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Ucrania: el regreso de la guerra industrial

https://global-strategy.org/ucrania-el-regreso-de-la-guerra-industrial/ Ucrania: el regreso de la guerra industrial 2022-06-24 12:12:04 Javier Mª Ruiz Arévalo Blog post Estudios de la Guerra Guerra Rusia - Ucrania

En noviembre de 2017 publicaba un artículo en la revista Ejército[1] en el que recordaba cómo Martin Van Creveld, en su libro Los Abastecimientos en la Guerra[2], abogaba por dar a la logística un peso equivalente al de la estrategia, ascendiéndola de su tradicional papel secundario al de protagonista, porque, si la estrategia es el arte de lo posible, no se puede ignorar el peso que la disponibilidad de recursos suficientes y oportunos tiene a la hora de hacer posible una opción determinada. De forma que la logística de defensa[3] es un elemento determinante de la potencia de combate porque condiciona el volumen de fuerzas que puede proyectarse a un teatro determinado, el tiempo necesario para hacerlo y el  ritmo de operaciones sostenible. Advertía entonces de que el reto más relevante al que se enfrenta la logística de defensa es la incertidumbre, derivada de la variedad de escenarios y tipos de misión que puede verse obligada a sostener. Esta incertidumbre hace necesarias grandes dosis de flexibilidad y anticipación, para garantizar que la fuerza requerida estará preparada y equipada cuando se requiera su empleo.

De esta necesidad de anticipación surge el concepto de inteligencia logística, que define el conjunto de informaciones que, convenientemente analizadas, permiten planear previendo los problemas a los que deberá enfrentarse el sistema logístico. La logística reactiva propia del siglo pasado no es capaz de afrontar los retos de los conflictos actuales, hoy se exige al sistema de apoyo logístico que se anticipe a las necesidades, que prepare respuestas a problemas aún inexistentes pero posibles. Porque las necesidades que no se hayan previsto, difícilmente podrán ser atendidas oportunamente. Escenarios lejanos de la base logística nacional, restricciones en el transporte, exigencias de eficiencia que impiden grandes acumulaciones de recursos,… son factores que tienen que tomarse en consideración en el diseño de los sistemas logísticos.

La guerra en Ucrania ha venido a confirmar estas ideas y ha puesto de manifiesto un problema adicional que era difícil de anticipar en 2017: el retorno de la guerra convencional a gran escala. La decisión de apoyar a Ucrania con armamento, material, equipos y municiones ha resucitado lo que podríamos denominar guerra industrial, que implica la necesidad de disponer de una base industrial a gran escala que garantice la disponibilidad esos recursos en la cuantía requerida. Acostumbrados a conflictos en los que el problema no eran los grandes consumos de materiales y municiones, sino la proyección de pequeños contingentes a gran distancia, la producción a gran escala había dejado de ser una prioridad.

Tras la Guerra Fría, las fuerzas militares se redujeron y pasaron a empeñarse en operaciones que implicaban, como mucho, períodos cortos de combate de alta intensidad. Como consecuencia de sus nuevas misiones y sus menores requerimientos en cuanto a consumos, las organizaciones militares perdieron la memoria institucional de las actividades a escala industrial, mientras las teorías imperantes sobre el declive de la guerra adormecieron a las sociedades occidentales con una falsa sensación de seguridad y la consiguiente falta de necesidad de prepararse para posibles conflictos futuros, más allá de la intervención en escenarios lejanos en aras de la estabilidad global.

En Ucrania se enfrentan 250.000 soldados ucranianos, a los que hay que sumar 450.000 más movilizados tras el inicio de la guerra, contra unos 200.000 soldados rusos y de las milicias separatistas de los oblasts del este ucraniano. Alimentar semejante volumen de fuerzas es un esfuerzo colosal, para el que el ejército ruso ha demostrado no estar suficientemente preparado, como ya he tratado de explicar en otros artículos publicados en este mismo foro.

