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Pensamiento estratégico en tiempos de crisis

https://global-strategy.org/pensamiento-estrategico-en-tiempos-de-crisis/ Pensamiento estratégico en tiempos de crisis 2021-06-22 08:13:00 Mario Arteaga Blog post Análisis y Estrategia Global Strategy Reports Estrategia

Global Strategy Report, 30/2021

Resumen: La pandemia provocada por el Covid 19 y sus efectos en el área de la salud, de la economía, de la cooperación internacional y de la seguridad, entre otros, ha generado un ambiente de gran incertidumbre a nivel global. Esta situación, conforma un escenario complejo que dificulta los procesos para la toma de decisiones, para establecer la estrategia que conduzca a la solución del problema y, también para la planificación que sirva a dicha estrategia. Más aún, también hace que la tarea de encontrar una solución de largo plazo, ojalá definitiva y que considere todas las áreas de acción afectadas, sea un desafío de enormes proporciones. Este difícil escenario, no solo proporciona el contexto sino que también es la motivación para que en este artículo, se analicen asuntos conceptuales del pensamiento estratégico que demuestren su importancia y validez en situaciones críticas, para que se examinen los riesgos de la práctica del pensamiento de corto plazo y, también, para que se analice la aplicación del pensamiento estratégico en un ambiente de incertidumbre donde la urgencia es un elemento determinante.

Para citar como referencia: Arteaga, Mario (2021), «Pensamiento estratégico en tiempos de crisis», Global Strategy Report, No 30/2021.


Introducción

El Covid 19 ha provocado una crisis que supera los efectos de la pandemia que hoy amenaza al mundo entero, porque los actores internacionales, entre ellos los Estados, no solo están inmersos en un ambiente de alta incertidumbre en lo que se relaciona con la salud, debido a que la política, la economía y otras áreas de acción de la sociedad internacional también se encuentran comprometidas y se han visto afectadas. El problema global que ha provocado la muerte de más de tres millones y medio de personas, también ha deteriorado la economía mundial, ha presionado la capacidad de acción y de resiliencia estatal, ha fracturado los acuerdos interestatales y; ha obligado a los gobiernos a realizar esfuerzos increíbles para controlar la pandemia, junto con atenuar la alarma colectiva y mantener niveles de estabilidad política aceptables.

En el escenario descrito, la sociedad internacional ha sido testigo de aciertos y errores, pero el gran desafío es encontrar la solución para el problema, tarea que compromete a los Estados, a organizaciones internacionales como Naciones Unidas y a organizaciones supranacionales como la Unión Europea, entre otras. El desafío es enorme porque, al parecer, nunca se previó que una crisis sanitaria como la presente tendría el alcance global y la duración que hoy se evidencia. Menos aún, se pensó que sus efectos se proyectarían con tanta fuerza a la economía, a la política interna de los Estados y a la política internacional.

Como se sabe, la pandemia no ha terminado y aún cuando se aprecian avances y se evidencia un control relativo del problema, es indispensable y urgente encontrar una solución definitiva que se proyecte al futuro, porque ella es indispensable para controlar la situación sanitaria actual y, simultáneamente, generar condiciones para que en el futuro no se vuelva a repetir y si, por el contrario, se presenta nuevamente, debe ayudar a que los Estados y el mundo entero sean capaces de enfrentarla con rapidez y de manera efectiva, evitando que sus efectos amenacen nuevamente la supervivencia humana como ha ocurrido hasta ahora. Además, esa solución también debe contribuir a restaurar y fortalecer la economía y la política, en general.

En este artículo, se pretende demostrar la importancia y validez que el pensamiento estratégico adquiere en la búsqueda de solución a problemas como el descrito, considerando que debe contribuir a la toma de decisiones en un ambiente de alta incertidumbre y riesgos. Para esto, inicialmente se revisan asuntos conceptuales relacionados con el pensamiento estratégico; posteriormente, se examinan los riesgos que se generan cuando se opta por el pensamiento de corto plazo; y, finalmente, se analiza la aplicación del pensamiento estratégico en un escenario incierto y tensionado, donde el factor tiempo es crítico y demandante.

El Pensamiento Estratégico y sus particularidades. 

Las aproximaciones conceptuales con respecto al Pensamiento Estratégico son abundantes, algunas sostienen que facilita la solución de problemas estratégicos, otras señalan que contribuye a identificar fines u objetivos en el largo plazo, se suman las que lo definen como una habilidad para obtener ventajas en el futuro; y, también abundan los planteamientos donde se manifiesta que constituye una forma de razonamiento para la toma de decisiones reduciendo los niveles de incertidumbre.

