañoso demostró ser un importante obstáculo para el empleo de los medios acorazados, lo que llevó al mando alemán (el General Beck, sustituto de Von Seeckt a la cabeza de la Reichswehr) a recomendar – de nuevo – su empleo como elementos subordinados a la Infantería hasta que se hubiese alcanzado una brecha en el frente enemigo. En consecuencia, recomendaba mantener unidades de carros pesados fuera de las formaciones Panzer, para apoyar a la Infantería en las acciones de ruptura.

En ese mismo año, en una decisión aparentemente ‘salomónica’, el General Beck preveía tres modos de empleo para los carros de combate: como medios de apoyo de la Infantería, para combatir a los carros enemigos o en acciones independientes junto con otras fuerzas motorizadas. Para esta última función, en octubre de 1935, la Reichswehr creó tres Divisiones Panzer, mientras que para las dos primeras misiones, Beck preveía para 1939 la creación de un Regimiento de carros pesados por cada Cuerpo de Ejército. De haberse ejecutado, esta estructura hubiera dejado 36 Batallones de carros para el apoyo a la Infantería, por los 12 Batallones de carros de las Divisiones Panzer, pensadas para acciones en la profundidad del despliegue enemigo. No obstante, la escasa producción de carros alemana, apenas daba para equipar a las recién creadas Divisiones Panzer, por lo que el proyecto de reorganización de Beck avanzaba muy lentamente. Pese a ello, la reducida producción de carros se repartió entre estas Divisiones y los Regimientos de apoyo a la Infantería.

Los alemanes no cesaron de experimentar el empleo de los carros de combate en ejercicios (en la mayoría de los casos de ‘doble-acción’, con dos bandos opuestos a los que se asignaban objetivos incompatibles). Uno de los ejercicios decisivos en el desarrollo del concepto de la blitzkrieg tuvo lugar en Mecklenburg, en septiembre de 1937. En este ejercicio una fuerza defensiva inferior (el X Cuerpo de Ejército), pero dotada con una División acorazada (empleando el modesto Pzkfw-I), consiguió derrotar decisivamente a un adversario tres veces superior, pero que empleaba tácticas y medios de la PGM. El equipo arbitral determinó sin género de dudas la victoria del X Cuerpo de Ejército al cuarto día, cuando el ejercicio estaba previsto para siete. Esta decisión fue muy discutida incluso por el propio General Beck, que decidió revocar la decisión de los árbitros (una medida sin precedentes en el Ejército alemán desde antes de la Gran Guerra) a los que acusó de minusvalorar los efectos del fuego de Artillería sobre los carros de combate. Además de ello, retiró a la División Panzer del ejercicio, que continuó como un ejercicio ‘tradicional’, basado en la maniobra de la Infantería a pie… 

Esta decisión ilustra las tensiones internas que las nuevas ideas tácticas tenían incluso en un Ejército acostumbrado al cambio y a la discusión abierta de ideas tácticas. Pese a ello, el éxito de los panzer en Mecklenburg fue indiscutible y supuso un poderosísimo argumento para impulsar el concepto de la División Acorazada. No obstante, hasta el cese de Beck en 1938, no se creó ninguna otra División Panzer.

La resistencia de Beck a concentrar todos los carros en las nuevas Divisiones Panzer ilustra el hecho de que no todo el Ejército alemán compartía el enfoque sobre la ‘guerra de movimiento’ de los teóricos alemanes. De hecho, el requisito de disponer de carros de apoyo a la Infantería y de carros capaces de efectuar operaciones en la profundidad del despliegue enemigo llevó a la Wehrmacht a desarrollar dos tipos de carro diferentes (los Panzer I y Panzer II eran esencialmente ‘bancos de pruebas’, y nunca se pensó en que llegasen a ser los medios más abundantes de la naciente Arma Acorazada alemana, como ocurrió hasta 1941), que fueron el Panzer III, como carro destinado a la explotación en profundidad y el Panzer IV, destinado a apoyar a la Infantería.