Desde el lado ucraniano, y occidental por el apoyo prestado a Ucrania, también la logística ha planteado problemas difíciles de sortear. Aparte de los problemas que el ejército ucraniano pueda estar teniendo para proporcionar las enormes cantidades de recursos como munición y combustible que precisan sus fuerzas, los aliados de Ucrania están encontrando dificultades para movilizar los recursos necesarios y hacerlos llegar a Ucrania. Como estamos teniendo ocasión de comprobar, la guerra convencional es muy cara en cuanto a consumo de todo tipo de recursos materiales. Carros de combate, camiones, artillería… se destruyen en grandes cantidades en el curso de las operaciones;  reponerlos exige ser capaz de producirlos y distribuirlos a un ritmo al menos equivalente al de su destrucción.

El ejemplo de las municiones

La munición ha sido siempre el principal problema para los responsables de sostener fuerzas empeñadas en operaciones convencionales. Se trata de un problema con dos vertientes diferenciadas: obtención y distribución. Por una parte, es necesario disponer de la suficiente cantidad de munición para reponer la consumida en combate; por otra parte, es necesario hacerla llegar con oportunidad a donde es requerida. Recientemente, fuentes ucranianas ponía de manifiesto que su ejército se está quedando sin municiones: “El ejército ruso es más poderoso, tiene mucha artillería y munición. Por ahora, esta es una guerra de artillería… y nos hemos quedado sin munición. La ayuda de Europa y Estados Unidos es muy, muy importante».

Carecemos de datos exactos sobre el consumo de municiones ya que ningún gobierno difunde esta información, pero se puede hacer una estimación del consumo de municiones por Rusia usando datos oficiales proporcionados por su propio Ministerio de Defensa. La interpretación de estos datos permitiría estimar en unas 400 diarias las misiones de fuego de artillería de tubo, lo que llevaría a unos 7.000 disparos diarios, teniendo en cuanta la composición de las unidades de artillería y la duración media de las misiones de fuego. Todo esto sin incluir las acciones de fuego de la artillería de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Luhansk, no incluidas en los datos oficiales rusos. Sin ánimo de ser preciso en las cifras, este dato puede servirnos como referencia a la hora de estimar la magnitud del problema logístico al que nos enfrentamos.

Inicialmente, Ucrania afrontó la guerra con material de origen principalmente soviético y ruso. Para proporcionarle municiones en cantidad suficiente, se recurrió a reunir la disponible en países de la OTAN que disponen de estos mismos materiales. Pero esta vía ha quedado ya exhausta y Ucrania ha pasado a depender de sistemas, y por tanto municiones, de origen occidental, lo que ha exigido acelerar el adiestramiento en el empleo de estos nuevos sistemas. Ante la premura de tiempo, los instructores estadounidenses han reducido drásticamente la duración de los programas de instrucción, en comparación con el que emplean las tropas estadounidenses.

Lo cierto es que, a día de hoy, Ucrania necesita el suministro de municiones procedentes de países occidentales para seguir combatiendo. El problema es que, tras las reducciones generalizadas de los stocks de municiones de artillería de tubo mantenidas en tiempo de paz, los cálculos más optimistas permitan estimar que EEUU tendría munición acumulada, antes del inicio de la guerra, para tres semanas al ritmo de consumo ruso en Ucrania. Estados Unidos no es la excepción. En una simulación reciente que involucró a fuerzas estadounidenses, francesas y británicas, estas últimas agotaron sus reservas nacionales de munición crítica tras solo ocho días de combate.

En el caso de los misiles, la situación no permite ser más optimista. EEUU ha enviado ya 7.000 misiles Javelin a Ucrania, lo que supone cerca de un tercio de sus existencias. Ucrania, según sus propios datos, consume 500 misiles diarios, mientras Lockheed Martin produce alrededor de 2.100 al año, cantidad que podría aumentar a 4.000 en unos pocos año. Los datos hablan por sí solos. Las existencias totales de EEUU permitirían combatir durante 40 días al ritmo actual y la capacidad industrial actual de EEUU supone producir el equivalente a cuatro días de combate al año. El consumo de misiles de crucero y misiles balísticos de teatro es igual de masivo. Actualmente, EEUU adquiere 170  de estos misiles al año, lo que significa que en tres meses de combate, Rusia ha consumido el equivalente a la producción de cuatro años de EEUU.