Inicialmente, se consideró que la estrategia militar era el ámbito de aplicación casi exclusivo del pensamiento estratégico, llegando a considerarlos casi sinónimos, pero con el pasar del tiempo esa idea fue modificándose y en la actualidad se sostiene que la aplicación de este tipo de pensamiento supera lo militar y se practica en numerosas áreas del quehacer intelectual de la sociedad. Al respecto, Raymond Aron manifiesta que constituye un modo de razonamiento que domina “el pensamiento de los estrategas” (1996: 422), considerando que los estrategas deberían ser actores fundamentales en diversas áreas de actividad, tales como la política, la económica, en el área de la educación, de la economía, de la salud, de la defensa y lo militar, y en muchas otras más.

Para Sullivan y Harper, el pensamiento estratégico constituiría un verdadero “puente intelectual desde hoy hasta mañana y nos da una base para mirar hacia delante” (1998: 83). Este planteamiento, que se comparte, significa que se relaciona con el futuro y que, aún cuando puede constituir un pensamiento imperfecto, es fundamental para evitar la pérdida de oportunidades y mantener la libertad de acción. También, indica que se asocia con la necesidad de descartar la búsqueda de las certezas y de saber convivir con la incertidumbre, requiriendo, por parte de los estrategas, desarrollar la capacidad para asumir riesgos políticos y estratégicos y de todo orden.  

En situaciones críticas, como la pandemia provocada por el Covid 19, donde la incertidumbre es permanente y de alta intensidad, y la práctica de la iniciativa es insustituible, la aplicación del pensamiento estratégico se convierte en un elemento fundamental para quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones y también para sus asesores, porque de lo contrario puede ocurrir que las soluciones que se implementen no sean tales o que, si lo son, su alcance sea de corto plazo, generando condiciones para que el problema vuelva a repetirse una y otra vez.

Tal como ocurre en la emergencia sanitaria que afecta mundo entero, lo normal es que la actividad humana se desarrolle en escenarios cada vez más complicados y difusos, es por ello que el esfuerzo para entender objetivamente este ambiente es fundamental y anterior a la práctica del pensamiento estratégico. Para esto, se debe establecer qué es lo que está ocurriendo, identificando el o los problemas existentes, intentando determinar cuáles serían las probables consecuencias y el alcance y prolongación temporal de estas últimas. Lo anterior requiere de conocimiento y experiencia, teniendo la precaución de ser cauteloso para evitar que se recurra a soluciones del pasado que no fueron exitosas o que no tienen aplicación en el presente, menos aún en el futuro, para ello, necesariamente, se debe recurrir a la verificación y evaluación siguiendo los planteamientos de Luttwak, quien enfatiza que todo “conocimiento” debe ser sometido a dicho examen (2005: 363-364), antes de ser asumido como propio.

Relacionado con lo anterior, Gallardo y Faúndes (2014) sostienen que el pensamiento estratégico contribuye a trazar fines que se pretende obtener en el largo plazo y que ello ocurre en un contexto caracterizado por un alto grado de incertidumbre; compartiendo este planteamiento, se infiere que ello también obligaría a realizar una permanente evaluación y reevaluación del escenario o del entorno en que se desarrollaría el esfuerzo para obtener el fin estratégico. En esta tarea, normalmente de alta complejidad, la aplicación del pensamiento crítico, como componente del pensamiento estratégico[1], adquiere importancia fundamental en tanto proporciona los elementos necesarios para evaluar y verificar la validez y confiabilidad de los antecedentes y condiciones, siguiendo, de esa manera, la recomendación de Luttwak (2005).

Adicionalmente, cabe destacar que la aplicación del pensamiento estratégico también se relaciona con la necesidad de adelantarse a los desafíos futuros y a situaciones de alta complejidad. Esto implica actuar con iniciativa, que indudablemente obliga a la anticipación, porque se entiende que ello aumenta la probabilidad de evitar situaciones desastrosas y facilita el desarrollo de iniciativas y soluciones innovadoras, lógicas y adecuadas para el fin o propósito, avaladas por el realismo que surge de la práctica del pensamiento crítico. Al respecto, Luttwak (2005) advierte que cuando no se piensa estratégicamente, utilizando profusamente el pensamiento crítico, se crean condiciones que acercan el riesgo de la improvisación que puede aumentar la incertidumbre, situación que implica quedar aún más expuesto a los efectos que ella produce.