La Inspección de las Tropas Motorizadas, encabezada por Guderian, fue la encargada de definir las especificaciones de ambos tipos de carro. En consecuencia, no es sorprendente que ambos modelos dispusieran de la velocidad y autonomía suficientes como para efectuar las penetraciones en la profundidad enemiga que defendían los partidarios de la guerra móvil, ni que cada carro dispusiera de un equipo de radio, ni que sus torres permitieran albergar además de al Jefe de Carro, a un artillero y a un cargador, descargando al Jefe de Carro de esos cometidos y permitiendo que pudiese ejercer el mando para ejecutar operaciones coordinadas como unidad, fuera del simple apoyo a la Infantería, posibilidad que excedían los requisitos de mero apoyo a la Infantería. El Panzer III disponía de un cañón contracarro de 37 mm., fruto de la amarga experiencia de la impotencia de los Panzer I frente a los T-26 en España. Por su parte, el Panzer IV contaba inicialmente con un cañón de baja velocidad de 75 mm, destinado a destruir fortificaciones o a emplear munición de alto explosivo frente a concentraciones de tropas al descubierto o en vehículos no protegidos, pero muy poco útil contra otros carros.

El cese de Beck en 1938 permitió agrupar en las Divisiones Panzer todos los carros disponibles, contemplando una orgánica en la que cada Batallón de Carros tendría tres Compañías de Panzer III y una de Panzer IV, obviando el apoyo a la Infantería.

No obstante, incluso en 1939, el Generalato alemán estaba profundamente dividido en la cuestión del empleo de los carros de combate y de la ‘guerra de movimiento’, con los generales más antiguos (que, lógicamente, ocupaban los puestos superiores de la jerarquía militar) mayoritariamente escépticos ante las posibilidades ‘revolucionarias’ del empleo de fuerzas acorazadas, mientras que un cierto número de generales más jóvenes (y, por ello, menos influyentes) eran firmes partidarios del empleo independiente de estas formaciones (Guderian, Von Reichenau, Von Manstein, Student…).

Conclusiones

El periodo de entreguerras fue un periodo fecundo desde el punto de vista doctrinal, fundamentalmente porque se mantuvo el impulso que se inició con la gran crisis de pensamiento militar de la Gran Guerra. Este periodo es esencial para comprender el desarrollo de la SGM, pues las doctrinas creadas en este periodo constituyeron la base de los desarrollos doctrinales empleados en ese conflicto.

El problema fundamental a resolver por los teóricos militares era cómo evitar una repetición futura de la pavorosa experiencia del Frente Occidental de la Gran Guerra. Las respuestas fueron variadas, de acuerdo con la experiencia de cada uno de los contendientes y con su situación estratégica tras el conflicto. Los franceses, simplemente, aceptaron la inevitabilidad de este escenario y se prepararon para él; los británicos se centraron en el uso del carro de combate como la panacea que evitaría la parálisis de la maniobra; los alemanes buscaron una adaptación de las exitosas tácticas interarmas de las Stosstruppen a las nuevas posibilidades técnicas… Por su parte, los soviéticos buscaron extender su propia experiencia de la Guerra Civil rusa a las posibilidades abiertas por la motorización de las Fuerzas Armadas, mientras que los norteamericanos apenas avanzaron en ningún campo (excepto en la Artillería), debido a la indefinición de su papel estratégico.

Es significativo que gran parte de los estudios doctrinales de la época partían de la base (caso de Alemania) o buscaban (caso de franceses y británicos) constituir Ejércitos más pequeños que las grandes organizaciones típicas de la Primera Guerra Mundial. Las obras de Fuller o Liddell-Hart o el libro Vers l’Armée de Métier de Charles de Gaulle, se centran en la organización y el empleo en campaña de Ejércitos más reducidos, profesionales, pero con gran potencia de combate, derivada de la mecanización y del uso extensivo de carros de combate, medios técnicamente complejos para cuyo empleo se estimaba que era necesaria la profesionalización. Una notable excepción a esta tendencia es el Ejército Rojo: los soviéticos nunca plantean la mecanización de sus tropas como una alternativa a los Ejércitos de masas, sino como una forma de incrementar exponencialmente su potencia de combate.

