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Evolución de la doctrina militar en la Primera Guerra Mundial

https://global-strategy.org/evolucion-de-la-doctrina-militar-en-la-primera-guerra-mundial/ Evolución de la doctrina militar en la Primera Guerra Mundial 2018-06-30 19:39:01 Carlos Javier Frías Sánchez Blog post Estudios de la Guerra Primera Guerra Mundial

Por su parte, los alemanes no podían adoptar el esquema aliado. A diferencia de los aliados, el tiempo jugaba en contra de Alemania, por lo que su única posibilidad de victoria residía en una batalla decisiva. Por ello, los alemanes necesitaban no sólo romper el frente aliado, sino penetrar profundamente en el dispositivo defensivo aliado para asestar un golpe definitivo, bien fuera ocupando zonas industriales clave, centros de decisión políticos, puertos esenciales… o consiguiendo aislar y destruir contingentes tan grandes de los Ejércitos aliados como para forzar un tratado de paz favorable. Esto no era posible aplicando la ‘bataille conduite’.  Sin embargo, como se ha comentado, los sistemas de mando y control existentes no permitían controlar a las unidades más allá de las primeras trincheras enemigas.

La solución alemana es la opuesta a la centralización aplicada por los aliados: los alemanes prefieren dirigir a sus tropas mediante ‘directivas’, órdenes muy generales que dejan amplia iniciativa al subordinado. Evitan los planes rígidos, y concentran sus fuerzas donde se produce una oportunidad de ruptura. Los Generales alemanes prefieren estar en primera línea, precisamente para poder valorar esas oportunidades de ruptura y redirigir sus esfuerzos para aprovecharlas. Es la aplicación de su tradicional Auftragstaktik, conocida modernamente como Mission Command o ‘Mando por directivas’.

Como se ha comentado, el movimiento de las reservas del defensor hacia las zonas de ruptura – reveladas por los bombardeos artilleros previos – hacía muy difícil conseguir una ruptura en profundidad. Mientras que los aliados renuncian a la ruptura, los alemanes deciden obtenerla mediante la sorpresa. Para ello, reducen su preparación artillera a escasos minutos, pero, a diferencia de las ‘barreras’ aliadas, son fuegos que se producen sobre objetivos concretos (observatorios, puestos de mando, centros de comunicaciones, puntos de paso obligado…). En realidad, Alemania carece de medios para ejecutar el tipo de fuegos sistemáticos de las ‘barreras’ aliadas, por lo que perfecciona la integración de los apoyos de fuegos disponibles en la maniobra, manteniendo siempre fuegos descentralizados a disposición de la Infantería atacante.

En la forma final de la doctrina ofensiva alemana, la preparación artillera para un ataque duraba desde pocos minutos hasta escasas horas, y se dividía en tres fases: en la primera se buscaban los puestos de mando, de comunicaciones y los observatorios enemigos; el objeto de estos fuegos es el de desorganizar el sistema de mando y control aliado, de forma que las unidades defensoras quedan aisladas y sin capacidad de ser reforzadas o, incluso, de comunicar su apurada situación; en la segunda los asentamientos artilleros (para los que se compensaba la falta de precisión en la localización con el uso de granadas de gas); en la tercera se bombardeaban las posiciones que podían realizar fuego directo sobre las avenidas de ataque elegidas. Este sistema denominado Feuerwalz (‘vals de fuego’), diseñado por el Coronel Georg Bruchmüller, permitía neutralizar o retrasar lo suficiente la reacción aliada como para permitir la ruptura del frente.

De la misma manera, la Infantería atacante no se limita a seguir un ritmo de avance programado, sino que solicita (y obtiene) fuegos artilleros para neutralizar los obstáculos a su avance. La Artillería alemana no busca ‘destruir’ (lo que requeriría tiempo y munición, arruinando la sorpresa), sino ‘neutralizar’ (impedir que el defensor pueda emplear con eficacia sus armas) hasta que las posiciones han sido arrolladas por la Infantería. El problema de la comunicación entre la Infantería atacante y la Artillería de apoyo se aminoraba por la sorpresa alcanzada en los ataques, que hacía que el fuego aliado fuese poco eficaz para eliminar los tendidos telefónicos alemanes, pero también por el empleo de unidades especiales de Infantería, las Stosstruppen o Sturmtruppen.