Enfatizando la idea de que el pensamiento estratégico favorece la intención de anticiparse a las necesidades o a los problemas que se presentarán en el futuro, se destaca que esto representa un esfuerzo de nivel superior porque demanda descubrir qué es lo necesario para conseguir esa anticipación e, idealmente, configurar una condición que sea ventajosa para la propios fines, teniendo presente que esto también implica descubrir cuáles serán los posibles problemas que se tendrá que enfrentar. El esfuerzo de nivel superior, también obliga a imaginar y establecer el contexto en que se presentará lo que se está previendo. Al respecto, es de gran importancia considerar que cualquier especulación realista del futuro requiere interpretar correctamente el presente, lo cual solo se consigue con la aplicación del pensamiento crítico que se encarga de validar y hacer que la información sea confiable. Esto se complementa con el producto que resulta del empleo de herramientas que permitan el levantamiento de escenarios venideros, donde la prospectiva contribuye de manera fundamental “a la acción estratégica” (Godet, 1993: XV).

Durante el análisis del escenario donde se sitúa el fin estratégico, pueden surgir elementos que sirvan para configurar un ambiente favorable para alcanzar dicho fin, de tal manera que los esfuerzos puedan llevarse a efecto con libertad de acción que facilite el cumplimiento de la ruta crítica que se establezca en la estrategia de obtención y en la planificación correspondiente. En el caso de la crisis sanitaria que se mencionó, un ambiente favorable para encontrar una solución definitiva y hacerla sostenible en el futuro podría ser a través del fortalecimiento de la cooperación internacional en el contexto de la contención del Covid 19, que implica, entre otras acciones, la investigación científica, la inmunización, la prevención de rebrotes y el control futuro. Sumando a lo anterior, la cooperación económica necesaria para restablecer las condiciones previas a la pandemia, como mínimo.

Asumir la práctica del pensamiento estratégico, también implica el alejamiento de la rigidez paradigmática, porque lo que se desea hacer o lograr es algo nuevo y diferente, que no ha ocurrido antes, considerando la probabilidad de que sea necesario realizarlo en un contexto político y estratégico de características particulares que, normalmente, tendrá que ser imaginado recurriendo a la prospectiva y al levantamiento de escenarios probables. Se agrega a esto, el hecho de que al establecerse un contexto imaginario, el nivel de incertidumbre será muy alto, por lo que el debate estratégico constituye una herramienta que contribuye a reducir esa incertidumbre y a prevenir los riesgos que se deriven, permitiendo determinar que es lo que no se debe hacer, condición que facilita la práctica del pensamiento creativo para encontrar la solución del problema que sea más conveniente.

El dominio del tiempo es otro elemento que debe ser considerado cuando se practique el pensamiento estratégico, debido a que genera condiciones que son fundamentales para obtener la iniciativa y con ella la libertad de acción. Esto implica mantener un ritmo de acción sostenido, adelantándose a los acontecimientos y a situaciones críticas o de gran complejidad.

No cabe duda que pensar estratégicamente constituye un desafío en el cual los conocimientos son indispensables, en tanto conforman parte de la base sobre la cual se sustentará la idea estratégica que permitirá anticiparse a requerimientos y a situaciones futuras de manera ventajosa o, para solucionar algún problema que invoca una solución definitiva. Esos conocimientos van desde los argumentos históricos propios del estratega, pasando por los que se originan del estudio del escenario o del entorno relacionado con el asunto que preocupa, hasta llegar a aquellos de carácter multidisciplinario que aumentan la factibilidad de éxito y ayudan a conseguir mayor certidumbre.

Por qué evitar el pensamiento de corto plazo

Como se ha expresado, la práctica del pensamiento estratégico se orienta a producir ideas, soluciones de problemas y a anticiparse a situaciones, todo ello con visión de largo plazo; pero, en muchas ocasiones se advierte lo contrario y se descubre que el producto no cumple ese requisito, sin que ello signifique que el pensamiento creativo y el pensamiento crítico no hayan estado presentes en el proceso. En estas condiciones, se podría solucionar un problema, a lo menos inicialmente, pero como no se realiza el ejercicio de proyectar sus efectos en escenarios futuros, se corre el riesgo de que solo se esté respondiendo a condiciones iniciales del asunto, que seguramente evolucionarán generando nuevos estímulos los cuales conducirán a una acción reactiva por parte de quien está intentando solucionar el problema y evitar sus efectos. Esto refuerza la idea de que el pensamiento de corto plazo dificulta la identificación de problemas y por consecuencia no permite accionar con oportunidad, creando condiciones que favorecen la conducción errática e improvisada, negando el espacio temporal para tomar decisiones que permitan solucionar imprevistos que obstaculicen la solución total y duradera que se requiere.