El periodo de entreguerras introduce dos aportaciones doctrinales fundamentales que, todavía hoy, constituyen elementos esenciales del combate moderno: el concepto de “arte operacional” o “nivel operacional” y las doctrinas modernas sobre el empleo de la Aviación.

El “arte operacional” lo formulan expresamente los teóricos soviéticos (Svechin, Isserson, Tukhaschevski…), pero el concepto subyace en las ideas doctrinales de la “guerra de movimiento” alemana. El concepto parte de la constatación de que los Ejércitos surgidos de la Revolución Industrial alcanzan un tamaño tal que resulta imposible destruirlos en una sola batalla, como había sido el caso hasta la Primera Guerra Mundial. Por ello, es necesario combatirlos en una serie de batallas encadenadas en la que cada una crea una situación favorable para emprender la siguiente, de forma que esa serie de batallas es la que debe destruir al Ejército enemigo. Puesto que todas las batallas están íntimamente ligadas y conducen a un  mismo fin, su dirección debe confiarse a un único jefe, y su planeamiento debe hacerse de forma coordinada y simultánea. Así, aparece un nuevo nivel de mando, entre el del jefe encargado de vencer en cada una de las batallas individuales (“nivel táctico”) y el jefe que dirige la guerra en su conjunto (“nivel estratégico”); este nuevo nivel se denomina “nivel operacional”.

En cuanto a la Aviación, es en este periodo donde aparecen las dos teorías que todavía hoy inspiran la doctrina aérea: la del “Poder Aéreo Estratégico” y la del apoyo a las fuerzas de superficie. Como se verá en epígrafes futuros, la decisión de optar por una o por otra tuvo (y tiene hoy) consecuencias capitales sobre la capacidad de combate de las fuerzas terrestres.

En mayor detalle, dentro de los Ejércitos de Tierra, el periodo de entreguerras supone el cuestionamiento doctrinal del papel tradicional de la Infantería como “Arma principal del combate”, ya ocurrido de hecho durante la Primera Guerra Mundial. En efecto, en el campo específico de las doctrinas de Infantería, éste fue un periodo de consolidación de las lecciones aprendidas en la Gran Guerra, especialmente en el caso de la defensiva, pero también se centró en buscar el modo de recuperar la movilidad en el campo de batalla que la potencia de fuego había hecho desaparecer. En realidad, el impulso al desarrollo del carro de combate y, en general, a la guerra acorazada, buscaba el modo de devolver la movilidad a la Infantería, y, con ella, “resucitar” la maniobra. Sin embargo, la tradición de las Armas y la controversia sobre el papel de la Infantería como “Arma principal del combate”, surgida en los Ejércitos europeos durante la Primera Guerra Mundial, condicionó el proceso de desarrollo de la guerra acorazada, especialmente en el caso de británicos y franceses: habitualmente, un resultado exitoso tiende a desincentivar los cambios.

La Infantería sale de la Primera Guerra Mundial en una situación compleja: si bien empieza el conflicto en 1914 siendo indiscutiblemente el “Arma principal del combate”, en 1918 la situación no es tan clara. A lo largo del conflicto, en el bando aliado el empleo táctico de la Infantería había sido cada vez más dependiente de las posibilidades de apoyo de Artillería, hasta llegar a un punto (en 1916-1917) en el que el Arma principal ya no era la Infantería, sino la Artillería. Este cambio era más que evidente en el Ejército francés (modelo que copiaron los norteamericanos) y fue también así en el modelo británico (aunque se intentase volver a la situación de preguerra, en el marco de las misiones de “policía imperial”). En la concepción aliada, la misión de la Infantería en el combate de alta intensidad acababa siendo apenas la de amenazar al adversario con una ruptura para obligarle a enviar a su propia Infantería a las zonas batidas por la Artillería, en el marco de batallas de desgaste.