Estas unidades eran pequeñas organizaciones de tropas especializadas, que, a diferencia de la Infantería aliada (armada casi exclusivamente con fusiles) combinaba al más bajo nivel ametralladoras, lanzallamas, morteros… Haciendo un empleo intensivo de la combinación de estas armas, buscando siempre la sorpresa y con un adiestramiento especial, los Sturmbattalion (‘batallones de asalto’, uno por División de ataque[1]) buscaban puntos débiles en el dispositivo defensivo aliado y abrían paso al resto de las unidades. Un batallón de asalto típico se componía de 3-4 Compañías de Infantería, una Compañía de morteros, una Batería de Artillería ligera, una Sección de lanzallamas, una Sección de Zapadores y un destacamento de transmisiones. La Artillería asignada como apoyo a los batallones de asalto no participaba en los fuegos preparatorios, sino que avanzaba con el batallón (apoyada en su movimiento por la Sección de Zapadores, para permitir a las piezas atravesar los cráteres de la tierra de nadie).

Un elemento clave fue la sustitución de las tácticas lineales – muchos infantes avanzando a la vez (en orden abierto o cerrado) e intentando tomar toda la trinchera enemiga simultáneamente – con la búsqueda de un punto débil en la defensa enemiga que se convertía en el punto de aplicación del esfuerzo ofensivo (Schwerpunkt). La Infantería alemana utilizaba un limitado número de avenidas de aproximación a cubierto, para alcanzar ‘puntos de ruptura’ en la trinchera enemiga y entonces, una vez hubiera puesto un pie en la trinchera, tomaba la posición avanzando a izquierda y derecha, ‘limpiando’ las resistencias.

Stosstruppen en 1917. Puede verse su diversidad de armamento, que incluye morteros de trinchera

Esta táctica permitía reducir enormemente la vulnerabilidad al fuego enemigo de los atacantes. También reducía mucho el problema planteado por la necesidad de abrir brechas en las alambradas y otros obstáculos. Esto es, en lugar de tener que enfrentarse a toda la trinchera enemiga y de abrir brechas en toda la amplitud del sector de ataque elegido, los alemanes sólo tenían que preocuparse de un número muy limitado de itinerarios escogidos que se dirigían a ella. Como resultado, era posible abrir un pasillo en la alambrada con unas cuantas pértigas explosivas o disparos de mortero.

De la misma forma, en lugar de tener que obtener la supresión de los fuegos de todos los asentamientos enemigos en el sector, los atacantes sólo tenían que conseguir la supresión de aquellos asentamientos que pudieran hacer fuego sobre las avenidas seleccionadas. En esta táctica tenía un papel fundamental el mortero: desplegando tan cerca de la Infantería como para asegurar siempre el enlace con ella y puestos bajo las órdenes directas de los Jefes de la Infantería atacante (que podía estar incluso a nivel Pelotón), los morteros y la Artillería del batallón de asalto eran el elemento imprescindible para destruir las ametralladoras sobrevivientes al bombardeo artillero, o los pequeños nidos de resistencia. Además de ello, hasta 1917 (momento en que los alemanes cambian su doctrina defensiva) ambos bandos se encontraban atrincherados con una separación entre las trincheras enemigas más avanzadas frecuentemente menor de 100 metros. Esto hacía que los obuses pesados y los morteros de asedio no pudieran hacer fuego sobre las posiciones enemigas de la línea del frente sin el riesgo de alcanzar a los elementos propios más avanzados, mientras que las pequeñas granadas disparadas por los obuses ligeros de campaña eran inefectivas para penetrar fácilmente la cubierta de las fortificaciones que protegían las ametralladoras. Solamente el mortero combinaba la necesaria precisión con la potencia explosiva suficiente para asegurar la rápida destrucción de estas armas.