En cuanto a la condición reactiva que se origina, lo grave es que el nivel inicial de incertidumbre aumenta y lo mismo ocurre con las dificultades para tomar decisiones e implementarlas como soluciones al o a los problemas existentes. También, es probable que esa constante reactiva no permita alcanzar las decisiones que mejoren la situación actual, menos aún, para generar una situación óptima en el futuro, porque los responsables de hacerlo se ven sometidos a una potente presión sicológica que les impide salir del ciclo reactivo que se manifiesta cuando se ha perdido la iniciativa y la capacidad de anticipación se encuentra neutralizada. En un caso extremo, esta situación podría producir una parálisis en los responsables de la toma de decisiones y en sus asesores, con lo cual la pérdida total de libertad de acción sería inminente.

En la interacción interestatal, particularmente cuando existe una relación de conflicto, la parálisis política o estratégica constituyen un objetivo que siempre va a pretender el oponente, porque favorecen la configuración del escenario que se requiere para conseguir los propios fines. De esto, se infiere que el pensamiento o visión estratégica de corto plazo es favorable para las intenciones del oponente, dificultando o pudiendo impedir el logro del fin o propósito estratégico propio.

Cabe tener presente, que el pensamiento de corto plazo puede ser involuntario, accidental y no premeditado y, por ello, es evitable. Para conseguir esto, concordando con lo que manifiesta el General Gordon Sullivan (1998), siempre se debe intentar situarse en el futuro más lejano posible, imaginando lo óptimo, para así identificar el escenario que sea más favorable para lo que se pretende. Esto, aparentemente simple, implica situarse – con realismo – en el presente, de tal manera que se pueda establecer con precisión la realidad presente, que equivale al punto de partida de la ruta que se va a emprender para llegar al fin futuro. En tal sentido, Sullivan advierte que se puede construir futuro, pero que ello no será realista si es que no se conoce realmente el presente. Además, Sullivan afirma que la construcción del futuro requiere, necesariamente, de la iniciativa política o estratégica de todos aquellos que participen en el proceso. A modo de ejemplo, refiriéndose a las situaciones que conspiran contra el pensamiento de largo plazo, Henry Kissinger (2016) sostiene que la excesiva frecuencia y las mismas agendas de las reuniones que programan organizaciones internacionales como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el grupo de países desarrollados en el G-7 y otros, impiden el diseño de estrategias de largo plazo, porque no permiten que las resoluciones conseguidas se pongan en práctica y que, mediante esa práctica, se obtenga la experiencia que se requiere.

Como resultado de lo expuesto en el párrafo anterior, también se puede deducir que cuando no existe una estrategia o una planificación de largo plazo, surge la necesidad de reunirse con mayor frecuencia para informar situaciones o asuntos que sorprenden a las organizaciones, porque nunca fueron previstas, menos aún, sus posibles soluciones. Cuando esta situación se manifiesta, el problema es que las organizaciones afectadas ingresan a un ambiente de reacción constante, que les niega la libertad de acción para solucionar los problemas, tal como ya se expresó.

En la dinámica del pensamiento estratégico pueden convivir perfectamente el pensamiento de largo y de corto plazo, pero es indispensable diferenciar sus alcances, entendiendo que el primero se encargará de construir el camino para conseguir el fin u objetivo de largo plazo; y que, por su parte, el pensamiento de corto plazo se encargará de establecer las condiciones requeridas para el citado camino se construya progresivamente. En otras palabras, se encargará de las fases que necesariamente deben ser conseguidas para alcanzar el fin u objetivo estratégico, debiendo tenerse presente que lo más probable es que se requieran nuevas decisiones, que complementen las anteriores o las modifiquen, porque siempre se presentarán imprevistos y porque las condiciones evolucionan.

Normalmente, el conocimiento de la realidad es insuficiente y ello influye con mayor intensidad cuando se intenta practicar el pensamiento de largo plazo, esto genera la tendencia a reducir el alcance del análisis y el horizonte de validez de las decisiones, optando – entonces – por el pensamiento de corto plazo. La única forma de evitar esta tendencia es intensificando la búsqueda de información útil, asumiendo que constituye un esfuerzo de continuidad, cuyo producto debería ser monitoreado constantemente para conocer su evolución. En tal sentido, si se cumple lo anterior, se dispondría de la información que se requiere para tomar decisiones responsables que solucionen efectivamente un problema o permitan advertir situaciones que podrían presentarse en el futuro, tal como lo señala Ben – Haim (2015).