Al final, esta forma de combate se acaba traduciendo en que la Infantería era quien debía “poner los muertos” en esas batallas de desgaste, buscando que el balance final de bajas fuese favorable. Como consecuencia, en el periodo de entreguerras, la Infantería tiene muy escasa prioridad en la asignación de recursos, materiales o humanos. En la concepción táctica aliada, la Infantería es poco más que “carne de cañón”, por lo que recibe en mayor proporción que el resto de las Armas personal poco preparado o con limitaciones de algún tipo. En cambio, la Artillería es el Arma prioritaria, y la que recibe en mayor medida personal preparado y medios modernos. De hecho, bien entrada la Segunda Guerra Mundial, los alemanes consideraban a la Artillería británica como el Arma mejor mandada y más combativa del Ejército británico[1], muy por encima incluso del Royal Armoured Corps.

En el caso alemán, durante la Gran Guerra, la Infantería siguió siendo el “Arma principal del combate”, por más que la Artillería alemana creciese en importancia y capacidades, pero la necesidad alemana de una ruptura y de una batalla decisiva descartaba la posibilidad de basar la victoria exclusivamente en el poder destructivo de la Artillería. Esta necesidad alemana de evitar una guerra de desgaste (que era a lo que conducía la preponderancia de la Artillería) era aún mayor para el reducido Ejército alemán salido del Tratado de Versalles.

En Alemania, las tácticas de la Infantería sí sufren importantes cambios durante el periodo de entreguerras. La reducción del Ejército alemán y la experiencia de los combates en el frente oriental llevan a los alemanes a buscar la movilidad como elemento esencial de su forma de combatir. Para la Infantería, esto se traduce en un abandono consciente de la defensiva basada en grandes obras de fortificación, en una escasa consideración del valor del terreno en sí, prefiriendo siempre la “defensa de retardo” antes que cualquier otro modo de defensa, evitando el desgaste de las fuerzas propias y buscando la derrota enemiga mediante acciones ofensivas, antes que verse envueltos en costosas batallas de desgaste. La realidad de un Ejército de 100.000 hombres impuso que la defensiva alemana se orientase hacia retardar y canalizar el movimiento de las tropas enemigas, más que a buscar su destrucción en batallas defensivas.

En consecuencia, la doctrina de 1934-35 Truppenführung, describe la citada “defensa de retardo”, distinguiéndola de la “defensa” propiamente dicha. La primera está orientada a ceder terreno, retrasando al enemigo, mientras que la segunda busca conservar el terreno. En todo caso, los procedimientos defensivos que describen huyen de la situación de frentes estáticos, y contemplan amplias zonas del terreno, con operaciones en profundidad e incertidumbre sobre la situación y dirección de avance del enemigo. A diferencia de la doctrina defensiva de 1917, buscan abrir fuego a la mayor distancia y aprovechar siempre que sea posible el máximo alcance de las armas. Aunque no descartaban la defensa en contrapendiente cuando la superioridad artillera enemiga lo hiciera necesario, no era ya el método fundamental de defenderse de un ataque, ni es la defensiva el modo de destruir el potencial bélico enemigo.

En ofensiva, la Infantería alemana busca siempre la sorpresa y la búsqueda de sectores mal defendidos, moviéndose en orden abierto, en muy pequeñas unidades con gran autonomía, evitando las “fórmulas” (a diferencia de los británicos) y favoreciendo la iniciativa hasta el nivel más bajo, institucionalizando la práctica de los Stosstruppen. La Infantería alemana concede una importancia fundamental a la colaboración con otras armas (aspecto clave de la F.u.G. y de la Truppenführung), no concibiendo una actuación autónoma, pero en ningún caso llega a la dependencia de la Artillería a la que llegan los franceses. La Infantería alemana recibe numerosas armas pesadas para proporcionar capacidades complementarias incluso en los niveles de mando más bajos.