La guerra de Ucrania está poniendo de manifiesto que Occidente puede no tener la capacidad industrial necesaria para una guerra a gran escala y debería servir de advertencia a los países que han reducido su capacidad industrial militar y sacrificado, quizás en exceso, el volumen por la eficiencia. Años centrados en conflictos de baja intensidad, en los que los consumos de munición y las pérdidas de materiales son, relativamente, pequeñas, nos han llevado a olvidar que en la guerra convencional el tamaño sigue siendo importante.

Asunciones erróneas

Se trata solo de algunos ejemplos, pero son suficientemente significativos como para poner en evidencia la magnitud del problema al que nos enfrentamos y ponen de manifiesto algunas asunciones que deberían ser puestas en entredicho.

En primer lugar, los ejércitos occidentales daban por sentado que el empleo generalizado de armas guiadas de precisión reduciría enormemente el consumo de municiones al requerir un solo disparo para destruir el objetivo asignado. La guerra de Ucrania ha puesto en entredicho esta suposición. A pesar del empleo de este tipo de armas, el consumo de municiones ha resultado ser masivo.

La segunda suposición era que la industria puede «movilizarse» con facilidad para incrementar la producción de recursos críticos en el momento en que sean precisos. Esta idea se ha importado del sector empresarial civil, extendiéndose por analogía al sector de la defensa. En el sector civil, los clientes pueden aumentar o disminuir sus pedidos, lo que puede causar problemas al fabricante pero, normalmente, este tiene la capacidad de compensar estos cambios jugando con otros clientes. El problema de la industria de defensa es que el cliente es único. Si sus pedidos disminuyen, el fabricante debe cerrar líneas de producción o, en el caso de las pequeñas empresas, puede tener que llegar a cerrar completamente. Re-generar esta capacidad, una vez perdida, no es tarea fácil, ni rápida. Sobre todo si a ello le añadimos que muchos componentes pueden estar subcontratados a empresas de terceros países que pueden haber cerrado también, tener otras prioridades, incluso ser hostiles. Piénsese en el riesgo que supone, por ejemplo, el cuasi-monopolio Chino sobre las tierras raras. Tampoco es problema menor la necesidad de mano de obra especializada que esta recuperación de capacidad industrial requiere y que, dado su alto nivel de especialización, puede no estar disponible en el mercado de trabajo, al menos en la cuantía y plazos necesarios.

Por último, se ha tendido a minimizar las tasas de consumo de municiones en combate. La guerra de Ucrania ha venido a demostrar que los consumos de municiones de todo tipo son muy superiores a los barajados por los ejércitos occidentales en los últimos años.

El factor humano

Otra lección que Ucrania nos ha permitido recordar es que el valor de un ejército descansa fundamentalmente en su componente humano, concretamente en la preparación y motivación de sus miembros. Disponer de soldados en cantidad y calidad implica reclutamiento, formación, experiencia, liderazgo y políticas de personal y retribuciones adecuadas. Desde el final de la Guerra Fría, la mayoría de los ejércitos han reducido drásticamente el volumen de sus ejércitos a la par que las han profesionalizado, constituyendo fuerzas pequeñas, pero integradas por personal muy formado y dotadas de material muy sofisticado y eficiente.

Los sistemas de reclutamiento y formación que alimentan de personal a las unidades no están diseñados para permitir un rápido crecimiento de las fuerzas armadas. Resulta más que dudoso que movilizar en cuestión de semanas cientos de miles de nuevos soldados, como se ha visto obligada a hacer Ucrania, permita enviarlos al combate con un nivel de preparación similar al de los soldados profesionales que hoy forman en sus filas. Ucrania lo ha podido hacer porque lo había previsto y preparado; aun así, en muchos casos ha tenido que adaptar los niveles de preparación requeridos, acelerando el adiestramiento en el empleo de los nuevos sistemas. Los instructores occidentales se han visto obligados a reducir drásticamente los plazos de formación de las tropas ucranianas, en comparación con los empleados habitualmente en sus respectivos ejércitos.