El ambiente multidimensional donde normalmente se desarrollan las actividades también produce un incremento de la incertidumbre por la falta de información, planteando mayores desafíos a quienes deben encargarse de planificar el futuro, especialmente en lo político, en lo estratégico, lo económico y, actualmente, con mucha fuerza, en el ámbito de la salud. Es indudable que ello influye en las decisiones, siendo necesario asumir riesgos si es que se pretende solucionar los problemas y prever los posibles escenarios futuros. Al respecto, la pandemia provocada por el Covid 19 constituye un escenario multidimensional donde la incertidumbre es evidente y, que junto con exigir soluciones sanitarias inmediatas o de corto plazo, asumiendo riesgos, también obliga a que esas soluciones sirvan en el futuro y que se complementen con las iniciativas que se asuman en el ámbito económico, en la infraestructura de salud, en el contexto de la seguridad y en lo político tanto interno como internacional. Es decir, no basta con pensar para hoy, sino que, es vital hacerlo pensando en el mañana también.

Como se aprecia, el pensamiento de corto plazo no contribuye a proporcionar soluciones para los problemas de larga duración, con horizontes temporales indeterminados, porque no proporciona el espacio para establecer los cambios que esos problemas presentarán conforme transcurra el tiempo, lo que implica que las soluciones que se implementen sean, también, de corta duración. Tampoco sirve para prever situaciones que podrían presentarse en el futuro, por lo tanto, no contribuye a la anticipación para evitar la sorpresa.

Aplicaciones del pensamiento estratégico             

Como ya se ha dicho, el pensamiento estratégico asume altos niveles de incertidumbre, por lo tanto, sus previsiones y líneas de acción deben ser capaces de enfrentar lo imprevisto de manera exitosa, recurriendo a la flexibilidad y a todas las capacidades y recursos disponibles, porque de esa manera será posible desarrollar esfuerzos que no fueron previstos para anticiparse o resistir la iniciativa del actor opuesto. En tal sentido, la planificación que sirve a esta modalidad de pensamiento, junto con asumir lo anterior, también debe aceptar que uno de sus desafíos permanentes se relaciona con establecer qué es lo fundamental que se necesita conocer, tal como lo señala Ben – Haim (2015) y, junto con ello, considerar acciones que robustezcan[2] lo planificado ante situaciones imprevistas.

Con respecto a los asuntos fundamentales de la planificación, lo primero se refiere a la importancia de conocer la situación presente para así poder determinar con mayor certeza lo que está ocurriendo y, mediante la aplicación del pensamiento crítico, establecer si se está en presencia de algo novedoso, si lo que ocurre era algo predecible o si se está repitiendo algo que ha sucedido en oportunidades anteriores. También es importante determinar lo que podría ocurrir, conforme a las características y capacidades de los actores o a la situación que se está viviendo o que podría presentarse en el futuro. A modo de ejemplo, cuando el asunto se trate de un problema interestatal, se tendrá que comprobar si es que los intereses declarados se mantienen o no y en el caso de que ello no ocurra será necesario intentar establecer los cambios producidos, con esto será posible prever la forma de actuar y el proceder político del oponente. Por su parte, con respecto al robustecimiento de lo planificado, lo fundamental es analizar con realismo las propias metas u objetivos, intentando identificar oportunidades y ventajas, constatando si las capacidades disponibles permiten alcanzarlos ó si, al ser insuficientes, es necesario optar por algo más modesto; también, se deberán identificar condiciones decisivas que deben alcanzarse para, desde allí, determinar soluciones alternativas en el caso de que lo primero no se cumpla, lo que obligaría a realizar planificaciones adicionales para evitar que lo planes primarios o iniciales pierdan su validez y se tenga que reiniciar los procesos en su totalidad.

Aplicar el pensamiento estratégico en el esfuerzo de planificar el futuro, implica que a través de él se deberían deducir las previsiones que permitan la obtención de los propios fines. Para ello, es indispensable alejarse del fatalismo y del determinismo, realizando todos los esfuerzos que permitan visualizar las oportunidades y los problemas que se ocultan en la incertidumbre, tal como lo indica Godet (1993). Asumiendo lo anterior, para evitar errores, es fundamental el diagnóstico correcto del presente, teniendo especial cuidado con la evaluación de la pertinencia de los antecedentes empleados en el diagnóstico, para de esa manera asegurar que la base de la construcción del futuro sea válida y confiable. En este esfuerzo, es recomendable evitar los juicios únicos y personales y, por el contrario, intentar hacerlo objetivamente mediante la utilización de algunos métodos que según Godet “son preciosos para reducir la incertidumbre y para comparar” puntos de vista (1993: 143)[3]. Para lo anterior, Kissinger (2016) propone asumir algunas interrogantes que él estima convenientes para esos fines y que en este caso pueden expresarse como: ¿qué se desea lograr?, ¿qué se quiere evitar?, ¿cómo lograr lo que se desea? y ¿qué no se debe hacer?.  