Para la Infantería alemana, el advenimiento del Arma Acorazada supuso un cambio importante: dejó de ser el “Arma principal del combate”, papel que recayó en las nuevas formaciones acorazadas, pero, sin embargo, mantuvo un rol fundamental en la ruptura de los frentes enemigos, en el combate en zonas de terreno difícil y en el apoyo a las formaciones acorazadas conservando puntos clave del terreno, reduciendo resistencias, manteniendo y ampliando las zonas de ruptura del frente… Sus tácticas ofensivas mantuvieron el espíritu y las tácticas de las Stosstruppen, mientras que en defensiva siempre que era posible aplicaba la “defensa de retardo”. Para defender zonas de terreno fundamentales se siguieron aplicando los procedimientos de “defensa elástica” de la Gran Guerra. Sin embargo, los alemanes distinguían entre las unidades de Infantería motorizada destinadas a apoyar a los carros de combate (a las que denominaban Schützen, creadas a partir de unidades de Infantería a pie y de unidades de Caballería reconvertidas) y la Infantería regular dotada de camiones (po cierto, muy escasa fuera de los Schützen).

No obstante, es importante tener en cuenta que la división que hacía el Ejército alemán de las Armas era mucho menos rígida que la existente en otros Ejércitos, siendo relativamente común el trasvase de actividades y de personal entre unas y otras Armas (como ejemplo, la asignación a la Infantería y a la Caballería de cañones “propios” o la creación de Batallones de Cañones de Asalto – de Artillería – empleados como Batallones de Carros). Los Schützen no pertenecían a la Infantería, sino que formaban un Arma separada, aunque esto parece deberse que los Schützen eran los “herederos” de las Kraftfahrtruppen, las “tropas móviles”, subterfugio empleado cuando Alemania debía realizar de forma clandestina los experimentos sobre el uso de las unidades motorizadas, mientras que la Infantería regular se motoriza de forma abierta a partir de 1934. En realidad, el empleo táctico de la Infantería regular dotada de vehículos y de los Schützen, es idéntica, si bien estos últimos estaban más habituados a colaborar con los carros de combate. En general, ambos tipos de unidad iban dotados de camiones o motocicletas, aunque se intentó dotar a los Schützen de transportes semioruga acorazados, pero ni siquiera en los años finales de la Segunda Guerra Mundial se llegó a hacerlo (incluso en las Divisiones Acorazadas, nunca hubo más de un Batallón de Infantería dotado de semiorugas, mientras que el resto sólo disponía de camiones).

El Sonderkraftfahrzeug (“vehículo de propósito especial”) 251/1 fue el vehículo de la Infantería Mecanizada alemana, pero nunca se produjo en cantidad suficiente.

Las diferentes ideas de cada uno de los Ejércitos europeos sobre el papel de la Infantería en el combate se traducen también en visiones divergentes sobre el empleo del carro de combate.

Por su parte, los británicos experimentan de forma continua con los carros y los vehículos motorizados. Fueron los primeros en crear el Arma Acorazada (el Royal Tank Corps nació como una escisión del Cuerpo de Ametralladoras en 1917) como elemento independiente de la Infantería o de la Caballería. La adición de vehículos blindados sobre ruedas hizo variar su denominación oficial a la de Royal Armoured Corps en 1939. Impulsados por Fuller, una parte importante del Ejército británico consideraba que los carros de combate debían ser el ‘Arma principal del combate’, dejando a la Infantería misiones secundarias de ocupación de posiciones defensivas o de policía militar. Consideraban necesario disponer de Infantería sobre vehículos para consolidar las brechas abiertas por los carros en el frente enemigo, pero el papel principal era indiscutiblemente para los carros.

Esta aproximación al combate hizo que, durante el periodo de entreguerras, las tácticas de la Infantería británica evolucionasen muy poco sobre lo desarrollado en la Gran Guerra. No obstante, las carencias de adiestramiento detectadas en ese conflicto llevaron a los británicos a una tendencia hacia la sistematización de procedimientos, desarrollando tácticas de ataque y defensa muy detalladas a nivel pequeña unidad (Sección y Compañía).