En el caso de los ejércitos de la OTAN, en general, el tránsito hacia una guerra convencional a gran escala requeriría adaptar estos sistemas de gestión de personal a las necesidades de este nuevo escenario. La palabra movilización, desterrada hace tiempo del diccionario, vuelve a resurgir con fuerza. También deberían revisarse los requisitos de formación, quizás demasiado exigentes para este tipo de escenarios. La duración de los programas de formación y de muchos cursos militares, adecuados para ejércitos profesionales en tiempos de paz, pueden resultar excesivamente largos en caso de tener que incrementar el volumen de fuerza en un plazo limitado de tiempo, además de colapsar con toda seguridad unos sistemas de instrucción y adiestramiento diseñados para volúmenes de fuerza muy inferiores.

¿El resurgir de la logística industrial?

La guerra de Ucrania ha venido a recordarnos que las guerras prolongadas de alta intensidad son una realidad que no podemos dar por superada y que prepararse para ellas requiere  aumentar la capacidad de unas fuerzas militares que, en los últimos años, han centrado su esfuerzo en escenarios menos exigentes. Este aumento de capacidades exige la recuperación de capacidades industriales que se han dejado languidecer en las últimas décadas.

Si en los conflictos de baja intensidad en escenarios lejanos, «llegar es el 70% de la batalla»[4], en una guerra prolongada entre dos potencias próximas, la victoria estará al alcance de el que tenga la base industrial más fuerte. La clave de la logística ya no está en la proyección, sino que vuelve a situarse en la obtención. No se trata de proyectar la fuerza, sino de acumular y reponer recursos suficientes. A la vista de los datos expuestos, resulta evidente que la tasa de consumo de municiones observada en Ucrania solo puede ser sostenida por una  base industrial que permita su producción a gran escala. Por importantes que sean las cantidades acumuladas en tiempo de paz, nunca serán suficientes para sostener un esfuerzo prolongado de estas características. Lo mismo puede decirse de las necesidades de reposición de material y equipo destruidos en combate.

La guerra convencional requiere tener la capacidad necesaria para fabricar cantidades masivas de municiones y equipo militar de todo tipo o disponer de industrias que puedan transformarse rápidamente para su producción. Desafortunadamente, Occidente ya no parece tener ninguna de las dos cosas.

En parte como consecuencia de la experiencia vivida con la COVID-19, en parte por consideraciones de seguridad nacional, también por otras razones, los Estados adoptan cada vez con más frecuencia políticas que amenazan con alterar las cadenas de suministro globales y el entorno empresarial en general. Un país tras otro está reconfigurando el panorama empresarial con una mezcla de nuevas normativas y barreras al comercio, a menudo por consideraciones de política industrial o de seguridad. El resultado es un incremento en los costes y los plazos en la distribución. Y lo que es peor, una menor garantía de que se será capaz de obtener de forma oportuna los recursos necesarios para afrontar una situación de crisis.

Esta tendencia puede verse afectada por el regreso de la política industrial, que puede introducir cambios estructurales en la forma de fabricar y distribuir en todo el mundo de una forma aun difícil de predecir, pero que apunta hacia una mayor preocupación por la seguridad nacional, apoyada en la búsqueda de una mayor autonomía estratégica. Esta preocupación podría exigir un refuerzo de las capacidades propias en el campo de la industria de defensa. La guerra de Ucrania ha venido a demostrar la necesidad de disponer de autonomía en sectores clave como la energía o la industria de defensa.


[1] RUIZ AREVALO, Javier. “«Maniobrando entre brumas». La logística de defensa en el siglo XXI”. Revista Ejército. Número 919. Noviembre 2017.

[2] Ediciones Ejército. Madrid, 1985.

[3] El término «Logística de Defensa» tiene un alcance más amplio que el tradicional de «Logística Militar», ya que engloba todas las capacidades al servicio de la Defensa Nacional, no sólo las puramente militares.

[4] Frase del Gral (UK) Michael Jackson, pronunciada cuando era Jefe del Cuerpo de Reacción Rápida británico (ARRC)

Javier Mª Ruiz Arévalo

Coronel del Ejército de Tierra español y Doctor en Derecho por la Universidad de Granada. Ha desplegado en dos ocasiones en Kabul, desempeñando cometidos en el área de la cooperación cívico militar.

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