Con respecto a lo anterior, Dan Senor y Saul Singer ( 2012) manifiestan que cuando se aplica el pensamiento estratégico en un ambiente de incertidumbre, es recomendable considerar que la imaginación se mantiene y convive con lo desconocido, pero que ello demanda a quienes deben tomar decisiones, atreverse a hacerlo asumiendo riesgos y alejándose de lo que es confortable, seguro e inclusive familiar. Por lo mismo, la práctica del pensamiento estratégico cuando se resuelve, se planifica y se acciona en un contexto de incertidumbre, constituye una prueba de confianza que tiene que asumirse para no ceder la iniciativa ni la libertad de acción.

En el ámbito político, como ejemplo, el pensamiento estratégico encuentra un espacio para su aplicación cuando se deben formular políticas relacionadas con la seguridad y la defensa del Estado. Al respecto, cabe destacar que la formulación de una Política de Seguridad recurre al pensamiento estratégico, particularmente al pensamiento creativo, cuando debe establecerse su propósito a largo plazo, buscando obtener la flexibilidad que facilitará la adaptación rápida y efectiva a los cambios y a las situaciones que se presentarán en el camino. En tal sentido, la determinación del propósito de la citada política exige un ejercicio de creatividad en un contexto de realismo extremo, para sustentar con fortaleza su viabilidad y puesta en práctica. Lo mismo ocurre, cuando se formulan las líneas de acción que darán vida a los esfuerzos de todos los sectores del Estado en pro de su seguridad, con el desafío de que esos esfuerzos deben ser concurrentes para el logro del propósito. Para verificar la factibilidad de lo expresado, el pensamiento crítico constituye la herramienta que aporta realismo y asegura que lo establecido es realizable.

Para cerciorarse de la validez del escenario político y estratégico en que se accionará con la Política de Seguridad, también es necesario recurrir al pensamiento estratégico, particularmente a su componente crítico, porque este sirve para la confrontación entre el propósito de la política y el proceder de los actores que son parte del contexto internacional en que esa política se encontrará inserta. En algunos casos, cuando la política de seguridad deba considerar prioridades políticas y estratégicas, el pensamiento crítico aportará los elementos necesarios para definir las prioridades, sea a través de antecedentes determinantes ó de factores de comparación.

En el caso de una Política de Defensa, en lo referido a su propósito, la aplicación del pensamiento estratégico concurre de la misma manera que se ha explicado para la formulación de una Política de Seguridad. En la determinación de los objetivos y de las medidas de implementación para la defensa, el pensamiento estratégico interviene con su componente creativo y con su componente crítico. En el caso de los objetivos, formulándolos de tal manera que den satisfacción al propósito, mediante la aplicación del pensamiento creativo; verificando que exista coherencia entre ellos y que sean realizables mediante la práctica del pensamiento crítico. En el caso de las medidas de implementación, el pensamiento creativo se aplica para establecer las acciones que indicarán el logro de las capacidades requeridas; por su parte, el pensamiento crítico se encargará de verificar si las medidas de implementación son realizables y si contribuyen tanto al logro de las capacidades como al propósito de la Política de Defensa.

Otro ejemplo relacionado con la aplicación del pensamiento estratégico se encuentra en la formulación de los planes de modernización y de desarrollo de las organizaciones, incluyendo al Estado como organización superior. Al respecto, se destaca que allí es necesario formular ideas para conseguir algo que no existe pero que sí se requiere, lo que determina la necesidad de aplicar el pensamiento creativo para establecer, por ejemplo, los objetivos de modernización y de desarrollo junto con las líneas de acción para alcanzarlos; lo mismo, para establecer las líneas de acción destinadas a emplear las nuevas capacidades en armonía con los escenarios políticos y estratégicos que se prevean para el futuro. Por su parte, como se indica en párrafos anteriores, el pensamiento crítico será el encargado de establecer la factibilidad realizar lo planificado, y si ello no fuera posible, se encargará de entregar antecedentes suficientes para reformular las iniciativas o corregir aquello que, con realismo, se estima que no se podría lograr.

Incursionando en la práctica, considerando cl caso de la pandemia provocada por el Covid, la aplicación del pensamiento estratégico debería contribuir a solucionar el problema en el contexto de la salud, en el ámbito económico, en lo relacionado con el ambiente político interno de los Estados, en las relaciones interestatales donde la cooperación internacional fue impactada negativamente y, en la revitalización de organizaciones internacionales que son objeto de críticas y dudas con respecto a su efectividad, solo por nombrar algunas áreas de acción y actores. El requerimiento es que la solución sea de largo plazo, flexible y que genere condiciones para enfrentar de manera exitosa situaciones similares en el futuro. Por su parte, la estrategia para que lo anterior ocurra y la planificación para organizar las acciones y tareas que esa estrategia requiere, también deberán ser pensadas y desarrolladas con visión de largo plazo, asumiendo que se cometerán errores y que será necesario implementar soluciones parciales en la medida que se avance y sin que se pierda de vista el fin o propósito estratégico general.