Por su parte, los soviéticos avanzaron mucho en su concepción de la guerra de movimiento (la ‘batalla en profundidad’ de la PU-36) mientras esta doctrina tuvo el favor de Stalin, hasta el punto de que, hasta la caída en desgracia de Tukhaschevski en 1937, el Ejército Rojo era muy probablemente el mejor armado y mejor equipado para ese tipo de combate. Sin embargo, cuando Tukhaschevski perdió el favor de Stalin, el Ejército Rojo entró en una profunda crisis doctrinal y organizativa, que se extendió hasta la invasión alemana de 1941. No obstante, los estudios y el adiestramiento realizado para ejecutar las ideas doctrinales contenidas en la PU-36 permitieron al Ejército Rojo disponer de una eficaz doctrina acorazada que pudo poner en práctica de forma inmediata para repeler la invasión alemana.

Durante el periodo de entreguerras, la doctrina de la Caballería cambia notablemente, así como sus medios. En Alemania, el énfasis en la movilidad de su doctrina hace que, inicialmente, se dé a la Caballería un papel fundamental, centrado en la explotación de las rupturas del frente. Las limitaciones técnicas de los carros de combate y la propia tradición y experiencia del Arma de Caballería alemana hicieron que, hasta mediados de los años 30, no se considerasen los carros como un sustituto de la Caballería a lomo, sino, a imagen de los franceses, como un elemento de apoyo a la Infantería para alcanzar una ruptura. Además de ello, la experiencia del combate en el frente oriental ponía de manifiesto que la motorización implicaba una mayor dependencia de la existencia de carreteras, exigencia mucho menor para el transporte a lomo. En gran parte esta consideración justificaba la resistencia de la Caballería alemana a abandonar sus monturas. Sin embargo, la mejora técnica de los vehículos a motor en general fue eliminando los inconvenientes de los carros de combate derivados de la poca fiabilidad de los motores. Al mismo tiempo, el énfasis general de la Reichswehr en evitar los frentes estáticos reducía la necesidad de la Infantería de romper frentes fuertemente organizados, disminuyendo la necesidad de apoyar esa ruptura con carros de combate. No obstante, la Caballería alemana se resistió a abandonar el caballo, lo que obligó a los defensores del carro de combate a crear, a imagen de los británicos, el Arma Acorazada (Schnelle Truppen) en lugar de limitarse a reformar la Caballería. Sin embargo, el Arma Acorazada alemana ‘hereda’ de su Caballería algunas de sus tácticas tradicionales, como la de simular una retirada cuando se enfrentan a fuerzas superiores, para atraer al enemigo a una línea defensiva constituida a retaguardia: si la Caballería a lomo atraía a sus enemigos a una trampa basada en las ametralladoras, los carros alemanes harán lo propio, pero basando su trampa en defensas dotadas con potentes medios contracarro.

Por su parte, los británicos sí relevan los caballos por vehículos acorazados, pero, como se ha comentado, las ideas sobre el empleo de los carros hace que al Royal Armoured Corps, heredero de la Caballería, se le encomienden misiones muy diversas, que incluían las tradicionales de ese Arma, junto con la de apoyar las rupturas de la Infantería (misión absolutamente ajena a la tradición de la Caballería). Esta falta de claridad de ideas se tradujo en organizaciones poco flexibles y en modelos de carros poco eficaces.

En el Ejército francés la Caballería siguió siendo un Arma muy móvil, que, paradójicamente, tenía como principal misión reducir la movilidad en el campo de batalla, creando un ‘frente’ provisional hasta el despliegue de las más lentas Divisiones de Infantería. Las unidades de mayor entidad de la Caballería eran las descritas DLMs, que amalgamaban medios a lomo, sobre ruedas y sobre cadenas. Las diferencias de movilidad de estos elementos eran tan grandes que comprometían la eficacia en combate de estas Divisiones, que, ni siquiera en ejercicios de tiempo de paz, conseguían llegar reunidas al campo de batalla previsto. Como consecuencia de la doctrina francesa descrita, una vez constituido el frente, las unidades de Caballería pasaban a ser reservas destinadas a contrarrestar pequeñas rupturas en el frente aliado. Como consecuencia de este empleo previsto, las misiones de reconocimiento y seguridad recibieron poca atención.