Una vez alcanzada la ruptura, la Infantería alemana avanzaba sin esperar al redespliegue de su Artillería, confiando en su movilidad y sorteando en lo posible las resistencias aisladas para alcanzar rápidamente objetivos en la retaguardia enemiga. La idea fundamental era desorganizar y hacer colapsar el dispositivo defensivo enemigo: como observó J.F.C. Fuller, en las ofensivas alemanas de 1918 el frente británico se colapsó ‘desde la retaguardia hacia el frente’; la desorganización causada en la retaguardia por las penetraciones alemanas forzó a las unidades de primera línea a retirarse en desorden, pese a no haber sido vencidas.

La resonante victoria de Caporetto (1917) ante los italianos o los grandes avances conseguidos durante la ofensiva Kaiserschlacht (1918), mucho mayores que ningún otro desde 1914, parecían confirmar la bondad de la aproximación alemana. En realidad, lo que los alemanes intentaban en la Kaiserschlacht era volver a equilibrar el balance entre potencia de fuego, movilidad y protección. El ataque por sorpresa perseguía que el adversario no tuviese tiempo de redesplegar su Artillería para hacer frente al ataque, de forma que no pudiera poner en ejecución su superior potencia de fuego. El avance sin apoyo de Artillería propia buscaba precisamente evitar que el adversario pudiese concentrar y emplear la suya.

El efecto de las penetraciones en la retaguardia enemiga era mucho mayor en 1918 de lo que hubiera sido en 1914. En 1914, los Ejércitos apenas dejaban nada en su retaguardia, sino que marchaban con todos sus elementos, de cabecera en cabecera de ferrocarril, y las unidades estaban permanentemente preparadas para encontrarse de forma inopinada con una partida de exploradores enemigos… En 1918, después de cuatro años de ‘frentes’, en los que era imposible encontrar al enemigo a retaguardia en la zona dominada por las fuerzas propias, esa zona de retaguardia se encontraba llena de elementos clave para el esfuerzo de guerra: Artillería, puestos de mando, unidades logísticas, centros de comunicaciones…

Estos elementos carecían (en general) de medidas de defensa inmediata capaces de repeler una agresión efectuada por grandes unidades enemigas. La enorme densidad de tropas de los frentes de 1918 y las necesidades de munición, hacían que las carreteras a retaguardia de los frentes fuesen verdaderas ‘arterias’ que mantenían vivas a las unidades desplegadas: ninguna unidad tenía medios para subsistir si perdía su comunicación logística con retaguardia. En consecuencia, los alemanes confiaban en que sus Strumtruppen serían capaces de conseguir el colapso del frente aliado, simplemente por el efecto material y moral de las acciones de sus tropas en la retaguardia enemiga.

Sin embargo, la explotación de las rupturas debía hacerse necesariamente a pie, y las tropas a pie no podían competir con la velocidad de redespliegue de las reservas gracias al ferrocarril y al uso intensivo de vehículos de motor. Además de ello, la Infantería alemana, una vez en la retaguardia aliada, carecía de capacidad para suprimir puntos fuertes de resistencia, ante su falta de potencia de fuego, derivada de su falta de Artillería, y, por eso mismo, combatía siempre en inferioridad de fuegos frente a las reservas aliadas, cuyos ataques se basaban en un potentísimo apoyo de fuegos. La conclusión fue que los éxitos de la Kaiserschlacht fueron contraproducentes: las pérdidas alemanas de sus escogidas Stosstruppen fueron tan grandes como para que el Ejército alemán perdiese su capacidad de frenar el avance de los aliados después de esa ofensiva. Pese a ese resultado, el diagnóstico alemán era correcto: era necesario evitar la dependencia del apoyo de Artillería si se quería recobrar la maniobra, pero los alemanes carecían de los medios para aplicar la solución encontrada.


[1] En 1917, el Jefe de Estado Mayor del Ejército alemán, General Ludendorff, seleccionó 56 de sus 192 Divisiones, calificándolas como ‘Divisiones de Ataque’ y dándoles prioridad en la asignación de personal, armamento y suministros, denominando al resto ‘Divisiones de Trincheras’, sólo aptas para operaciones defensivas (Lupfer, 1981, pág. 48).

Carlos Javier Frías Sánchez

Carlos Javier Frías Sánchez es General de Brigada y Director de la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra español

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