Por otra parte, el levantamiento de tendencias también constituye un campo de aplicación del pensamiento estratégico, puesto que en dicha tarea se asume el desafío de mirar al futuro sin la intención de predecirlo, sino que buscando líneas de acción posibles, que sean el resultado de un análisis riguroso del presente proyectado a un límite de tiempo determinado donde se desea alcanzar una condición ventajosa. En este caso, el pensamiento estratégico también se aplica a lo político, lo económico, lo militar, a la industria, al desarrollo tecnológico, al campo de la salud, etc. Así, el pensamiento estratégico, a través de la tendencias establecidas, colabora a quienes deben tomar decisiones e implementar políticas proporcionándoles información responsable para enfrentar la incertidumbre, los riesgos y las amenazas, aprovechando las oportunidades que sirvan a sus intenciones en pro de la seguridad y del desarrollo del Estado, con visión de futuro.

Finalmente, la aplicación del pensamiento estratégico, en un escenario incierto y competitivo, también aporta agilidad para la toma de decisiones, lo cual es decisivo cuando el tiempo disponible es escaso y se requiere mantener la libertad de acción para anticiparse al actuar del oponente, porque la práctica de esa modalidad de pensamiento, de acuerdo con lo que sostiene Ben – Haim (2015), genera capacidades para establecer con rapidez lo que se requiere conocer y hacer, de tal manera que el político y el estratega puedan responder con igual prisa las interrogantes planteadas por Kissinger, en cuanto a definir qué se desea lograr, qué se quiere evitar, cómo lograr lo que se desea y qué no se debe hacer.  

Conclusión

El pensamiento estratégico, a través del pensamiento creativo, ayuda a imaginar y a producir ideas o fines estratégicos, contando con el aporte de la historia que contribuye con información de utilidad, la cual debe ser revisada para establecer su confiabilidad y pertinencia empleando para esto el pensamiento crítico. Además, el pensamiento estratégico contribuye a la toma de decisiones cuando la incertidumbre y la niebla estratégica se manifiestan y producen inseguridad que puede retrasar e inclusive impedir la decisión oportuna y efectiva, todo esto obliga a asumir los riesgos que se derivan de la carencia de información suficiente.

La práctica del pensamiento estratégico, en el ámbito que sea, ayuda a disminuir la incertidumbre que origina la falta de información, pero ello requiere alejarse de la rigidez paradigmática para así imaginar algo nuevo, para asumir una iniciativa o para solucionar un problema que podría tener rasgos o similitudes con otros que tuvieron lugar en el pasado. Con respecto a lo último, se tiene que tener la precaución de evitar la tendencia que lleva a aplicar soluciones del pasado, sin que antes sean revisadas y se confirme su pertinencia para el problema actual. También, se debe considerar que la práctica del pensamiento estratégico contribuye al dominio del tiempo, para anticiparse a otros y con ello conseguir y mantener la libertad de acción.

El pensamiento estratégico se orienta a la generación de ideas de largo plazo para que sus efectos sean más duraderos, por lo tanto, una solución o iniciativa de plazo más corto puede generar riesgos, debido a que aún cuando solucione un problema, lo más probable es que el esfuerzo sea insuficiente y que, más tarde, obligue a implementar acciones sucesivas para enfrentar los imprevistos que se vayan presentando progresivamente, como consecuencia de la intervención de algún oponente o cambios que se manifiesten en la interacción.

La aplicación del pensamiento estratégico constituye una valiosa herramienta para ser capaz de generar aportes políticos, económicos, y estratégicos, entre otros, conviviendo con lo desconocido y permitiendo accionar para así anticiparse a cualquier oponente. Esto, entre otros beneficios, ayuda a disminuir, sino a evitar, que se produzca una parálisis política que ponga en riesgo los intereses nacionales o una parálisis estratégica o de otro orden que afecten el poder nacional. Sin embargo, para que lo anterior sea efectivo, es indispensable que la aplicación del pensamiento estratégico constituya una práctica permanente, de tal manera que se genere la experiencia, agilidad y, especialmente, la autoconfianza en quienes deben tomar las decisiones, asumiendo que siempre se mantendrá algún grado de incertidumbre conducente a preguntarse si es que realmente se está haciendo lo que se requiere para el éxito.