En la Unión Soviética, la Caballería había sido el ‘Arma principal’ durante la Guerra Civil: los grandes espacios reducían la eficacia de la Infantería a pie, al tiempo que la ausencia de una red de comunicaciones tan densa como la de la Europa occidental limitaba la movilidad sobre vehículos. Sin embargo, los programas de modernización que emprendió Stalin iban enfocados a motorizar el Ejército Rojo, sustituyendo la Caballería a lomo por unidades dotadas de carros de combate. Las Divisiones Acorazadas soviéticas fueron, probablemente, las más directas herederas de su Caballería de los Ejércitos en conflicto.

La Artillería evolucionó muy poco en los Ejércitos franceses y británicos, pero siguió manteniendo siempre un nivel excelente. En el campo alemán, el abandono de las ofensivas metódicas y la concepción interarmas de su doctrina llevó a un empleo diferente de la Artillería, mejor integrada con las unidades de maniobra y menos dependientes de los fuegos en masa. En esta forma de actuar, la Artillería alemana necesitaba menos munición (al evitar las ‘barreras móviles’ o las largas preparaciones), pero precisaba buenos observatorios y comunicaciones fiables con las unidades a las que apoyaba. Por ello, las operaciones alemanas buscaban siempre disponer de observatorios para la Artillería. En el campo del enlace, el empleo intensivo de la radio permitió la integración de los apoyos de fuegos en la maniobra.

El mayor avance en Artillería se produjo como se ha citado en Estados Unidos, pero pasó inadvertido en Europa, fundamentalmente por la escasa valoración que se hacía en el continente de las capacidades militares de los norteamericanos, a los que se consideraba poco competentes.

Por su parte, la Artillería soviética estaba muy limitada por la escasez de personal adiestrado y por la carencia de mapas topográficos fiables, por lo que, en gran medida, confiaba todavía en el fuego directo, especialmente en situaciones móviles. Sin embargo, la potente industria soviética le permitía disfrutar de abundantes piezas de características avanzadas.

Las transmisiones experimentaron un enorme avance, con la progresiva extensión de los enlaces radio. En ello, los pioneros fueron los alemanes, mientras que los franceses siguieron confiando esencialmente en tendidos telefónicos, mejor adaptados a su concepto de operaciones. Las radios francesas empleaban en general el código Morse, y el temor a que las comunicaciones fuesen interceptadas les llevó a emplear complejos códigos de encriptación que llevaban largo tiempo, y que las hacían poco útiles para la transmisión de mensajes urgentes (que eran frecuentes en cualquier operación móvil). Los británicos comenzaron a introducir radios móviles en pequeño número, pero en 1939 todavía confiaban en el teléfono como principal elemento de comunicaciones. Los soviéticos disponían de muy pocos equipos de radio, y su industria estaba particularmente atrasada en el campo de electrónica, por lo que sus posibilidades de desplegar un número suficiente de equipos radio eran escasas.

En conjunto, en 1939 se habían experimentado importantes avances en la doctrina de guerra móvil y en los medios técnicos que permitían ponerla en práctica (carros, vehículos, radio y Aviación), pero no existía una experiencia sólida que permitiese afirmar categóricamente que el enfoque doctrinal alemán (y soviético) de ‘guerra de movimiento’ (que tampoco estaban unánimemente aceptados en sus Ejércitos; en el Ejército Rojo estaba incluso ‘proscrito’ desde la ejecución de Tukhaschevski) fuese mejor que el de la ‘batalla metódica’ que todavía dominaba el pensamiento militar aliado.

Carlos Javier Frías Sánchez

Carlos Javier Frías Sánchez es General de Brigada y Director de la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra español

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