Por su parte, la planificación del futuro constituye un esfuerzo constante, que a veces se incrementa progresivamente, debido a la frecuencia y rapidez con que ocurren los cambios, a la multidimensionalidad del escenario donde se lleva a efecto la interacción, incluida la interestatal; y también, debido a la intervención de actores que junto con lo convencional emplean recursos asimétricos que agregan mayor confusión al ambiente político y estratégico. Sin embargo, el pensamiento estratégico contribuye a que la planificación disponga de fortalezas para superar las condiciones y los efectos citados, proporcionándole flexibilidad, de manera intencional, para disponer del tiempo que permita realizar modificaciones y adecuaciones de los planes con rapidez y desarrollar acciones que sirvan a la obtención del fin deseado. Lo anterior, es posible porque el accionar futuro se ha establecido con realismo, creando condiciones para que ello ocurra como es deseable, aún cuando sea necesario asumir cambios que modifiquen lo previsto inicialmente para, así, adaptarse a las nuevas condiciones que impone la realidad política y estratégica.

La aplicación del pensamiento estratégicos no está exenta de errores, muy por contrario, ellos se producirán con seguridad, en especial cuando el problema sea de magnitud y alcance idénticos a los del Covid 19, por ejemplo, o cuando la iniciativa política y estratégica que se intenta llevar adelante sea de alta complejidad. En esto, lo fundamental es asumir que cuando se enfrenta lo desconocido, es importante prepararse para solucionar con rapidez los errores, considerando que el pensamiento estratégico es una herramienta que ayuda a hacerlo con gran efectividad porque durante el ejercicio del pensamiento crítico se advierte la probabilidad de ocurrencia de esos inconvenientes, lo que permite que sea considerada en la planificación.

Como se aprecia, el pensamiento estratégico no solo constituye una ayuda en la incertidumbre y en la crisis, sino que también colabora para seguir accionando con efectividad y rapidez en un ambiente de tensión creciente que pone a prueba la capacidad de resiliencia de los actores responsables de las tomar decisiones y de implementarlas. Además, constituye una herramienta que sirve para la solución del problema y sus efectos tanto directos como indirectos, asumiéndolos en su totalidad, porque de esa manera el esfuerzo político y estratégico buscará solucionar todo aquello que esté siendo afectado. Así, y recurriendo al caso de Covid 19 nuevamente, la solución que se establezca debería considerar, entre otros, lo sanitario que incluye la investigación y producción de vacunas y medicamentos, lo económico y lo político tanto al interior de los Estados como en lo internacional, debiendo considerarse – en este mismo contexto – las medidas para fortalecer la cooperación y recuperar la confianza interestatal; porque, de lo contrario, es probable que el problema continúe y sus efectos sean más complejos que los actuales. Todo esto, con mirada de largo plazo, como ya se mencionó, para evitar que el problema se repita y para que la solución sea válida en el futuro.

Finalmente, no se debe olvidar que el pensamiento estratégico también permite advertir, oportunamente, la necesidad de ejecutar cambios, identificando oportunidades que sirven para obtener ventajas de orden político o estratégico que ayudan a asumir la iniciativa y accionar con libertad de acción. Como modo de razonamiento, no es exclusivo de alguna actividad en particular y su práctica contribuye, definitivamente, a fortalecer la acción del Estado.

Referencias:

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[1] Se acepta que el pensamiento estratégico posee dos componentes principales: el pensamiento creativo y el pensamiento crítico. Con respecto a dichos componentes existen numerosas aproximaciones, pero en este artículo, se propone asumir que: el pensamiento creativo conduce a establecer la solución de un problema o a identificar situaciones que podrían presentarse en el futuro permitiendo anticiparse a ellas, también implica el cómo hacerlo y orienta la planificación o ruta crítica para desarrollar las acciones que permitan conseguir el fin estratégico. Por su parte, el pensamiento crítico es el componente que permite verificar la veracidad y confiabilidad de la información, analizar con realismo las probables soluciones para el problema, proporcionar factores de comparación para establecer la solución más favorable o para establecer la situación que podría presentarse en el futuro.

[2] La acción de robustecer la planificación se basa en que esta última posee condiciones que le permiten reducir o impedir los efectos de la incertidumbre. A modo de ejemplo, en el contexto de la planificación militar, el robustecimiento se consigue elaborando planificación alternativa que se aplica cuando se presentan imprevistos o se generan cambios en el escenario.

[3] Godet se refiere al método Delfi, al Ábaco de Régnier y al método de impactos cruzados, que pueden ser apoyados con el método SMIC ( Systémes et Matrices d’Impact Croisés) y por el software Prob-Expert que sirve para llevar a la práctica el método SMIC.


Editado por: Global Strategy. Lugar de edición: Granada (España). ISSN 2695-8937

Mario Arteaga

General de División del Ejército de Chile (retirado) y Doctor por la Universidad Complutense de Madrid, España

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